El ultimátum de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez para que deje de negociar con Ciudadanos y la posición del PP de solo apoyar un gobierno que presida Mariano Rajoy complican la difícil tarea que el Rey Felipe VI encomendó al líder socialista: intentar formar un gobierno lo más estable posible en esta España ingobernable. Las férreas posiciones de dos partidos tan antagónicos como son PP y Podemos apuntan a que el desenlace final será la disolución de las Cortes Generales y la convocatoria de nuevas elecciones. Ante ese escenario, el líder del PP se prepara para volver a encabezar la candidatura de su formación. Sería la quinta vez que se presente a conquistar la Moncloa.
En enero de 2002, José María Aznar cumplió su palabra de no estar más de ocho años al frente del Gobierno y renunció voluntariamente a seguir en el poder, a pesar de las presiones dentro de su partido para que continuase. En total, el presidente de honor del PP se presentó cuatro veces a unas elecciones: en 1989 y en 1993 fue derrotado por Felipe González y consiguió gobernar en 1996 (con el apoyo de CIU y PNV) y en 2000, con una mayoría abrumadora.
Aznar preparó su sucesión cuando estaba en lo más alto y en el año 2003 el dedo divino marcó a Rajoy. “Mariano, te ha tocado”, comentó. Años después confesó que su primera opción no era el de Pontevedra, sino que había ofrecido su sucesión a Rodrigo Rato, pero éste la rechazó hasta en dos ocasiones. José María Aznar dio un paso al lado y Mariano Rajoy heredó un partido con 183 escaños en el Parlamento y el viento aún soplando a favor.
El Partido Popular se presentó por primera vez con Rajoy como candidato el 14 de marzo de 2004. Durante la campaña electoral, el nuevo candidato vendió el milagro económico de las dos legislaturas de Aznar con el eslogan “juntos vamos a más”. Nadie contaba con que tres días antes de la cita con las urnas, el 11 de marzo de 2011, Madrid viviría el peor atentado de su historia, con casi 200 fallecidos.
El PP se apresuró en atribuir la masacre a ETA y el PSOE se hizo con más de diez millones de votos. Un desconocido José Luis Rodríguez Zapatero se convertía en presidente del Gobierno, mientras Mariano Rajoy observaba, atónito, cómo perdía el poder y se sentaba en el sillón de la oposición. “Aguantó como aguanta ahora: por su carácter. Lo pasó muy mal, porque estaba preparado para gobernar y el 11M rompió el tablero de juego”, reconoce un estrecho colaborador de aquella época.
Rajoy lo volvió a intentar, sin éxito, en 2008, el momento cumbre de la era ZP. No se cansó. Durante su primera etapa como líder de la oposición los temas que más utilizó para desgastar al gobierno socialista fueron la política antiterrorista en el País Vasco y la reforma del Estatut de Cataluña. Posteriormente, la gestión de la economía, en pleno azote de la crisis, se convertiría en su arma de ataque predilecta.
La recomposición del líder Mariano Rajoy llegó tras superar una larga travesía en el desierto de casi ocho años. Su estrategia de perfil bajo triunfó y se hizo con 186 escaños, más que Aznar en sus mejores tiempos. “Su recompensa llegó la noche del 20 de noviembre de 2011. Ganar, por fin, y superar la marca de Aznar, supuso callar a todos los que le cuestionaban, interna y externamente. Fue la última venganza íntima que pudo disfrutar y disfrutó, la disfrutó mucho”, recuerdan los suyos.
La virulencia de la crisis
Ya convertido en presidente, Rajoy supo desde el primer momento que la crisis podía devorarle como lo hizo con Zapatero cuando empezara a tomar las medidas impopulares que tuvo que anunciar nada más llegar al Gobierno. Tras constituir su nuevo equipo, acordó una fuerte reducción del gasto público para controlar el déficit presupuestario y continuó con las políticas de ajuste del gobierno anterior con grandes reformas, como la laboral, que provocó una huelga general el 29 de marzo de 2012.
Rajoy recuerda, ahora, con cierto sabor agridulce la primera legislatura de su gobierno y recuerda cada vez que puede que no tuvo margen de maniobra para crecer: su primer mandato se centró en detener la hemorragia económica provocada por la crisis. La mancha azul del PP que en 2011 se extendió por toda España mutó de color en 2015. El 20 de diciembre, el líder conservador se enfrentaba a sus cuartas elecciones nacionales ante tres contrincantes mucho más jóvenes que él.
El PP entendió que la irrupción de los partidos emergentes no eran cosa de un día y que tenían un gran problema para hacer calar su mensaje entre los jóvenes menores de 35 años, los que mayoritariamente han apoyado a Ciudadanos y Podemos. El 20D España votó cambio y el fin de las mayorías absolutas. Mariano Rajoy apenas alcanzó 123 escaños, el peor resultado electoral desde 1989, y su liderazgo volvió a ponerse en tela de juicio. “Los tiempos han cambiado y el partido debe renovarse, nos guste o no. Hay que adaptarse a la nueva era”, reconocen en privado fuentes internas del partido.
El eterno superviviente
Mariano Rajoy volvió a hacer gala de su carácter gallego y, lejos de asumir la dulce derrota, se envalentonó para presumir de que su lista había sido la más votada. Mes y medio después de aquel día, hoy es Pedro Sánchez el líder que tiene la responsabilidad de intentar formar gobierno mientras el popular confía en que no lo consiga para volver a resurgir. “Cree que va a pasar como en 2011, que el desastre de Zapatero lo convirtió a él en presidente. Ahora confía en que los socialistas se maten entre ellos, se convoquen nuevas elecciones y los españoles vean al PP como la única alternativa para un gobierno estable. Venderá que es él o el caos”, describe un marianista desencantado con el hermetismo de su partido.
Si finalmente se disuelven las Cortes, Mariano Rajoy quiere volver a ser el candidato y enfrentarse a las que serían sus quintas elecciones generales. En una reciente entrevista con EL ESPAÑOL, el líder del partido en Extremadura, José Antonio Monago, aseguraba que esa decisión la tomaría el partido. Pero los estatutos del PP son muy claros: “El presidente nacional del Partido Popular, elegido por el Congreso, será el candidato del partido a la presidencia del Gobierno. En los supuestos de dimisión, fallecimiento o incapacidad, la Junta Directiva Nacional, a propuesta del Comité Ejecutivo Nacional, designará al candidato del PP a la presidencia del Gobierno cuando no pudiera celebrarse un congreso extraordinario”.