Diego Torres recuerda un episodio que presenció en primera persona para explicar la situación en la que se encuentra. Cuenta el ex socio de Iñaki Urdangarin que en uno de sus paseos por la montaña se topó con una manada de jabalíes que, al verle, huyó despavorida. Sin embargo, uno de los guarros se quedó rezagado, acorralado por la maleza y aparentemente sin salida. Cuando el antiguo profesor de ESADE relata sus sensaciones en este momento de su vida se le viene a la cabeza la mirada desesperada de aquel animal, que aguardaba temeroso un desenlace inminente. “Eso es lo que soy: un jabalí herido al que no han dejado ninguna salida”, ilustra a sus interlocutores con la misma incertidumbre temerosa que el verraco.
Contra lo que se lamenta Torres no tiene tanto que ver con la impensable desdicha de que la Justicia haya decidido investigar un territorio hasta ahora vedado sino con que se le haya dejado a él sin escapatoria. Y es en este punto cuando fija su mirada, y sus colmillos retorcidos, en la Casa Real, causante no de sus males sino de su posible solución. Se le ha dejado sin escapatoria judicial, profesional, sin el apoyo de su ex socio y sin ayuda económica, más solo que la una. Y eso no lo va a perdonar nunca.
De ahí que en su interrogatorio pase por alto la figura de Iñaki Urdangarin, a la que no duda en ensalzar si es preciso y a disculpar por su escasa preparación intelectual, y haya deslizado varios artefactos explosivos contra la Jefatura del Estado. Si alguien proponía defraudar a Hacienda era la propia Corona, viene a decir al revelar que dispone de material documental que acreditaría que la amiga íntima de Don Juan Carlos Corinna Zu Sayn-Wittgenstein les propuso crear una sociedad opaca en Londres que ellos rechazaron.
Si alguien daba el visto bueno a desviar fondos públicos a paraísos fiscales era el propio Rey emérito, que a través de su asesor personal José Manuel Romero, precisa Torres, comía frecuentemente con su cuñado Miguel Tejeiro, el hombre que controlaba todo el papeleo de Nóos, para supervisar cada movimiento en dirección al exterior. Pero es que si todavía quedaba alguna duda de que el Sistema bendecía sus trapisondas, este jabalí herido pero envalentonado, recuerda que entre sus controladores se encontraba “un alto funcionario de Hacienda”, en referencia al técnico que cada año le hace la declaración de la renta al mismísimo Don Juan Carlos. En definitiva, o todos o ninguno. Pero que pague él solo por todo lo ocurrido, ni hablar.
Torres asegura con una frialdad inquietante que no tiene miedo a la cárcel, que le han curtido estos años de penurias en los que, con todo su dinero bloqueado y sin posibilidad de reinsertarse profesionalmente, ha pasado por primera vez frío en invierno al no poder encender la calefacción de su casa y hambre al no poder subsistir más que con la ayuda de algunos amigos. Se dejó durante meses una poblada barba pelirroja que le permitía pasar inadvertido en Barcelona y se ha entretenido con su aspecto irreconocible buceando en las decenas de miles de correos electrónicos del Instituto Nóos en las que sigue encontrando nuevos hallazgos como los que hoy ha apuntado.
Con ellos aparecen fotografías personales volcadas por Urdangarin en los ordenadores de la antigua entidad sin ánimo de lucro y que jura que nunca utilizará. Las más inocuas reflejan a una Infanta en la intimidad de su domicilio con un pijama embutido en unos interminables calcetines de lana. Y a su madre, Doña Sofía, cubriéndose en plena siesta con una manta como haría cualquier otra ciudadana española. Las más comprometidas están despojadas de estos ropajes de andar por casa.
Torres sigue insistiendo en que no ha hecho nada malo, en que ganaba mucho más dinero antes de conocer a Urdangarin y en que sólo necesita que le den la oportunidad de aportar todas sus pruebas. Reitera que el precio de los foros que montaban no era desorbitado si se compara con otros eventos internacionales, que se desviaron dinero del instituto porque trabajaron para él y que en Nóos eran cinco y entre esos cinco estaba su mujer, claro que sí, pero también la Infanta Cristina.
Sorprende al destacar la capacidad de trabajo de Urdangarin -“él quería trabajar y no ser un Marichalar”-, su don de gentes y sus conocimientos sobre el mundo del deporte. Algo de lo que él carece porque, como asegura, no ha visto un partido de fútbol en su vida.
El jabalí aguarda sereno su calvario, zarandeado ya por los perros de caza de la Fiscalía Anticorrupción y la Agencia Tributaria, desangrándose lentamente pero jurando que dará la batalla hasta el final. Sabe que el último capítulo está escrito, porque no hay jueces en España, dice, que se atrevan a absolverle. Pero dejará en sus adversarios la huella de sus colmillos para que no se olviden de que se han cebado con él y no se han atrevido -ahí está la falta de repreguntas en los interrogatorios- con piezas de caza mucho mayores.