Ya que Rajoy habló de los toros de Guisando, la pregunta pertinente es qué toro salió vivo del debate de investidura. Y, también, ya que el presidente en funciones se refirió al mismo Pacto de Guisando, qué político mostró más a las claras su impotencia. Porque, como se sabe, en aquel acontecimiento histórico (año 1468) Enrique IV de Castilla, 'El Impotente', firmó un acuerdo con su hermanastra Isabel nombrándola su heredera (arrepintiéndose inmediatamente), en detrimento de la hija del monarca, Juana la Beltraneja.
El peligro de utilizar hechos históricos en los debates políticos es que, trasladados al presente, pueden volverse contra uno. Porque, el rey hoy, en términos políticos, es Mariano Rajoy, y la Historia nos enseña que Enrique IV no se salió con la suya: Isabel la Católica se casó con quien quiso, reinó a su gusto y pasó a la Historia como una de las grandes figuras de España. ¿Y quién se acuerda, por el contrario, de Enrique IV?
¿Pero qué político se convirtió en el ganador del debate, en el equivalente a Isabel la Católica para concluir con la imagen histórica utilizada por Rajoy? El presidente en funciones, no. Su aislamiento quedó patente en la sesión, despreciado con calificativos más o menos gruesos por todos los lados. Tan evidente ha sido que Felipe VI no puede ofrecerle la investidura a no ser que pretenda prolongar “este juego estéril”, en palabras del propio Rajoy.
¿Acaso convenció, ya que no podía vencer en votos, Pedro Sánchez? El candidato a la investidura estuvo más fresco que el día anterior, no ya con Rajoy, que eso está fuera de duda; también con su rival político, Pablo Iglesias, con el que se disputará los votos en la repetición de elecciones. Su defensa, sin ambages, de la unidad de España, su firmeza negándose a cualquier aventura plebiscitaria que pudiera conducir a una fragmentación del país, limita la capacidad de Sánchez de movimientos en busca de apoyos por su izquierda.
Ha sido tan firme que para pactar ahora un Gobierno con Podemos y la izquierda tendría que cometer el mismo día una felonía, contra Rivera, y abjurar contra sí mismo, desechando las políticas propuestas estos dos días. La impotencia de Pedro Sánchez le viene del 20-D, por los catastróficos resultados obtenidos por el PSOE y por él mismo. La lista que él encabezó en Madrid quedó la cuarta, detrás de Rajoy, Iglesias y Rivera.
¿Acaso el toro ganador en el palacio de los Leones ha sido Pablo Iglesias? Como era de esperar, una vez más ha mostrado que puede y Podemos con cualquier cosa, menos dominar su ego. Su desprecio hacia el sistema constitucional actual es total: habló de gobierno de títeres de la oligarquía, de la mano del Ibex 35 detrás del pacto PSOE-Ciudadanos, más el resto de soflamas conocidas. Iglesias quiere enterrar el legado de la transición en “cal viva”, por utilizar la acusación arrojada contra Felipe González y el Gal.
A quien entró a matar Iglesias no fue a Rajoy ni a Sánchez. Eligió a Albert Rivera. Y esta es una buena noticia para el líder de Ciudadanos. Ladran luego cabalgo, podría decir. Le acusó de ser un hombre sin principios: lo mismo podría haber sido dirigente de la Komsomol (las juventudes comunistas del PC soviético) que Jefe de Escuadra en la Falange; en suma, el personaje sin escrúpulos, ambicioso, retratado en el Príncipe de Maquiavelo.
La invectiva de Iglesias contra Rivera puede explicarse de dos maneras: para desmerecer a Rajoy señalándole como representante del centro derecha o por un ataque de cuernos al haberle elegido Sánchez para su pacto frustrado y no a él. Con virtud y bondad se adquiere autoridad, dice un refrán español. Albert Rivera, con su posición centrada, su defensa del diálogo y del trabajo dio un paso más en la confirmación de su liderazgo nacional.
La nota triste fueron tantos recuerdos por el 40 aniversario de los sucesos de Vitoria, en el que murieron cinco obreros, y ninguno de otros aniversarios por asesinatos de ETA, también en marzo: en 1976, un taxista; en 1996, un ertzaina... La memoria es así de selectiva y es la que toca.