Legionarios retirados resisten la amenaza de desahucio de Colau
- El colectivo de ex militares tiene su sede en una antigua caserna barcelonesa, que el Ayuntamiento quiere desmantelar.
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“Perro ladrador, poco mordedor”, comentaba refiriéndose a la alcaldesa Ada Colau un ex legionario, mientras fumaba un largo puro en el patio de la sede de la asociación de la Hermandad de Caballeros Legionarios de Barcelona, ubicada en el corazón del barrio obrero de Sant Andreu. El desplante de Colau a dos militares en el Salón de la Enseñanza de Barcelona no ha gustado en la Hermandad, pese a que la alcaldesa dijo en su Facebook que no hubo desplante ni falta de respeto. Pero este colectivo de ex combatientes se siente en el punto de mira. La concejal del barrio Laia Ortiz, de ICV, envió la semana pasada una misiva al Consorcio de la Zona Franca de Barcelona –propietario del terreno- pidiendo que cancele la concesión de la parcela que alberga unos antiguos cuarteles militares y que ocupa más de 5.000 metros cuadrados.
En la carta, Ortiz apuntaba que se trata de una “cesión gratuita y temporal”, que se hizo “sin concurso de la comisión de seguimiento de casernas de Sant Andreu”. En su criterio, la presencia de los veteranos legionarios “provocó un fuerte rechazo por parte del tejido asociativo y comunitario del barrio” y “hace una exaltación explícita del militarismo. En los últimos comicios municipales, tanto Barcelona en Comú como la CUP exigieron en su programa que el acuerdo de cesión fuera revocado.
La Hermandad está para quedarse
Sin embargo, sobre el terreno la sensación es que la Hermandad está en Sant Andreu para quedarse. En el número 122 del avenida Torres y Bages, hay un pequeño escudo de la Hermandad pintado en la puerta. Al cruzarla, parece que uno entre a un verdadero cuartel legionario: las paredes están plagadas de cuadros, banderas y lemas reivindicativos, siempre con la bandera española omnipresente.
Un veterano miembro del colectivo nos recibe vestido de uniforme de pies a cabeza, y rehuye hacer comentarios sin autorización del presi. En una esquina hay un pequeño puesto dónde venden camisetas y demás material; un largo pasillo descubre varios despachos y hasta una pequeña capilla; y en la barra del bar jóvenes y veteranos se apretujan entre un fuerte olor a Farias y un vaivén constante de tubos de cerveza. Se les ve unidos como a una familia, y chismorrean sobre la presencia de periodistas en su sede.
La hermandad de Caballeros Legionarios de Barcelona fue constituida en 1974, pero fue en el 2013 cuando se instalaron en este lugar, que alberga un amplio edificio y un extenso terreno en desuso. Según detalla un miembro, cuentan con cerca de 400 asociados. Su financiación procede exclusivamente de las cuotas mensuales de sus miembros. Jesús Cañadas, presidente del colectivo, accedió a hablar con EL ESPAÑOL en su despacho bajo la atenta mirada de otro miembro que le escolta permanentemente.
“Hasta ahora, no ha habido ningún problema. Nos dedicamos a enseñar que es la Legión con eventos cívicos, militares y humanitarios”, apunta con voz rotunda. “Hasta que nos dieron los terrenos, nadie sabía ni que existíamos”. Cañadas explica que la parcela estaba ocupada por “ocupas y ex tenientes coroneles del ejército ucraniano. Nosotros limpiamos los terrenos y devolvimos la paz al barrio”.
La mayoría silenciosa, de su lado
“Los vecinos de la CUP, ERC o CiU están en contra nuestro. Los de Ciudadanos o el PP, puede que no. Pero la mayoría silenciosa viene aquí todos los domingos a pasarlo bien”, afirma orgullosamente el presidente. La Hermandad, dice, se siente acosada: “No podemos salir en ningún lado en Cataluña, solo porque representamos a España. Nos gusta el honor y la disciplina”, asegura. Cañadas y demás socios preguntados se apresuran en desvincularse de las acusaciones de fascismo: “No tienen ni puta idea de historia. Les jode la palabra Legión. Pero si supieran que sus fundadores eran catalanes, que el himno lo escribió una catalana… Ya hace 40 años que Franco murió. Si quieren aplastar dictadores que se marchen a Cuba” espetó indignado el dirigente.
El colectivo sabe que está en el punto de mira y la crispación se respira en sus comentarios. “Si tocasen la hermandad, algo tenemos que hacer. Morir en combate es el mayor honor”, cuenta orgullosamente el fornido presidente. En su opinión, el problema va más allá de la antigua caserna dónde se recrean: “se les ha ido la olla. Están generando un lobo que no podrán parar. Están dividiendo a la sociedad española, y al final nos liaremos a palos”, afirma.
El acuerdo con el consorcio, vigente
Ante las quejas de asociaciones vecinales y colectivos antifascitas por el “uso fraudulento del espacio”, la Hermandad insiste en su voluntad conciliadora y que, a pesar de que ellos tienen la concesión, sus puertas están abiertas a quien lo desee. El terreno fue adquirido por el Consorcio de la Zona Franca de Barcelona al Ministerio de Defensa, y los ex legionarios lo reclamaron porque “era un foco de ratas y basura. Cuando quemaban aquí cosas no pasaba nada, pero ahora hacemos una barbacoa y llaman a la Guardia Urbana”, espeta un asociado.
Cañadas comenta que hay rumores de que en Julio pretenden desalojarles. “Nos iríamos si, como dice el contrato, empezaran obras. Pero de aquí no nos movemos”. Y avisa: “si el consorcio se baja lo pantalones, apaga y vámonos. Se empieza por nosotros y se acabará por cualquier asociación andaluza que no les gusta como bailan”, apunta irónicamente.
Preparando los desfiles
Al salir al exterior, se vislumbra un nutrido grupo de gente ensayando en sus respectivas disciplinas. José Manuel Rovira Aznar nos muestra uno a uno los murales patrióticos y militaristas que dibuja en todo el recinto, y señala con el dedo los pisos superiores de la finca: “Ahí viven comandantes y coroneles, y una persona acaba de entrar hace dos meses. Han adecentado el piso y no los van a echar”, comenta sobre las amenazas del consistorio barcelonés.
Antes de hablar, pide al presi si puede hacer declaraciones. Todos le admiran y respetan. “No tendremos problema en devolver el patio al consorcio. Pero el edificio no nos lo pueden quitar por las manía de Colau, que no le gusta todo lo que huela a España”, asegura Rovira, que bromeando dice no tener relación familiar con Carod-Rovira.
Lorenzo Correa, otro veterano legionario, se une a la charla: “Aquí hacemos mercadillos, montamos la Diada de Sant Jordi, campañas de navidad y recogidas de alimentos. Recogimos cuatro toneladas la última vez”, cuenta satisfecho. “Antes había drogas, prostitución y vendían armas”. Ahora, ellos sacan a relucir rifles fuera de uso, aunque forman rigurosamente como si fueran un batallón en activo.
El pasado domingo muchos curiosos se asomaban a la valla exterior a cotillear sus ensayos, y el presidente ordenó abrir las puertas. “Pasen y vean”, comenta Correa, fardando de transparencia.
Respaldados por la hermandad
La asociación cuenta con miembros en toda España. “Si en un momento pasara algo, la gente quiere fletar autocares para darnos apoyo. Esto está previsto”, cuenta Rovira. Se queja de la mala imagen que tienen: en cualquier sitio del país, cuando desfila la Legión nos aplauden y tiran flores. Aquí, nos tiran piedras”, cuenta. Asiduamente, la sede es víctima de ataques con pintura o botellas por parte de sus detractores. Cada año, en la jornada de la Diada de Cataluña suelen haber manifestaciones frente al antiguo cuartel. “Nosotros tenemos la sangre caliente, pero tenemos paciencia para aguantar”, dice el ex legionario.
No obstante, no reniega de su catalanidad: “hablamos en catalán muy orgullosamente”. Todos recalcan el carácter apolítico de la entidad, pese al marcado patriotismo que se respira en cada esquina. “¿Todavía somos España, no?”, se pregunta Correa. Sus valores son de “compañerismo, amistad y ayuda, inspirados en los códigos samurais japoneses”.
Para el presi Jesús Cañadas, no es legítimo que un partido decida sobre la existencia o no de cualquier colectivo. Y señala sin tapujos: “La Legión se creó para que tú y yo pudiéramos estar hoy aquí”.