Arístides López escuchaba por la radio las noticias que llegaban desde el aeropuerto internacional de Zaventem. Sabía que se habían registrado algunas explosiones y las informaciones todavía eran confusas. Con los auriculares puestos, estaba a punto de abandonar su casa, en el barrio bruselino de Saint-Josse, cuando una amiga le alertaba desde España: otro atentado, esta vez en la estación de Maelbeek. La misma por la que iba a pasar en apenas unos minutos.
“Estoy algo nervioso porque estaba a punto de ir al metro para ir a trabajar y esa es mi línea -cuenta Arístides-. Siempre entro en la estación de Art Loi y después paso por Maelbeek. He decidido quedarme en casa. Pero estoy bien: mi familia se ha enterado por mí de lo que estaba pasando”. Su preocupación se ha centrado en localizar a sus compañeros de trabajo, en el laboratorio de Biología Molecular de la Universidad Libre de Bruselas: “La mayoría de la gente que conozco, o trabaja en Maelbeek o tiene que pasar por ahí”. Todas las informaciones descartan que ningún español haya resultado herido en los atentados, en el que ha muerto una treintena de personas.
Por eso, Arístides reconoce que ha tenido “suerte”: “Muchos de mis compañeros han llegado al trabajo y ahora no saben cuándo van a poder volver. Les han dicho que se queden ahí”. Las líneas de transporte público permanecen cortadas y moverse por Bruselas -especialmente en las zonas afectadas- es imposible.
“La información llega con cuentagotas”
P. C. y F. G. son dos españoles que trabajan en instituciones europeas. Prefieren no dar su nombre por motivos de seguridad. Viven en un bloque próximo a la Comisión Europea y al Consejo, y afirman que ven “fusiles de asalto todos los días”: “Choca un poco al principio, pero te haces a la imagen”, explican.
La noticia de los atentados les ha sorprendido camino del trabajo, a bordo de un autobús que utilizan a diario. “Estábamos pasando por delante de los cuarteles generales de la OTAN y veníamos notando que el tráfico era bastante más lento de lo normal -explican-. Habíamos oído algún sonido de ambulancia. En algún momento la prensa se hizo eco y todo el mundo en el autobús empezó a mirar móviles, a escribir y a tranquilizar a sus familiares. Los controles de acceso a la institución europea estaban muy fuertemente controlados”.
Según su testimonio, en la oficina les han pedido que trabajen dentro de una relativa “normalidad”: “Nos han ido contando los incrementos de los niveles de seguridad de las instituciones europeas, pero la información llega con cuentagotas. Nos piden que estemos aquí y que no volvamos”.
Comunicaciones cortadas
Dar con los conocidos o compañeros que se encuentran en Bruselas no ha sido sencillo. Las líneas telefónicas están saturadas y las autoridades han recomendado no utilizarlas salvo causas de fuerza mayor. Por ello se han utilizado vías alternativas, como Skype o las llamadas de WhatsApp. También las redes sociales: Facebook ha activado el botón “Estoy bien” para facilitar esa información a los contactos y en Twitter se han repetido los mensajes de tranquilidad.
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