Antonio Miguel Carmona lleva barba de varios días. Viste camisa blanca, chaqueta oscura, vaqueros y gesto cansado. Ha llegado a Madrid hace apenas veinticuatro horas. Dos mundos, dos realidades, un golpe: el horror humano está a un vuelo de unas horas. El concejal del Partido Socialista ha vuelto a su despacho del distrito de Tetuán tras pasar cinco días en los campos de refugiados.
“Llevaba demasiado tiempo en el cielo y tenía que volver al infierno”, dice un Carmona que ha respirado cuatro guerras. “Estuve en el Úlster, en el Sáhara, en Libia… Entrevisté al coronel Gadafi en 1986. Cuando estudiaba el doctorado, pagaba mis gastos haciendo reportajes internacionales”, explica con la mirada puesta en la noble escalera del edificio de Tetuán, donde posará con gesto serio un poco más tarde. ¿Qué diferencia este drama del resto? “Mis experiencias anteriores me han servido como analgésico. Pero esta vez ha sido distinto. Los he visto a todos tan pequeños...”, lamenta mientras enumera nombres propios -Setara, Anone, Zaynab-.
Oficial del Ejército del Aire en la reserva, ha recibido algunas críticas. Alguno que otro le ha tachado en Twitter de populista y de buscar con su expedición a las costas griegas 'hacerse la foto' y situarse en primera línea. “Hay que denunciar lo que está pasando, me da igual lo que me digan. Quienes me llaman demagogo se equivocan. Sirvo de altavoz a un causa que no se cuenta”, contesta con gesto serio.
El alma se me hizo pedazos
El tratado de expulsión “revolvió” al televisivo economista: “Me parece lesivo ver a los políticos con el trasero pegado al asiento, sin moverse ante un drama humano tan grande. No me parecía moral que un cargo público se fuera de vacaciones habiendo quince mil niños atrapados en campos de refugiados”.
Carmona voló a Atenas el miércoles pasado. El campamento de El Pireo fue su primera parada. “El alma se me hizo pedazos (…) No pude por más, sin embargo, que esbozar una sonrisa cuando decenas de niños me rodearon mientras trataban de encontrar mi mano”, escribía el concejal en una de sus primeras “cartas desde el infierno”.
Los niños sonríen, ajenos a la tragedia
Mensajeros de la Paz y Remar fueron el nexo que le permitió adentrarse en la miseria: “Encontré a gente con la mirada quebrada y el frío en el cuerpo. La lluvia es un infierno para ellos. Los únicos que sonreían eran los niños, que lo pasaban mal, pero eran ajenos a la tragedia”, relata mientras cruza las piernas y cambia de postura en una de las butacas del salón de plenos del distrito.
Recorrió las tiendas de campaña, caminó por el barro de los campamentos y se 'coló' en las zonas no vigiladas: “Me regañaron un poco por eso. Hablaba con los refugiados en inglés, aunque muchos de ellos no hablaban este idioma. Ahí fue cuando conocí a Setara, una niña afgana de catorce años que me hizo de traductora”. Así la describió Carmona en una de sus cartas: “Tenía la mirada tan dulce como los sueños que alberga. Cubierta por un manto negro y cenefas plateadas, unos pendientes de perla y una diadema brillante que coronaba sus grandes ojos negros”.
Los niños, cuenta el socialista, querían ponerse en las fotos con él, aunque no todos: “Al principio me daba pudor fotografiar, pero me lo pidieron los cooperantes para dar más visibilidad a la causa. Todos querían salir conmigo, salvo aquellas a las que el Daesh les había desfigurado la cara con ácido. Les daba vergüenza y se apartaban...”
Les rompen el timón para que vayan directamente a Lesbos
En El Pireo, Malakasa, Gizona y Lesbos, Carmona vio cómo llegaban en barcas aquellos que huyen de la guerra: “Las mafias turcas cobran un dineral por cruzar de Turquía a Lesbos -Grecia-. Les rompen el timón para que vayan directamente a la isla. A veces, un golpe de viento cambia su rumbo y los empuja hacia la muerte”.
Allí, en Lesbos, Carmona sufrió uno de los reveses más contundentes: “Había un cementerio con doscientas o trescientas tumbas sin identificar. Ponía 'mujer de treinta años, mediana estatura' o 'niño de cerca de diez años'. Es terrible”.
La isla griega de Lesbos se ha convertido en el puerto de la muerte. Tras el tratado de expulsión, cuenta el economista, el Gobierno griego convirtió el campo de refugiados en un campo de concentración: “1.600 personas quedaron atrapadas. Se convirtieron, de la noche a la mañana, en inmigrantes ilegales. Les rodearon de alambradas y vallas de espino. Iban a orinar esposados. Era una cárcel, pero no utilizo 'cárcel' como expresión evocadora; es que era eso, una prisión”.
A raíz de eso, continúa Carmona, los cooperantes montaron un campamento alternativo llamado 'Better days', pero fue clausurado por las autoridades. Al ser expulsados, los voluntarios se manifestaron y lograron que quitaran las esposas a los recluidos en el campo de Lesbos.
¿Salvamos a estos niños o no?
“Hemos convertido la política en un debate de niños ricos. Aquí la pregunta es: ¿salvamos a estos niños o no? Si tomamos la decisión de expulsarlos, que se diga. ¿Por qué no les abrimos las puertas? ¿Por qué manchan nuestras alfombras?”, reta el exportavoz del PSOE en el Consistorio de Madrid.
“Hablamos de política de inmigración, de intervenciones militares, de distintas opciones, pero ¿qué le digo al niño que tengo en brazos? Debemos adoptar una solución resolutiva”, dice justo antes de revelar que ha pedido al presidente del Gobierno en funciones que envíe a Lesbos la Unidad Militar de Emergencias, “que podría llegar a Grecia a través de un acuerdo con su Ejecutivo y montar un campamento en diez horas”.
Antonio Miguel Carmona acaba de regresar del infierno. No ha recibido llamadas de cargos políticos estatales, pero sí de los presidentes de varias compañías importantes. “¡Algunas del IBEX! Sí, en plural. Quieren hacer donaciones para montar allí tiendas de campaña. Ya les he puesto en contacto con los cooperantes”, sonríe Carmona cuando van a dar las tres y media y está a punto de marcharse a comer. “Hablo así porque estoy cansado”, se justifica con mirada ojerosa. “He dormido ocho horas en cinco días”.