Leíamos esta semana que la CIA había desclasificado un informe que data de los albores de la invasión de Irak, en el que quedaba de manifiesto que el país distaba de tener armas de destrucción masiva y que era conocido por los gobernantes de entonces. Ello no impidió al "trío de las Azores" emprender una campaña de engaño masivo para empujar a "Occidente" a una intervención dirigida a deponer a Saddam Hussein, basado todo en que los informes de inteligencia habían indicado lo contrario a lo hoy conocido.
Tampoco es nuevo el que esas hubieran sido las circunstancias, de hecho hasta el propio Tony Blair ha reconocido este extremo y pedido perdón por ello. No es gran consuelo, pero lo cierto es que también ha sido el único de los implicados que lo ha hecho y era lo mínimo exigible. De los otros dos, George Bush junior suele mantener un prudente silencio, y nuestro nunca bien ponderado ex-presidente Aznar sigue sacando pecho con el tema allá por donde le quieran escuchar.
Las consecuencias de la intervención son de sobra conocidas: decenas de miles de muertos y desplazados, transformación de Irak en un "estado fallido", desestabilización de todo Oriente Medio, aliento para movimientos como Al-Qaeda o ISIS...
Repasando estos días el genial libro de Amin Malouf, Las Cruzadas vistas por los Árabes, no dejaba de observar una analogía prodigiosa. A mediados del siglo XIII, Luis IX de Francia -más tarde San Luis-, emprendió la última gran cruzada con intención de conquistar el Egipto ayyubí. El monarca franco desembarcó en el Delta del Nilo, tomó la ciudad de Damieta y se negó a cualquier tipo de negociación con el sultán musulmán. El desastre militar no tardó en producirse y el rey francés se acabó viendo obligado a una rendición incondicional y fue capturado por los egipcios, quienes procedieron posteriormente a liberarlo a cambio de un rescate y la promesa de no volver a intervenir en la zona.
Por el camino la situación produjo la caída de la tolerante y moderada dinastía ayyubí (descendiente de Saladino) y la elevación de la dinastía "esclava" mameluca, mucho más dura en sus postulados y acciones, más adaptada al entorno de "guerra total" que vivía el mundo musulmán, por la combinación de cruzados occidentales y el poder mogol. Los mamelucos no tardaron en ser preponderantes también en toda la zona, frenando a los gengiskánidas, expulsando a los restos de los cruzados y aprovechando la enanización del poder bizantino -por mor asimismo de la acción de los cruzados, añadiendo un factor adicional de desestabilización regional-.
Hay que decir que Luis IX tampoco aprendió la lección, acabó sus días víctima de la disentería junto con gran parte de su ejército, frente a Túnez, en lo que fue el epílogo desdichado a la VII Cruzada. Su final, agachado y con un agujero trasero en los pantalones, dista de ser precisamente una muerte épica.
Narra el historiador musulmán Ibn Wasel, que antes de que los negociadores egipcios le canjearan, no perdieron la ocasión de sermonear al monarca franco:
-Cómo un hombre con sentido común, culto e inteligente como tú, puede embarcarse de esa forma en un navío para venir a una región poblada por incontables musulmanes? Según nuestra ley, un hombre que cruza así el mar no puede actuar de testigo en un juicio.
-¿Y eso por qué?, inquiere el francés.
-Porque se considera que no está en posesión de todas sus facultades.
A los tres que decidieron invadir Irak en 2003, eliminando la parte del sentido común, la cultura y la inteligencia -a la luz de los hechos-, podríamos decirles lo mismo.
Iban García del Blanco es Secretario Federal de Cultura y Movimientos Sociales del PSOE.