El viernes pasado por la mañana, todo el mundo sabía que iban a detener al presidente de Ausbanc, Luis Pineda. También Luis Pineda. Al sentir acercarse a la policía, abrió su cuenta de Twitter y se puso a hacer por sí mismo gratis lo que tantas veces había hecho por algún banquero cobrando. "Nadie me ha detenido", empezó: una prueba de vida.
En la hora siguiente, hasta que apareció en la calle caminando entre dos agentes pixelados, defendió sus logros como si se hubiera pagado a sí mismo: "¿Defender a los clientes de los bancos puede llevarte a la cárcel?"; "Todo es un montaje mediático político para destruir un magnífico sueño de justicia"; "Un millón de familias pagan menos por su hipoteca gracias a Ausbanc"; "Metimos dos veces a Blesa en la cárcel". Así hasta que a las 10.49 publicó una imagen con una cita del Quijote que empezaba: "Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho (...)". Después, el silencio.
Enseguida, los bancos anularon la publicidad que insertaban en las publicaciones de Ausbanc. Después de 20 años pagando, les cayó encima el instante en que el inspector Renault cierra el Rick’s Café en Casablanca: "¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega", se queja, mientras un empleado le entrega unos billetes: "Sus ganancias, señor". De todas formas, el café se queda cerrado. Y pese a todo, se habrán quemado muchas fotos con Pineda. La ceniza es el olvido. Igual que perder el nombre.
En julio de 2013, cuando se había descubierto que el tesorero del PP jugaba, Rajoy aguantó en el Congreso cinco horas de sesión de control sobre Bárcenas sin decir Bárcenas. Al día siguiente se fue a Berlín a ver a Merkel y al salir le preguntó un periodista: "¿Por qué se niega usted a decir el hombre de Luis Bárcenas en público?". Pero ya era una lejanía. "Esa persona…", empezó.
Como Pineda, Bárcenas había pasado 20 años sumergido en la sala de máquinas de una factoría que, mediante un delicado sistema de equilibrios, miedos y premios, producía beneficios a ambos lados de la cadena. Para quien recibía el dinero y para quien lo entregaba. "La banca ha creado este monstruo y ahora no sabemos cómo acabar con él", decía ya en 2007 un alto ejecutivo bancario a El País. Y así siguió Pineda saliendo en las fotos, y mimando a Rato en sus papeles por 600.000 euros anuales; hasta que Rato se transformó repentinamente en "esa persona de la que usted me habla", y Pineda, en ese (presunto) extorsionador.