Hoy no hablaré de ningún político, imputado o no; de ningún juez, prevaricador o no; de ningún evasor, panameño o no. Todos mis recuerdos, ideas y emociones convergen sobre Fernando Múgica, el periodista total, el reportero incisivo, el fotógrafo deslumbrante, el investigador tenaz, el editorialista elocuente, el subdirector fiable, el compañero jovial, el hombre insobornable, el amigo eterno.

Tengo grabadas tres imágenes suyas: la del día que le conocí desmontando su cámara en un aula recién llegado de Vietnam, la del día que como redactor jefe de Diario 16 se dio cuenta de que un colega vasco tenía la llave que abría la caja de Pandora de los GAL, y la del día que me esperó en el andén de una estación para contarme sus últimos descubrimientos sobre el 11-M.

A partir de ahora cada vez que algún joven me pida un consejo sobre cómo llegar a ser un buen periodista, lo tendré muy fácil. "Trata de parecerte a Fernando Múgica", le diré. Su vida ha terminado, ahora comienza su leyenda.