Son muchos los desafíos de cara a una sociedad que deberá ser crecientemente más dinámica, competitiva, responsable y justa. El mayor de todos es lograr una universidad que ofrezca a todos la oportunidad de construir su proyecto de vida.
Hagamos memoria. Si vemos el estado del país y de las universidades dos décadas atrás, es evidente que nuestra situación es considerablemente mejor a la de entonces.
Nuestra renta per cápita ha aumentado un 27% en términos reales. Hemos acogido a más de 5 millones de inmigrantes, que han contribuido a nuestro desarrollo y diversidad. El número de ocupados ha aumentado un 45%, es decir, hoy tienen empleo 5,6 millones de personas más. Esto equivale a más de un cuarto del empleo generado en toda la Eurozona durante el mismo período.
Un gran logro ha sido la incorporación creciente de la mujer al mercado de trabajo. La participación de la mujeres en el mercado laboral ha aumentado en más de 25 puntos porcentuales.
En los últimos 20 años nuestro sistema universitario ha despuntado. No es casualidad que España sea el destino favorito de los estudiantes de Erasmus, con más de 40,000 alumnos por año. Tampoco es casualidad que 52 españoles sean de los investigadores más citados del mundo. Ni que España sea la 10ª nación en producción científica, y la 8ª en publicaciones según las revistas Science y Nature.
No es sólo cantidad. También ha aumentado la calidad, como se ve en el mayor número de publicaciones altamente citadas hechas por autores españoles.
Pero queda mucho por hacer. La pregunta ahora es: ¿cómo construir sobre estas bases sólidas un país capaz de aprovechar las oportunidades de la globalización y la digitalización? ¿Cómo reducir el paro? ¿Cómo lograr que todos los que quieran trabajar puedan prepararse adecuadamente para hacerlo?
La respuesta está en confiar e invertir en todos los españoles, en su educación y su formación continua.
En los países que están realizando con éxito el tránsito a una economía y a una sociedad basadas en el conocimiento, el sistema universitario es una prioridad de primer orden. Los estudiantes, profesores e investigadores necesitan contar con información y medidas homogéneas de calidad que faciliten la comparación de universidades y ámbitos de conocimiento.
De ahí el interés que generan los rankings o clasificaciones de universidades. Los rankings bien hechos aportan transparencia. Ayudan a los estudiantes y a sus familias a tomar decisiones importantes, a identificar buenas prácticas y a orientar líneas de actuación a futuro. Son un estímulo para hacer las cosas mejor.
El ranking que elabora la Fundación CyD se construye por ámbitos de conocimiento y otras variables de relevancia institucional. Su última edición muestra que tanto nuestra educación universitaria como nuestra investigación son mejores de lo que sugieren otras clasificaciones que utilizan indicadores sintéticos y que, por tanto, no recogen la diversidad de la universidad española.
La prosperidad y el bienestar de nuestro país depende hoy, más que nunca, de la calidad de nuestro sistema educativo. La base del éxito es un sistema educativo que prepare a todos nuestros jóvenes para afrontar su futuro.
Un sistema menos enfocado en entrenar para los trabajos y oficios de hoy, y capaz de educar para los empleos del futuro; un sistema con menos clases presenciales, y más foco en la investigación y en proyectos con aplicación práctica; un sistema que dé más opciones a los alumnos, y les ofrezca más flexibilidad en su trayectoria académica.
Un sistema que cuente con certificaciones realistas; que aplique nuevas tecnologías para personalizar el aprendizaje e incrementar la capacidad de profesores y alumnos; que utilice un sistema de evaluación que permita aprender y mejorar.
Si no abordamos con decisión la transformación digital, las instituciones educativas y las universidades corren el riesgo de incrementar la desigualdad.
Esta transformación comienza con la enseñanza preuniversitaria; con mejores sistemas de selección y formación del profesorado; más ayudas a las familias con menos recursos; mayor autonomía de los centros para desarrollar sus propios proyectos educativos y mejora y fomento de la formación profesional.
En educación universitaria es necesaria una gobernanza renovada. Con nuevos esquemas de organización, gobierno y financiación, un marco más flexible que permita mayor autonomía y diferenciación en la búsqueda de la excelencia y una gestión trasparente que rinda cuentas a la sociedad y al Estado.
Precisamos de una estrategia enfocada al desarrollo del talento, que asegure el desarrollo del potencial de todos; que facilite una formación de calidad accesible para todos; que atraiga a los mejores, con oferta en las dos lenguas internacionales más importantes, castellano e inglés, y que estimule la interacción universidad–empresa.
Esa estrategia debe partir de la integración plena de la tecnología digital. Las nuevas tecnologías son una gran oportunidad para innovar en la educación, tanto presencial como virtual, y en la investigación. Bien utilizada, la tecnología puede multiplicar el acceso a una formación de calidad.
En resumen: igualdad de oportunidades, diversidad, gobernanza renovada, flexibilidad y digitalización.
Habrá que afinar algunas de estas ideas, pero lo que nos reclama la sociedad es que lleguemos a acuerdos, y que logremos amplios apoyos, para construir –empezando por la educación— un futuro mejor y más justo, para todos.
Séneca decía: “no nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”.
Hay que atreverse.
**Ana Botín es presidenta del Banco Santander y de Universia