Íñigo Errejón toma la palabra, aunque ha estado a punto de perderla. “Quiero mandar un abrazo a los valientes compañeros voluntarios que han defendido el acto. Ellos aseguran que podamos seguir debatiendo en libertad”. Los voluntarios han detenido y expulsado a un grupo de falangistas que se han acercado al Templo de Debod -probablemente pensando que aquello es todavía el Cuartel de la Montaña-, donde Podemos ha montado un acto de campaña para hablar, atención, de cultura.
Unos treinta individuos con pancarta alusiva a Venezuela y al grito de: “Nuestra historia también cuenta”, han tratado de acabar con el único acto de campaña hasta la fecha dedicado a hablar de lo que no se habla en campaña. La organización los ha reconocido como del hogar social fascista. La policía se ha personado después del enfrentamiento que ha terminado con un voluntario zarandeado por los bárbaros. “Se empeñan en alimentar la campaña con el miedo, pero el miedo crea monstruos y nosotros vamos a sonreír para construir un país con toda su gente”, ha aclarado el lugarteniente de Pablo Iglesias.
El grupo ha entrado justo en el momento en el que tenía la palabra el escritor Carlos Pardo, que, premonitorio, decía: “Hay que volver a ocupar los espacios públicos como éste, vinculado tradicionalmente a la falange”. Entran en escena los jóvenes nazis y les responde: “Hay que reconquistar los espacios, aunque a algunos les joda”. El actor Pepe Viyuela tampoco dejó pasar la oportunidad: “Parece que hay gente muy inquieta y preocupada por lo que está pasando. Lo intuyen, son el NoDo. Qué vamos a hacer, que se aguanten. Estamos aquí porque la calle es nuestra, tanto como suya. No nos dan miedo”.
Arte popular
En el centro del escenario, alineado al atardecer con el templo egipcio, Íñigo Errejón, protagonista rodeado por la cultura que apoya al partido político: la fotógrafa Ouka Lele, la editora Donatella Iannuzzi, la actriz Rosana Pastor, además de Pardo y Viyuela, y el filósofo y maestro de ceremonias, Germán Cano. Carlos Pardo apunta en su discurso que la participación ciudadana en la cultura es esencial para acabar con la perversión de que alguien desde un despacho piense que puede “hacer arte popular”.
El arte del pueblo no está condicionado y atreverse a gobernar, dice, es atreverse a asumir movimientos contrarios a los oficiales. “Lo popular ha tratado de ser borrado para aniquilar su violencia, porque se opone a la cultura elitista de las clases superiores. A la cultura popular le pasa como a la democracia, que se hace desde abajo y debatiendo”, añade.
Para Pardo es inconcebible la intervención gubernamental en la cultura, para Errejón no tanto: “Vamos a necesitar un trabajo intelectual, cultural, pedagógico, vamos a necesitar la producción de nuevos símbolos”, asegura. ¿Se refiere a algo parecido a aquella vieja expresión, “ingenieros del alma”? “Eso significa que nos cuestione cuando no lo hagamos bien”, pero la cultura tiene la libertad para cuestionar en todo momento. “Un nuevo país necesita una nueva cultura, nuevas canciones, nuevos hitos”, explicó el dirigente, que pide la construcción de nuevos símbolos a la cultura. “Porque si esta historia no la escribimos nosotros, otros la escribirán”.
Cultura de acompañamiento
“Tenemos que ser capaces de fundar la cultura que acompañe al nuevo tiempo”, cuenta al casi millar de personas reunidas en el parque. “Hemos hecho algo nuevo: hemos hecho que la política sea sexy. Hemos recuperado el prestigio para la política”. Y para cerrar su intervención, reclamó a los creadores un compromiso con nuestros días, con “el cambio”: “Necesitamos con urgencia novelas que nos cuenten lo que está pasando en nuestro país, obras de arte, exposiciones de fotografía que reflejen cómo se movilizan las asociaciones de vecinos. Necesitamos dar cuenta de todo esto para no se borre. Sé que no estoy hablando de políticas para la cultura, hablo de la cultura que lleve más allá el cambio político”, terminó.
La tarde empezó con la poesía (sí, P-O-E-S-Í-A) de Bárbara Mingo, que habló del corazón al acecho, en el mismo lugar donde Mariano Rajoy inició su campaña hace una semana. Esta tarde hay versos en los altavoces que disputan el voto. Se agradece. “Nos van a preparar el corazón”, han dicho de ella al presentarla. Y todo es así, alegre, con una sonrisa.
Jazmín Beirak, diputada en la asamblea de la Comunidad de Madrid, insiste en la importancia de la accesibilidad a la cultura y habla de la apertura de puertas a los conciertos a los menores de edad, una experiencia que Podemos ha conquistado en la comunidad. “Todo proyecto de cambio tiene que tener la cultura como uno de sus resortes imprescindibles”, asegura.
El envoltorio es la cultura del buen rollo, pero el caramelo es agridulce. No es la ceja de Podemos, aseguran: “No hemos llamado a la cultura para que abrillante nuestro programa cultural, sino para que denuncien las demandas de sus sectores después del paso por las instituciones del PP, que ha sido como el de Atila”, dice Cano.
La cultura es identidad
El director de cine Daniel Guzmán, y Premio Goya, confirma esta situación en la industria cultural. Pero lo primero que pide a Errejón, micro en mano, es “separar la cultura del poder político, porque la cultura es un asunto de Estado” y debe ser inmune al partido que gobierne el país. “La cultura es importante porque genera pensamiento crítico y porque nos crea identidad como país. Ese es el orgullo patriota que muchos establecen como algo suyo”, añade.
Viyuela explica que “el PP ha sido un cáncer para el teatro”. Así lo ha vivido él, reconoce, “han lanzado un misil con virulencia y con premeditación”. “No se pueden hacer tantas cosas mal si no está calculado”. Cuenta los antecedentes, al citar cómo Rajoy “nos metió un gol por toda la escuadra” y al incluir a “un ser tan siniestro como Wert” con la consigna clara: “Cárgatelos”. “Él y Lassalle se pusieron a jodernos la vida y el sector”, dice.
Ouka Lele también lanzó sus reivindicaciones, con el retrovisor puesto en las políticas de la Transición: “Los años ochenta fueron gloriosos en España. El mundo entero hacía publicidad de España, yo tenía japoneses en mi estudio haciéndome reverencias. No creo que aquello fuera una idea de los políticos, porque el arte sale de la calle”.
Sin embargo, fue durante la segunda legislatura de Felipe González cuando se produjo un desembarco de capital extraordinario, que regó la cultura con ayudas para convertir las artes en el divertido disfraz de la nueva democracia. “Sueño con un mecenas que ame el arte, que pague al artista para que pueda trabajar. Los políticos tenéis que darle forma”. El sueño de la Cultura de la Transición, también genera monstruos.