Si de las israelitas dependiera, Pablo Iglesias hubiera sido presidente. Y lo fue durante dos horas, desde que se publicaron los sondeos de pie de urna hasta que comenzó el escrutinio. Unidos Podemos en la Moncloa entre las ocho y las diez de la tarde. Y, de repente, la realidad estaba a años luz de los sondeos difundidos por Tve, Abc y la Cope.
La encuesta a pie de urna encargada por el ente público a Sigma Dos otorgó a la coalición de izquierdas entre 91 y 95 escaños, que con los 81-85 del PSOE sumaban una mayoría ostensiblemente superior a la unión de PP y Ciudadanos, con (117-121) y (26-30) respectivamente. De hecho, las sillas de la izquierda lograban la mayoría absoluta. Todo ello pagado con 280.800 euros más IVA de las arcas públicas.
Según ha sabido este periódico a través de la Fundación Civio, los gastos del que ha sido uno de los pronósticos más ambiciosos de la democracia española -en cuanto al despliegue realizado- fueron acometidos por Rtve y la Forta (Federación de Organismos de Radio y Televisión Autonómicas). El coste final, a tenor del contrato, podría descender en base a los errores cometidos por Sigma Dos, pero por un máximo del 7,5% sobre el total.
El fiasco de las israelitas
Pero, ¿por qué han fallado las encuestas israelitas? Jordi Rodríguez Virgili, experto en Comunicación Política de la Universidad de Navarra, apunta a la voluntad de los encuestados como la principal causa del desacierto: “Hay un voto oculto muy alto. En este caso, creo que quienes votaron a los partidos tradicionales no quisieron decirlo. Otros, simplemente no quieren hacer público su voto y por eso mienten. Por otro lado, tomar la muestra es más complicado que en una encuesta convencional”.
El presidente de la Asociación de Comunicación Política, David Redoli, coincide en que "en estas encuestas siempre se da un 'efecto estigma'. Muy pocos se atreven a decir lo que realmente han votado. Intentamos ser políticamente correctos o decir lo que creemos que el encuestador quiere escuchar”.
Un mal generalizado
Los errores no sólo han campado a sus anchas en las encuestas israelitas. Si echamos la vista atrás, ninguna de las encuestas publicadas la última semana se acerca a lo sucedido este domingo. Ni siquiera acertaban en el orden de los partidos. Sigma Dos, el 19 de junio, daba al PP un 3% menos de los votos finalmente logrados, más de un 3% a lo cosechado por Unidos Podemos, un 2% menos al PSOE y un 1% de más a Ciudadanos. Algo parecido ocurrió con Metroscopia. El día 18 predijo un 29% de votos para el PP frente al 33% actual; un 5% más para Podemos; un 2% menos para el PSOE y un punto y medio más a Ciudadanos.
El CIS de la segunda semana de junio también sobrestimó a los nuevos partidos y minusvaloró al bipartidismo. Otro tanto, con la última encuesta publicada por EL ESPAÑOL: menos de lo conseguido para PP y PSOE, más para Unidos Podemos y Ciudadanos. Las encuestas no pueden hacer magia y nunca lo han hecho. Es muy complicado acertar el número de escaños. Pero esta vez tampoco han sabido esbozar las tendencias: el frenazo de Podemos, la caída de Ciudadanos y el fuerte repunte del PP no han aparecido en ningún sitio. Pero, ¿por qué fracasan las encuestas?
Los cinco días prohibidos
La legislación española impide a los medios de comunicación publicar encuestas durante los últimos cinco días antes de la cita con las urnas. Esto impide a las casas demoscópicas tener en cuenta los cambios de opinión suscitados en los días más importantes de la campaña.
Rodríguez Virgili considera esta ley “demasiado paternalista” y apuesta por cambiarla: “Este texto legislativo tutela la democracia e impide analizar los días más interesantes. Las fotos se quedan viejas. ¿Ha podido influir el ‘brexit’? No lo sabemos. La norma está anticuada y castiga los sondeos. Convendría cambiarla”.
Redoli lo considera un impedimento nada desdeñable: “En un escenario de incertidumbre como al que nos enfrentábamos, este factor cobra todavía más importancia porque hay mucho votante indeciso que cambia de opinión a última hora”.
Las encuestas son una fotografía
Aunque la tecnología más avanzada permite a algunos teléfonos móviles hacer fotografías en movimiento, las predicciones electorales captan una imagen fija, una instantánea tradicional. De ahí que no retraten los movimientos del antes y el después. Si a esto sumamos la prohibición establecida de no publicar sondeos durante los últimos cinco días, acertar se torna todavía más difícil.
“Las encuestas son una foto fija, pero si cruzamos varios sondeos, deberíamos adivinar las tendencias. Para eso están las variables como el recuerdo de voto o el perfil del entrevistado. Juntando varias fotos, podemos ver algo de la película. Y en este caso, no ha sido así. Han fallado. La recuperación del PP se pronosticó a menor escala y el ‘sorpasso’ no ha existido”, cuenta Rodríguez Virgili.
“Creo que las encuestas son certeras –sigue Redoli–, pero certeras en relación al momento que captan. Lo que no se puede es hacer magia. En un día pueden pasar muchas cosas. Y en cinco, todavía más”.
La diferencia entre lo que se dice y lo que se hace
Cuando a uno le llaman por teléfono para preguntarle quién va a votar, la respuesta es espontánea, incluso irreflexiva. Cohibido por el hecho de hacer público su voto, muchos apuestan por lo políticamente correcto, escondiendo su intención real. O, quizá, simplemente diga lo que verdaderamente piensa, pero cambie de opinión a última hora.
¿Es cómodo decir que uno va a votar al PP a pesar de los escándalos de corrupción que llena portadas día tras día? ¿Es fácil mostrar apoyo a Podemos cuando muchos los tachan de bolivarianos y comunistas? Estas preguntas pueden llevar al encuestado a decir algo que luego no hará. A todo esto habría que sumar que entre el 15% y el 30% de los preguntados por el CIS declinan mostrar su voto, siendo la negación a la respuesta una de las más altas del barómetro.
“Aquí está la clave. Y más en estas elecciones, donde el factor emocional ha sido crucial. El miedo vuelve a la gente más conservadora. Virgencita, virgencita, que me quede como estoy. La estela del Brexit y la campaña del PP, el ‘cuidado que viene Podemos’, han jugado un papel importantísimo”, apunta Redoli.
“Muchos mienten por diversas razones. Otros están indecisos. En base al recuerdo de voto y otras variables las encuestas deberían detectar estos movimientos y corregirlos, en la medida de lo posible, por medio de algunas ponderaciones. ¿Quiénes responden qué y por qué?”, resume Rodríguez Virgili.
El 'wagon effect'
En 1848, Dan Rice –un bufón de Abraham Lincoln– utilizó su vagón de circo para llevar al mayor número de ciudadanos posible a los mítines de Zachary Taylor, duodécimo presidente de los Estados Unidos. Todos querían estar en el vagón, todos querían subirse al carro, muchos sin siquiera conocer el programa de Taylor.
“Esto sigue ocurriendo. Existe mucho votante indeciso que vota al que está mandando. En este caso, muchos han apostado por formar un Gobierno lo antes posible y, para eso, lo más fácil era votar al PP”, relata el presidente de ACOP.
“Este efecto existe, pero también sucede el contrario. Cuando una encuesta da un gran resultado a un partido, muchos votantes apuestan por la alternativa contraria. En el caso del PP, ha triunfado el ‘wagon effect’, pero en Unidos Podemos, al revés. Aquí ha jugado un papel importante el ‘brexit’. Cuando hay mucha incertidumbre, la gente se agarra a la estabilidad, a la seriedad de la que presume el PP”, explica el experto en Comunicación Política de la Universidad de Navarra.
La abstención y Unidos Podemos
Los directores de Gad3 y Sigma Dos han achacado a “la abstención de un millón de votantes de Unidos Podemos” el fracaso de sus sondeos. “Si diéramos esta cifra a la coalición de izquierdas, las encuestas se aproximarían mucho al resultado electoral”.
“Claro, pero esto es un factor explicativo, no la causa. El gran fallo de las encuestas ha sido no testar las tendencias. Pero, ¿por qué ha ocurrido? Es una buena pregunta. En cuanto a la abstención de los votantes de Podemos, creo que les ha jugado una mala pasada algunos de sus Ayuntamientos. Prometían lo mejor y quizá muchos no lo hayan percibido. Por otro lado, España ya demostró en el 2000 –cuando se estrecharon las relaciones entre PSOE e IU– que no es un país de extrema izquierda”, afirma Rodríguez Virgili.
“Creo que ha sido la impostura lo que ha llevado a muchos votantes de Unidos Podemos a quedarse en casa. ¿Traes la revolución o vienes a sustituir al PSOE en las posiciones socialdemócratas? Las dos cosas a la vez, no se puede. Se han transformado mucho en cuatro meses y eso les ha pasado factura”, termina Redoli.