Los datos son claros. Las diferencias en el seno del frágil acuerdo entre la coalición Junts pel Si (JxS) y la CUP les pueden pasar factura. En unas hipotéticas nuevas elecciones los partidos independentistas lo tendrían difícil para sostener la mayoría absoluta que les ha permitido en los últimos cinco meses dirigir la Generalitat de Cataluña. Una encuesta del barómetro del CEO, equivalente al CIS en Cataluña, ha desvelado dos datos relevantes para el momento político que se vive en la comunidad catalana.
Uno de ellos habla de la pérdida de confianza que sufrirán ambos partidos. Junts pel Si ganaría de nuevo las elecciones con 60-62 diputados, el mismo resultado que en las elecciones del pasado 27 de septiembre. Sin embargo, el gran damnificado sería su principal socio, el partido de los anticapitalistas de la CUP, quienes no revalidarían los 10 escaños. Su presencia en el Parlament bajaría hasta los 6 o los 8 diputados. De ese modo, la mayoría absoluta separatista peligraría, pues esta se consigue en el Parlament superando los 68.
En cambio, el principal beneficiado sería Catalunya Sí que es Pot (CSP), la coalición que presentan Podemos e ICV, subiendo hasta los 20-22 diputados y convirtiéndose en la segunda fuerza política de la comunidad. Ahora mismo tienen 11 escaños en su haber. También se confirmaría la pérdida de fuelle de Ciudadanos en su principal bastión, donde ahora mismo cuentan con 25 escaños. La encuesta les atribuye entre 18 y 21.
Subida del independentismo
No es el único dato interesante que ha arrojado el barómetro del CIS catalán. Por primera vez en uno de los barómetros del CEO los partidarios de la independencia superan a los detractores. De ese modo, un 47,7% apoyarían la escisión de España, mientras que el 42,4% optaría por la permanencia. La primera vez que se preguntó en una encuesta acerca de la independencia de Cataluña fue en febrero del año 2015. Y desde entonces nunca se había impuesto la opción independentista. Los resultados contrastan con los que salieron a la luz en marzo, cuando se publicó el último barómetro. En aquel momento, se produjo un empate técnico con el 45% para cada opción.
A principios del pasado mes de junio se confirmó lo que venía a ser el epílogo de una relación política que nació con un dudoso acuerdo in extremis entre dos formaciones antagonistas en Cataluña, pero con el frente común de la independencia. El acuerdo de Junts Pel Si y la CUP para investir a Carles Puigdemont al frente del gobierno de la Generalitat catalana daba alas en el último minuto al independentismo en la región, pero el acuerdo nacía con complicaciones.
Un acuerdo frágil entre polos opuestos
Entonces, Artur Mas se hizo a un lado y se llevó a cabo el pacto que dio lugar in extremis a un gobierno que llegaba tres meses después de las elecciones del 27 de septiembre. El partido de la llamada burguesía catalana y tradicional adalid de la catalanidad en Cataluña desde hace bastantes décadas llegaba a un acuerdo con los anticapitalistas de la CUP y la legislatura echaba a andar.
El acuerdo que ambas partes suscribían en enero dejaba a la CUP en una posición delicada, a merced de la coalición formada por Esquerra Republicana de Catalunya y Convergencia. En aquel documento, la CUP se comprometía a que dos de sus 10 diputados se incorporarían de manera estable a la dinámica del partido que iba a tomar el control del Govern. De ese modo, Puigdemont apuntalaba su posición al frente de la Generalitat, dotándola de una cierta estabilidad.
En aquel texto, los parlamentarios de la CUP quedaban obligados a “no votar en ningún caso en el mismo sentido que los grupos parlamentarios contrarios al 'procés' y/o el derecho a decidir cuando esté en riesgo la estabilidad parlamentaria". En aquellos días muchos de los partidarios del partido asambleario mostraron su descontento con el pacto. Sobre el papel, dos fuerzas totalmente contrarias en sus planteamientos e ideología estaban poniéndose de acuerdo.
La inflexión: los presupuestos de la Generalitat
Sin embargo, el espejismo de la estabilidad iba llegando a su fin conforme en el calendario del Parlament se acercaba la votación para aprobar los Presupuestos Generales de la comunidad. La CUP impuso una enmienda a la totalidad de los presupuestos y de ahí no se movió. Los presupuestos del Govern quedaban en el aire y con ellos, el pacto de legislatura.
La situación ponía de manifiesto una vez más la fragilidad política del nuevo ejecutivo de la Generalitat. Hace apenas cinco meses que inició su programa de gobierno y menos de un año desde las últimas elecciones. Ahora, Carles Puigdemont, el president y delfín de Artur Mas, ha paralizado el gobierno en pos de una moción de confianza que ha anunciado para septiembre. De no salir adelante, se abriría un nuevo proceso que culminaría en las cuartas elecciones en cinco años en la comunidad catalana.
Entretanto, los problemas internos sacuden a la CUP. Es una organización dividida en dos facciones diferenciadas: la facción anticapitalista, representada por el grupo Endavant, y la facción independentista, principalmente encabezada por Poble Lliure. Esta última llamaba hace unas semanas a renovar con urgencia la dirección de la formación para superar las “contradicciones” internas. Esto concuerda con otro dato de las encuestas del CEO según el cual dos de las caras más visibles del partido en el Parlament están ahora peor valorados por los catalanes. La portavoz del grupo anticapitalista, Anna Gabriel, ha reducido su nota del 4,9 al 3,64. Por su parte, el diputado Benet Salellas baja del 5,16 al 4,4.
Mientras tanto, Ada Colau y los suyos se mantienen en un segundo plano. Manteniendo su premisa de, al menos, ofrecer un referéndum independentista, la opción de la coalición ha robustecido su posición en Cataluña. En las elecciones del pasado septiembre, Catalunya Sí que es Pot -formada por ICV, Podemos y otras formaciones- se quedó en 11 escaños. Ahora, si esa coalición -ya con En Comú dentro- se presentase a los comicios autonómicos, obtendría entre 20 y 22 asientos en el Parlament.
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