“Dice un compadre mío una frase que es muy cierta: los mineros no ahorran para las vacaciones. Los mineros ahorran para estar preparados cuando llega la huelga”. Sergio Díaz Álvarez tiene 36 años, una hernia cervical, dos hernias lumbares, las dos muñecas operadas y principios de artrosis en las rodillas y en las caderas. “El médico me dice que me tengo que cuidar, que como siga así, a los cuarenta voy a tener la espalda como un viejo de ochenta años”.
(Vídeo: Jorge Barreno)
Desde que entró en la minería, Sergio trabajó en tres empresas diferentes en la comarca de Villablino, localidad minera de pro, 60 kilómetros al norte de Ponferrada. Su padre y su abuelo lucharon toda su vida con picos, palas, detonadores y barrenos contra la piedra buscando ese oro negro que dinamizaba la zona. Como el resto de jóvenes en el valle, Sergio da continuidad a la estirpe. Es carbón, y no sangre, lo que corre por sus venas.
“Te crías desde la cuna con la minería”. Sergio se levantaba a las cuatro de la mañana, desayunaba fuerte le daba un beso a su chica y a sus hijos y se iba rápido para la mina. Era un trabajo duro, pero a él le gustaba. La luna aun no había desaparecido del cielo cuando cogía sus herramientas y se sumergía en una oscuridad todavía más profunda. No salía de allí hasta 9 o 10 horas después.
El esfuerzo tenía su contrapartida: un buen sueldo, más de 2.000 euros al mes, y la capacidad para mantener a su mujer y sus dos hijos, (“los guajes”, como él dice). Eran otros tiempos en el valle. Entonces, no solo el interior de las montañas era el que hacía temblar Villablino. También vibraba su gente, henchida de ganas de vida.
Esa época se advierte ya lejana, como un sueño que ya no se recuerda. El pueblo de Sergio lleva tiempo muriendo poco a poco. La puntilla llegó esta semana. Hijos de Baldomero García S. A., la última empresa minera de la zona que no había entrado en ERE, echaba el cierre y suspendía el contrato de los 40 trabajadores temporales y de los 20 fijos que le quedaban. Vilo, buen amigo de Sergio, es uno de ellos. Su mirada resignada es la de quien sabe y lamenta que la debacle del sector es irreversible.
“No es ni la sombra de lo que fue”
El 17 de octubre de 1979 una explosión de gas grisú en la mina de Caboalles de Abajo provocó la tragedia. “Fueron once mineros los que se mataron. Y ese día nací yo”, murmura Omar García Álvarez, de Comisiones Obreras en Laciana. Su familia es arquetipo en la zona: “Mi padre fue minero antes que yo, y mi abuelo antes que él; y antes, mi bisabuelo”, expone con orgullo. Esa herencia familiar tan arraigada es lo que ha hecho de la comarca de Villablino lo que es: un lugar en el que el carbón se convierte en único pan que llevarse a la boca. Sin él, nada les quedaba a sus habitantes. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo. “Da mucha pena ver como está la comarca. Esto no es ni la sombra de lo que fue”.
Sergio, Omar y Vilo pasaron la mañana del jueves encabezando una protesta minera en el puerto de Avilés. Un cargamento de carbón importado iba a comenzar a distribuirse desde allí. Con ellos, 350 obreros de la empresa Astur Leonesa, que se encuentra en expediente de regulación de empleo desde el pasado mes de julio. No es la única protesta. El día 13 de junio, cuatro mineros de la empresa Hullera Vasco Leonesa se encerraron en el Pozo Aurelio, a 250 metros de profundidad, para protestar por el acuerdo de cierre de la zona explotada. Elías, Sócrates, Álvaro y Daniel permanecieron 19 días bajo tierra, dos de ellos en huelga de hambre.
A las tres y media de la tarde, los tres reposan sentados en la terraza de un bar en delante del ayuntamiento de Villablino. Acaban de llegar de Asturias. Tras la comida, apuran el licor café y el cigarro bajo un cielo gris metálico. Delante de ellos, tres gigantes de bronce negro, alzados sobre un podio de roca, elevan al cielo las piquetas por encima de sus cascos. La escultura, erguida en el corazón del pueblo, es el paradigma de sus habitantes, un emblema sacramental que habla de la región. La minería no se entiende sin Villablino y viceversa.
Por eso, el estado de decadencia de las minas les preocupa. Es una metáfora perfecta, no solo de las gentes del pueblo, sino también de un sector abandonado a su suerte. “La cuestión aquí es que tenemos la materia, tenemos la gente, pero no nos dejan sacarla”, subraya Sergio. “Si todas las toneladas de carbón que se queman en España fueran de carbón nacional, no daban abasto”, critica Omar. Esa tarde volverán a los rincones en los que empezaron su aventura bajo tierra hace años. Antaño humeantes y recias, las instalaciones mineras envejecen mal y sin cuidados paliativos, como una enorme bestia caduca de hierros y raíles comidos por el óxido.
Muerte por carbón extranjero
El río Sil se abre paso entre los montes de Ponferrada justo antes de llegar a Villablino. En las pendientes que corta, los residuos del carbón sustituyen a la roca y a la arena. Un paisaje de montañas negras y verdes dan la bienvenida a una de las localidades más importantes de la minería española en los últimos treinta años. Hoy la región languidece.
La minería del carbón ha entrado en una espiral de abandono que se ha traducido en el declive de la mayoría de las empresas mineras del país. Tiempo atrás, la comarca de Laciana, casi en la frontera con Asturias, rebosaba vida por los cuatro costados. “Tenían que venir gallegos, caboverdianos, portugueses, asturianos...” . Hace 20 años había unas quince minas en la zona. Muchas de ellas se marchitan ahora a un lado y otro del valle.
Las localidades con yacimientos mineros han perdido 52.000 habitantes en las dos últimas décadas. Según los datos del INE, en la comarca de la Laciana vivían 15.628 personas en el año 1991. Allí, la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) no solo era la empresa más importante del valle. Se trataba de la principal empresa del sector a nivel europeo.
Con los cierres vino la inmigración. Ahora quedan 9509 personas viviendo en la comarca. “Desde la marcha negra de 2012 todo ha sido caída, caída, caída… Hasta que nos hemos quedado en el olvido”, lamenta el alcalde de Villablino, Mario Rivas López. Los bares, los comercios, todos los negocios de la región dependían, de una forma o de otra, del buen hacer de los mineros y de la buena marcha de sus actividades.
El corregidor lo sabe: la solución al problema es complicada, por no decir imposible. Según los datos de la Encuesta de Población Activa del año 2015, quedan 2.900 mineros en toda España. En 1987, 45.000 mineros trabajaban repartidos por toda la orografía española. La destrucción de puestos de trabajo ha castigado al sector de un modo fulminante. Tanto que ya solo son unos 500 los que resisten todavía en la comarca de la Laciana.
“El carbón que se quema en España se va a seguir quemando. Y los planes que se han hecho no han servido para revitalizar nada”, explica Rivas. Hace tres años el sector parecía ver la luz con el llamado “Plan del Carbón”. En un intento de revitalización, se garantizaba que un 7,5 % de la energía producida en España tendría que proceder del carbón nacional. Sin embargo, los datos de Comisiones Obreras lo sitúan ahora en menos del 3 %. Según el sindicato, las compañías producen cada vez menos,venden cada vez menos, y tienen a menos personas en plantilla que cuando se pretendió relanzar el sector con ese plan. Omar critica eso con dureza. “Desde aquí, a las grandes empresas se ofrece el carbón al mismo precio que el que compran de fuera. Y tampoco lo quieren”.
“Yo aquí era feliz”
La jaula, como la llama Omar, es una plataforma de hierros, raíles, tornillos y cadenas situada en el centro de la hoy abandonada mina Calderón, antes explotada por la Minero Siderúrgica de Ponferrada y después por Astur Leonesa. Los trabajadores, subidos en la plataforma ascensor, se perdían en el descenso hasta las profundidades del yacimiento. Omar recuerda cuando su padre le llevó allí para que conociera por primera vez la mina. Años después Omar asistía a las asambleas obreras junto a sus compañeros de trabajo en esa misma sala. Un agua negra ocupa ahora el lugar por el que antes descendían los trabajadores. “Aquí trabajaba mi abuelo y mi padre, y despues yo”, recuerda Omar mientras recorre los escombros con la mirada. “Yo aquí era feliz. Había mucho compañerismo, no había problemas… La gente venía a gusto a trabajar...”. A su lado, Sergio calla. Juntos caminan en silencio y observan.
Un manto de hojas secas, cristales rotos, y taquillas abiertas se apodera de los vestuarios. Muchos de los cascos y los monos de trabajo todavía siguen colgados de sus perchas, como esperando a que sus dueños vuelvan a por ellos. Pero hace años que no hay nadie. Solo los raíles oxidados, que recorren solitarios la mina hasta llegar a la entrada de la gruta, donde se pierden por encima del riachuelo que surge de la montaña. “Da una pena de la ostia ver todo así”, lamenta Sergio.
Pese al peligro que supone trabajar en una mina, los dos siempre han amado su trabajo. El esfuerzo físico y psicológico es enorme. Por ello, los obreros cuentan con un régimen especial: empiezan a jubilares a los 42 años. Las afecciones se producen en muchas partes distintas del cuerpo: los pulmones, afectados por los vapores; las articulaciones y la espalda, por el esfuerzo; las muñecas, por la taladradora...“A quienes nos critican en ese aspecto, les invito a que entren en la mina, a que pasen un día ahí dentro, con el peligro que conlleva”, desafía Sergio. Y una vez más el y Omar, amigos de la infancia, se pierden en el interior del túnel, ahora abandonado.
En el interior de la mina
“Ahí dentro es la oscuridad total. Estás fuera del mundo”, alerta Sergio.“En una visita con mi abuelo, nada más entrar mi tío dijo que la mina no era para él”, señala Omar. Cuesta guiarse en la penumbra, aun con la luz del móvil encendida. El frío, la falta de aire y el terreno irregular lo hacen todo más complicado.
De pronto, Omar coge una pala negra abandonada apoyada en una de las paredes de la mina. Tras avisar, golpea con ella el techo unos metros más adelante de su cabeza y, al punto, un trozo de roca considerable se desprende partiéndose contra el suelo. “¿Ves? Ese es el peligro que hay aquí. Y esa era de las pequeñas”.
Los accidentes son algo con lo que los mineros tienen que aprender a convivir en los túneles. En una ocasión, Omar estaba colocando barrenos en uno de los tramos abiertos. Se encontraba solo. “Noté algo que me empujaba desde arriba, que me aplastaba, que me apresaba. Llevaba la pala y me la clavaba en el pecho. Arrastrando, arrastrando, conseguí salir de allí”. La situación ha sido vivida por muchos. “En esas situaciones solo ves hacia delante. No ves el bloque de carbón que te aplasta desde arriba. Solo lo sientes”. El cuerpo de Omar, como el de Sergio, está más maltratado que el de cualquier persona de su edad. “Ya tengo una hernia de disco y las rodillas destrozadas”. Siempre son las articulaciones y la espalda se llevan siempre la peor parte. “En una ocasión, a un compañero le cayó una piedra encima de la pierna. Le rompió la tibia y el peroné”. Omar trabajaba como barrenista, y más de una vez se vio en situaciones comprometidas. “Te puede pasar de todo. Hay barrenistas que han fallecido. Un estallido de grisú, un cartucho de dinamita que no estalla...”.
La luz al final del túnel
“¿Te imaginas que España entera dependiera de una empresa? ¿Y que esa empresa fuera a cierre? En proporción, es lo que ocurre aquí”, explica Omar. Un cierre “paulatino” es algo a lo que Sergio no se aparta. Pero lo que sí lamenta es que exista un doble discurso. “Los políticos nos venden que hay que cerrar las minas por la transición energética. Pero las grandes empresas se están trayendo ese mismo carbón desde fuera: colombiano, surafricano, chino, ruso… Nos venden cinco motos”.
Vilo se va a marchar del pueblo. Después de perder su trabajo, allí ya no le queda nada. “Intentaré buscarme algo de lo que sea. En el carbón ya se ve que es imposible”. También la familia de Sergio depende de su trabajo en un sector cuya llama se está extinguiendo. “Mi mujer y mis hijos dependen absolutamente de esto. Si no sigo en la mina, quizás también me tenga que ir de aquí”.
En Villablino las camisas rojas de los mineros solo esperan un milagro de Santa Bárbara, su patrona. Así las cosas, ya solo ella podría conseguir que el carbón volviera a brotar de la montaña. Ya solo ella podría recuperar la riqueza del valle. Ya solo ella obraría el milagro de que los mineros volviesen a entrar de madrugada en las minas para salir, horas después, cansados y contentos de regresar a casa con el rostro teñido de negro.