Agosto ha secado Vallecas. Treinta grados han dejado moribunda la avenida de la Albufera. Jorge Collantes desmonta una papelera en Puerto Canfranc, una calle que serpentea hacia el interior desde la arteria del barrio. Lleva haciéndolo 21 años. A veces con carro, otras en coche, pero siempre en Vallecas.
Acaban de dar las doce. La voz de Albert Rivera sale del bolsillo del polo fosforito de Jorge, por donde sobresale su teléfono móvil. Así escucha la radio de siete a dos por las mañanas. “Sólo de lunes a viernes, el turno de finde no me toca”. Por ese altavoz -y desde cualquier emisora- se dirigen a él y a todos los que visten escoba y uniforme amarillo verdoso los políticos madrileños. A uno y a otro lado de la trinchera repiten: “Madrid está sucia”. Entonces, aunque metafórica, cae más mierda sobre la acera y sobre su trabajo.
“¿Sabes qué es lo peor? Que siempre que lo dicen tienen razón”, relata Jorge mientras empuja su carro. “Perdona que no pueda pararme a charlar. Podemos comentar cualquier cosa, pero tengo que seguir el recorrido porque de vez en cuando pasan a supervisar”.
"No hay suficientes barrenderos para Madrid"
¿Le gusta su oficio? “Después de tanto tiempo, no me lo planteo mucho, pero sí. Cuando termino una calle me da satisfacción mirar atrás y verla limpia”, responde. Se gira y contempla los más de quinientos metros de acera que lleva barridos. “Entré aquí cuando tenía 23 años. El abuelo de mi expareja era encargado y me lo ofreció. Empecé en el turno de fin de semana, luego pasé al normal. Después vinieron los hijos… Todo va muy rápido y no te planteas cambiar”.
“Madrid no es más sucia que otras ciudades ni los madrileños somos más guarros que el resto. El problema es fácil y sencillo: no hay suficientes barrenderos para dejar limpia la ciudad”, sintetiza Jorge.
La premisa enunciada por quien conoce el problema desde dentro ha sido aceptada por todos los grupos políticos. Tanto Carmena y el PSOE como Ciudadanos sitúan el origen en Ana Botella. La divergencia llega cuando naranjas y populares echan en cara a la alcaldesa no estar haciendo lo suficiente por solventar la crisis.
Los contratos de Botella atan a Carmena
En 2013, Botella acumuló 39 servicios en un solo contrato. El precio de la licitación original fue de 2.317 millones de euros, pero la competencia entre las empresas pujantes lo redujo a 1.944. El Consistorio se ahorró con la nueva gestión de las basuras un 23,7%. Salieron victoriosas Ferrovial, Sacyr, OHL y FCC, actuales adjudicatarias. Pero vino la reducción de plantillas.
Con el actual contrato, que no caduca hasta 2021, Madrid perdió más de 2.000 barrenderos, pasando de 6.315 a 4.312. El acuerdo tiene una trampa: no exige un número mínimo de barrenderos en las calles. Por eso las empresas recortaron el personal una vez ganaron el concurso. ¿Por qué no contrata más empleados de limpieza el Ayuntamiento por otro lado? Un portavoz de Ahora Madrid explica que la ley no permite generar más de un contrato para un mismo servicio. Los "desastres integrales" -así llaman los de Carmena a lo firmado por Botella- sólo pueden mantenerse o rescindirse.
Luego llegaron los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE), que restaban más de 400 barrenderos en determinados periodos del año. En un abrir y cerrar de ojos Madrid se había quedado sin la mitad de sus efectivos de limpieza. Ahora, el Ayuntamiento ha logrado convencer a las empresas para que denieguen los ERTE, pero “faltan 2.000 barrenderos”, apuntilla Jorge. Aproximadamente, la ciudad cuenta en estos momentos con 4.800 frente a los más de 6.000 de hace tres años.
“Claro, y no son sólo los ERTE. Llegan las vacaciones y ¿qué pasa? Las contrataciones no aumentan en la medida en la que deberían y se hace un agujero todavía más grande. Esto tiene que acabar. La gente nos grita y nos dice que no limpiamos donde deberíamos, pero oiga, es que no llegamos”, lamenta este barrendero de brazos gruesos y tatuados.
¿Qué puede hacer Carmena?
La oposición dice que Carmena no hace nada y ella se agarra al límite de los contratos rígidos de Botella, que no puede romper. “No sé qué pensar. Que se ponga las pilas. Seguro que puede hacer mucho más. No sé quién le asesora y no voy a ser yo quien lo haga, que ni siquiera tengo estudios. Pero conseguí por mi cuenta algunos de los contratos y estuve revisándolos. Hay cosas que no se cumplen. Oiga, oblígueles a hacerlo y si no, rescíndalos”.
En más de una ocasión, Ahora Madrid ha apostado por remunicipalizar, como hizo con la funeraria. En este caso, romper el contrato podría ocasionar un duro golpe económico al Consistorio. “Ya no sé qué pensar. Aunque lo que tengamos que pagar por el cese sea mucho, seguro que es menos de lo que estamos perdiendo ahora. También es cierto que las empresas aceptaron sabiendo que no podían cumplir en esas condiciones. Así estamos”, discurre.
Los contratos integrales con estas empresas constan de dos partes: se les abona un 80% fijo y un 20% en variables en base a decenas de indicadores. Ahora Madrid dice haber endurecido la revisión y ya ha empezado a descontar dinero gracias a esta cláusula incluida en el contrato, pero Jorge y la oposición consideran que la presión que ejerce Carmena es laxa.
"Antes, Madrid era de lo más limpio de Europa"
Vamos cuesta arriba y la respiración de Jorge se entrecorta. “Es que no sabes lo que pesa esto”. ¿Cuánto? “Creo que algo más de diez kilos, pero el peso es variable en función de las bolsas que lleves, la basura que haya en el día, si las hojas están secas o mojadas…”.
Hace unos meses, Jorge estuvo en Cádiz. “En su naturaleza es una ciudad más sucia que Madrid, pero estaba más limpia. Qué pena me da. Hace diez años, viajabas y veías que la nuestra era una de las capitales más limpias de Europa, pero ahora no hay trabajadores que la barran. Los madrileños seguimos siendo más o menos guarros que la década pasada”, responde casi previendo la pregunta que se le iba a hacer.
"También puedo hacer de guía turístico"
“Perdone, una pregunta”. Un vecino para a Jorge. “¿Sabe dónde hay un cajero? ¿Y una farmacia?”. “El cajero más cercano está ahí –señala a la izquierda– pero es mejor que vaya hacia allá –le da las indicaciones pertinentes– porque podrá encontrar las dos cosas juntas”, le responde.
“También puedo hacer de guía turístico”, bromea. ¿Qué tal la relación con los vecinos? “Bueno, yo no soy partidario de ser muy charlatán, pero en líneas generales, bien”. A grandes rasgos y dejando fuera los grises de la paleta de colores, distingue dos tipos de personas en cuanto a su relación con los barrenderos: “Los hay muy educados y que incluso te dan las gracias por lo que estás haciendo. En cambio, también hay otros que se creen tus jefes y te piden que barras zonas concretas. ‘Para eso te pago’, me han llegado a decir”.
¿Cree que sirven de algo las campañas de concienciación? “Sinceramente, no. La única forma de que un niño aprenda a no tirar cosas al suelo es que no vea a sus padres hacerlo. Ejemplaridad, ese es el único remedio. Además, el Ayuntamiento gasta dinero en campañas de ese tipo en vez de poner más medios para limpiar la ciudad”.
"Cuando yo entré, nadie quería este trabajo"
Jorge empuja el carro hasta un patio interior. Hay varios árboles y sus umbrales están llenos de ramas y excrementos caninos. En una pared se lee: ‘Ni Dios ni amo’. “Antes, había más papeleras especializadas en cacas de perro, ahora las tenemos que recoger nosotros. No sólo las que están en el suelo, sino las que van a las basuras normales. Porque como ya no se ven casi las otras… He visto a compañeros a punto de vomitar. ¿Cómo podemos ver eso normal?”.
Son casi las dos. Como desde hace veinte años, Jorge va a dejar el carro y a cambiarse. ¿Ha mejorado la percepción social de los barrenderos? “Creo que no. Cuando yo entré, nadie quería estar en esto. Ahora no hay trabajo y muchos lo ven como un lujo. Somos mileuristas, cobramos puntualmente a fin de mes, disfrutamos de un buen horario... Simplemente es eso”.