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David Duaigües Romanov no vive en la Plaza Roja. Tampoco en el Palacio de Invierno. Al abrir su ventana no aparecen los brillantes colores del Kremlin, un edificio cuyo fulgor baña con luz dorada el cielo de Moscú. En su casa no hay zarinas, ni tampoco sirvientes que escancien el vino en salones de color ámbar, propios del Palacio de Catalina en San Petersburgo. David Duaigües tiene 52 años y vive en una casa de dos pisos ubicada en Torres de Segre, un pequeño pueblo de casi tres mil habitantes ubicado en Lleida, a 3.740 kilómetros de la capital de Rusia, una urbe que fue hogar de una dinastía perpetuada durante centurias. Son dos lugares, en principio, que no tienen nada que ver. Sin embargo, una especie de conexión astral le relaciona a él y a su familia con los últimos Romanov, Nicolás II de Rusia y sus hijos.
“Esto es algo muy serio”, asegura. David lleva años luchando contra todo por demostrar la legitimidad de su ascendencia. Pero 20 años, 30.000 euros y siete abogados después, David y su familia parece que van a rendir. Este mismo año un juez desestimó su demanda. Como la famosa familia, que sucumbió ejecutada ante el ímpetu y la rabia surgida de la revolución del Octubre Rojo, a David ahora le va a costar hacer frente a lo que él defiende como un derecho propio e inalienable. Su pasado es incierto, y ha luchado contra viento y marea por esclarecerlo.
El inicio de la investigación
Todo empezó en el año 1996. Por aquel entonces David todavía no sospechaba que su abuela podía ser la descendiente directa de última de los zares. Todo empezó con la búsqueda de la abuela perdida. “Siempre lo habíamos comentado en casa. Mi padre había dicho que algún día iríamos a buscarla”. Lo primero que hizo David fue llamar a la comisaría de Gerona, para que le enviasen el DNI de su abuela. “Me dijeron que si les llevaba los papeles que demostraban que yo era descendiente de aquella persona, que la buscarían”.
Pero David y su madre, Carme Martí, recibieron en la comisaría de Policía de Girona las peores noticias: la abuela había fallecido en el centro el 30 de agosto del año 1990. Concretamente en la residencia de ancianos Puig d´en Roca en Girona. Allí, la que figuraba como María Martí Juanola había pasado los últimos años de su vida. En el centro les dijeron que aquella señora era conocida como la rusa, o la “Romanov”. David no le dio muchas vueltas a aquello en aquel entonces. Dos años después comenzó a entender que, de alguna forma, las piezas de su puzle familiar podían encajar de una curiosa manera.
David lleva 20 años luchando contra la justicia por reivindicar sus nobles orígenes. La muerte del zar, ejecutado junto a su familia en plena revolución soviética, abría la guerra en la Rusia de 1917, dando paso a la sangre y al caos. No bien Lenin pisaba Moscú, llegado de su exilio suizo, las balas ya silbaban por el cielo de la ciudad. Un mundo, el de los zares, el de la monarquía del frío, el de un Antiguo Régimen prolongado en la gran Rusia durante trescientos años, se derrumbaba sin precedentes para dar paso al gobierno de las clases populares tuteladas por los bolcheviques. David se reclama a sí mismo como vestigio de ese pasado remoto. La sangre noble de los Romanov, dice, corre por sus venas.
El descubrimiento
Año 1998. David ojea el periódico La Vanguardia. Ese mismo año se encontraron los restos de la familia de los Romanov. El suceso copó algunas páginas de los medios durante aquellos meses. “Al ver las fotos, noté que tres o cuatro personas de nuestra familia tenían cierto parecido con los Romanov”. Se acordó entonces de su abuela, “la rusa”, y empezó a darle vueltas a todo. Fue entonces cuando tuvo claro que podía existir aquella conexión con la última y noble familia real de la rusia de principios de siglo XX. Desde entonces no ha cejado en su empeño por demostrarlo. El 12 de junio del año 2002 la madre de David aparecía en una pequeña noticia del diario La Vanguardia, en la que se la menciona como hipotética heredera de los zares. Rezaba así.
“Carme Martí nació en 1945 en Elna (Francia). Con sólo ocho meses fue entregada a un hospicio de Girona. Nunca ha sabido quién es su padre pero sí conoció a su madre. “Venía a verme de vez en cuando al hospicio”, recuerda. Las visitas se acabaron en 1957 sin ninguna explicación. Hace seis años sus hijos la animaron a buscar la pista de su madre, la supuesta hija del zar, y se encontraron ante un muro de goma, hecho de misterios, evasivas y silencio, del que sólo pudieron arrancar el dato mencionado más arriba. Había serias dudas sobre dónde había sido enterrada. Y aún faltaba la gran sorpresa. En 1998 cayó en manos de David Duaigües, el hijo mayor de Carme, un amplio reportaje en el “Magazine” de “La Vanguardia” sobre la vida de la familia del último zar de Rusia, que contenía fotos de María Nicolaieva Romanova. A partir de entonces iniciaron los trámites para exhumar el cadáver de la abuela de David”.
Los medios se empezaron a interesar por su caso. “Llamé a un periódico local. Le enseñé a las fotografías y se quedaron todos a cuadros”, asegura. Radios, revistas, Antena 3… David y su familia iban recibiendo a los medios para contarles las novedades de su caso, y para esgrimir su reivindicación: un origen único y nobiliario.
El juicio y las pruebas
En abril de este año, David y los suyos veían un halo de esperanza. El juzgado número siete de Girona admitía a trámite su demanda. Veinte años y 30.000 euros después, parecía que al final la ascendencia de su familia se iba a esclarecer.
David y su familia recabaron durante años un elenco de pruebas que les asociasen con los Romanov, Nicolás y su zarina Alexandra. Alekséi, quinto hijo del zar, sufría de hemofilia, la misma enfermedad que él, sus hermanos y sus padres padecen. Una consulta en el Hospital de Girona confirmó que ella, la que llamaban “la rusa” también la padecía.
Hace seis años logró la prueba de ADN. La consiguió gracias a un médico argentino, el doctor Gustavo Adolfo Penacino. El doctor comparó el ADN de la madre de David con el que la revista Public Library of Science había publicado de los Romanov. El resultado determinaba un parentesco cercano al 99%. Junto con eso, David aportaba múltiples comparaciones fotográficas entre miembros de su familia y los últimos vástagos de los Romanov.
El juez sin embargo, dictó un veredicto que David y su familia no esperaban. El 3 de mayo de este mismo año la sentencia resultaba negativa. El magistrado desestimaba la demanda con los siguientes argumentos.
David se defiende de esos argumentos. “En el fondo no quiere reconocer que no hay descendencia. Dice que no ve la firma, que no ve la fecha de la pruebaa del ADN, ni el sello, que no está escrito en español… Pero eso es mentira. Se entiende perfectamente lo que dice”, asegura.
El cansancio
La búsqueda insaciable de su pasado le ha costado muchas cosas a David. “Vivo peor ahora que entonces. Lo que me están haciendo es un delito de lesa humanidad y de derechos humanos. Emocionalmente me ha perjudicado”, lamenta. Durante todos estos años, David ha acudido, al menos a ocho jueces diferentes. “Todas fueron archivadas. En Gerona ha pasado por todos los juzgados. Ahora nos decidimos de presentarlo en Lleida”. Siete son los abogados que han llevado su caso durante los últimos 20 años. “Y todos pagados de mi bolsillo. El último me ha dicho que no quería perder el tiempo”.
Ahora David juega su último recurso. Se ha los ahorros de toda su vida en una persecución hacia atrás en el tiempo. A la desesperada, intentará que a la familia le concedan un abogado de oficio para continuar el caso. De todas maneras, reconoce que será complicado continuar las pesquisas por sus propios medios. “Un Mercedes sí que me podría haber comprado. Iré hasta el Tribunal de La Haya si hace falta. Pero si tengo que sacar más del bolsillo, ya no puede ser. Me he dejado todos mis ahorros”.
Los cuerpos de la familia real de los zares nunca fueron encontrados. El zar, su zarina Alexandra y sus cinco hijos fueron abatidos a tiros por los revolucionarios. Pasaron muchos años hasta que se supo algo de ellos. El 12 de abril de 1989 se confirmaba el hallazgo. Esa esperanza, de que en algún momento todo se aclare, es a lo que se aferran David y su familia.