A José Manuel Candón se le quedó la vida suspendida en el aire en febrero de 2011. Gritaba, se esforzaba por hacerse oír y se llevaba las manos a los ojos. No veía nada y sentía mucho frío. Cuatro compañeros suyos murieron. Candón, milagrosamente, logró sobrevivir, como también lo hizo el sargento Raúl González, al que conocía con el sobrenombre de Bull.
"Sentí el frescor de las aspas del helicóptero aterrizando sobre mí. Escuchaba a los sanitarios que estaban allí, que eran los que me salvaron la vida", explica el teniente Candón a EL ESPAÑOL. Aquel helicóptero le evacuó desde la base de El Goloso, en Hoyo del Manzanares -donde se desarrollaban las prácticas- hasta el hospital Gómez Ulla. Y entonces arrancó un rosario de operaciones (36 intervenciones) en las que se dibujaba su trayectoria vital.
Pero aquellos meses en el hospital se le emborronan en una nebulosa: "Te da la sensación de que te has despertado del coma minutos después del ataque, salvo por las pesadillas". Pese al coma, Candón tiene grabadas sensaciones, como el "agua muy fría" con la que le limpiaban.
El despertar
Al teniente le daba miedo el encuentro con sus hijos, un niño de 8 años y una niña de uno: "No quería que vieran cómo estaba". Porque su estado reflejaba un sinfín de limitaciones físicas: "No oía a medias, no veía… Mi preocupación era mover los dedos de las manos y de los pies, no quería estar paralítico. No sabía si iba a morir".
- ¿Cómo se soporta eso?
- No quieres desmoronarte tú, ni que lo hagan los de alrededor.
- ¿Y su mujer?
- Lloraba sin lágrimas.
"Si no hubiera sido por mi mujer, Juani, mis niños y la familia, no hubiera tirado para adelante", sostiene. Junto a ellos recuerda las primeras veces que se levantó de la cama, los paseos por el pasillo "arriba y abajo", las metas que iba superando a diario.
El deporte, una escapatoria
Como militar, Candón había estado destinado en Bosnia. El accidente de la explosión de El Goloso formaba parte de su proceso de instrucción en desactivación de minas antes de marcharse a Líbano. Buena parte de su vida giraba en torno al mundo castrense.
Pero había una inclinación sobre la que sentía debilidad y no quería abandonar: "Tenía pasión por la bicicleta y deseaba seguir haciendo deporte". Porque, dentro de su proceso permanente de rehabilitación, la bicicleta, correr y nadar suponen "una fuente de desahogo y de escape".
El 15% de visión que todavía conserva limita en buena medida su rutina diaria. "No tengo párpados -explica Candón, siempre cubriéndose la vista con unas gafas de sol- No puedo conducir y tampoco podría leer un libro sin el apoyo de una lupa".
Una limitación que influye en su afición por el deporte: "Cuando compito tengo que ir acompañado de un guía".
Rumbo a Alemania
El teniente ya había participado en algunas pruebas en España, pero este año se había marcado un objetivo mucho más ambicioso: el campeonato de Europa de triatlón Cross Xterra, celebrado en la localidad alemana de Zittau.
El entrenamiento físico era fundamental, pero el soporte logístico se presentaba como uno de los principales retos. Por ello, Candón puso en marcha una campaña de crowdfunding, en la que recaudó un total de 1.150 euros, lejos de los 8.000 que pretendía alcanzar. Pero eso no frenó su ambición de alcanzar la meta.
Él y Nicolás Arellano, sargento de Infantería de la Marina, recorrieron en coche casi 4.000 kilómetros para alcanzar Zittau. A bordo, el tándem con el que debían participar en la prueba y todo el material deportivo.
Campeones del triatlón
La prueba de triatlón a la que se enfrentaban Candón y Arellano es una de las más exigentes de Europa. No creían que pudieran terminar los 36 kilómetros que tenían que recorrer en bicicleta, con tramos de gran desnivel: "El tándem que llevábamos era muy justito, de gama media-baja", explica.
Sus temores casi se convierten en realidad tras 12 kilómetros: "Se nos rompieron varios platos y piñones y de 30 velocidades pasamos a 6". Pero, a pesar del material precario y de las "caídas y golpes" que sufrieron, lograron terminar esta parte de la prueba.
El kilómetro y medio que realizaron a nado no fueron especialmente complicados, explica el teniente Candón, pero sí que se encontraron con más problemas en la ruta a pie. Diez kilómetros en los que "si no había obstáculos, te los ponían ellos": "Había un tramo en el que teníamos que pasar corriendo sobre un arroyo, de piedra en piedra", relata. Su compañero Arellano, asegura, es el gran culpable de haber salvado todas las dificultades para alcanzar la meta en un tiempo ligeramente superior a las seis horas.
Vuelta a casa
Candón agradece el trato recibido durante toda la competición. "Cuando estábamos llegando a meta había mucha gente aplaudiendo y dándonos ánimos, parecía que fuésemos héroes de guerra", asegura.
Si el fin del recorrido fue emotivo -abrazados competidor y guía-, todavía más lo fue cuando se enteraron que habían quedado los primeros. Subieron al podio, convencidos de que se les haría un reconocimiento público de lo que habían conseguido -"¡Nunca nadie con discapacidad lo había hecho!"-. Pero en realidad se les entregó el diploma como ganadores en la categoría PT5. "¡¿Que somos campeones?!", exclamó.
Pero el mayor premio, asegura, fue el reconocimiento de otros españoles que habían participado en las categorías de élite. "Nos decían que éramos los pu*** jefes. ¿Eso se puede poner en el periódico?", comenta Candón riéndose. "¡Nosotros los jefes! -añade-. ¡Si eran ellos los que lo habían hecho en tres horas y media!".
José Manuel Candón habla ahora desde el sofá de su casa, en Chiclana de la Frontera, mientras come pipas y ve en televisión la Vuelta a España. "Desde aquí se ve todo muy distinto", comenta.
El próximo reto al que aspira es a participar en el campeonato mundial de Triatlón. La dificultad, como ha ocurrido en Europa, es la logística. Se celebra en Hawai y cada billete ronda los 3.000 euros: "Nos dicen que cómo vamos a faltar, pero el dinero es el que manda".