Rita Maestre y Ada Colau, una pinza que puede acabar con el reinado de Pablo Iglesias
Los movimientos de errejonistas y Colau se entienden en el marco de la crisis interna de un partido sin relato.
12 septiembre, 2016 02:29Noticias relacionadas
Al terminar la rueda de prensa, a Rita Maestre la rodean los periodistas y el show continúa. Esta semana ha estado más solicitada de lo habitual, en lo que a las confidencias se refiere. En una de ellas, Rita no dudó en contestar con una enigmática sonrisa: “Yo no sé lo que es un errejonista”. Esquivaba de ese modo las preguntas. No era para menos. Todas las miradas se centraban en ella tras la propuesta que ha reabierto las heridas que convierten a Podemos en un lugar separado en dos por un muro construido por los principales líderes: Íñigo Errejón y Pablo Iglesias.
Aunque Maestre lo niega, como todos, lo cierto es que el conflicto existe, y es patente en las formas, en las miradas y en los signos. El día anterior aseguró sin rodeos: “Me gustaría ser la candidata”. Iglesias respondió sin rodeos: “No comparto la opción de quienes anteponen nombres y fotografías a las propuestas y estoy convencido de que otros compañeros como Ramón y otros serán capaces de hacer propuestas que lleven hacia un debate mucho más interesante con la gente de los círculos en Madrid, que es la que debe protagonizar este proceso”. No le faltaba razón a Rita Maestre cuando el pasado jueves exhibía en un comunicado junto a Tania Sánchez un alegato reivindicativo sobre ellas mismas. Sin decirlo, gritaban al mundo que estaban yendo en serio, que quieren lograr la secretaría general de Madrid, que quieren asaltar los cielos de Podemos.
Ada Colau:“Hay un cierto estilo de Pablo Iglesias y el núcleo impulsor de Podemos con el que no conectamos. Me hacen sentir más catalana que nunca. Es una diferencia de estilo, personal y política. Barcelona en Comú no es Podemos. No lo ha sido nunca”.
Asaltar Madrid es algo más que asaltar Madrid. Supone hacerse con el control del embrión que el propio Iglesias alumbró tiempo atrás. Madrid es la zona cero, el germen del fenómeno que luego se extendió con rapidez a todo el país. Curiosamente, es en ese epicentro político donde Pablo Iglesias ha perdido más votos en las últimas elecciones. Errejón observa en la distancia; no dice nada pero teje sus hilos de modo que las piezas se sitúan en el lugar adecuado. E Iglesias, desde su trono de hierro, calla y transige. Al menos por el momento.
El derrumbe de la hipótesis Podemos
Hace meses que el consejo ciudadano autonómico de Podemos es un erial tras las dimisiones de distintos medios que terminaron por originar la guerra interna en el partido en Madrid. A esa hidra desmembrada le han salido ahora dos cabezas, las de Tania Sánchez y Rita Maestre, quienes aspiran en noviembre a hacerse con el mando de la secretaría general de Podemos en Madrid.
Lo que se pretende, según fuentes de entre los principales críticos del partido, no es otra cosa que frenar a eurodiputados, del sector más a la izquierda de Podemos como Miguel Urbán. "Lo que quieren es detener a los anticapis".
El aparente colegueo, antaño amistad desaforada, resulta tan fútil como tratar de advertir el reflejo de una sombra en el agua. Pero los movimientos gestados por Maestre la postulan como una futurible ante un Pablo Iglesias cuya prematura vejez (política) comienza a ser ya una realidad. El pasado mes de julio se reconoció agotado por el hecho de haber sobrellevado dos años frenéticos en los que, a golpe electoral, Podemos se ha convertido en un elemento más de la vida política española y ha quedado inserto en el imaginario cultural de la gente.
Hace meses que el consejo ciudadano autonómico de Podemos es un erial tras las dimisiones de distintos medios que terminaron por originar la guerra interna en el partido en Madrid.
Sin embargo, Iglesias dejó entrever que todavía no sabía cómo adaptar el partido a la pax romana que se vive tras unos comicios. Se entra en cuatro años de propuestas, de actividad parlamentaria. Como dijo hace mes y medio Iglesias: del frenesí a la “normalidad”, de la urna al escaño, de la bllitzkrieg a la guerra de posiciones.
Pero antes, de esa normalidad, el partido tendrá que acoger un nuevo Vistalegre. Lo han pedido los afines a Errejón, y con ello la posibilidad de alcanzar un cambio de rumbo en la formación. Tendría lugar, seguramente, a finales de este año o a principios del próximo. En esa asamblea quedarán determinadas muchas cosas: el afianzamiento del acuerdo con IU, la posible refundación, y el camino de la formación.
Entretanto, una tercera opción se está gestando en el seno de Podemos Madrid para optar a la candidatura de la secretaría. Uniendo Podemos es la opción lanzada entre los secretarios municipales de Meco y Valdemoro, Juan Arriola y Santiago Fernández. Con ellos está la concejal de Aranjuez Maribel Peralta. Todos ellos vinculados a los anticapitalistas, pero alejados del influjo de Maestre.
Colau o el efecto contagio
Cuando el pasado mes de marzo salía a la luz el libro de Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona no desvelaba nada al revelar sus ya conocidas diferencias con Pablo iglesias, el líder de Podemos. En realidad la guerra llevaba meses urdiéndose de forma soterrada entre los principales nombres de la organización. Los selfies en el ascensor, los abrazos en los discursos, los puños en alto, los besos en la tribuna no son más que un telón que cae revestido de un cliché que impide ver lo que en realidad ocurre entre bambalinas: las facciones enfrentadas en el seno de la organización.
En aquel entonces Colau, cuya elocuencia ha ido siempre ligada a una espontánea sinceridad, puso el dedo en la llaga del partido morado, el foco en el punto clave del problema: el propio líder del partido. “Hay un cierto estilo de Pablo Iglesias y el núcleo impulsor de Podemos con el que no conectamos. Me hacen sentir más catalana que nunca. Es una diferencia de estilo, personal y política. Barcelona en Comú no es Podemos. No lo ha sido nunca”.
Para entender desde fuera los movimientos políticos que se están orquestando en el seno de Podemos es preciso unir puntos, conectar hechos alejados en el tiempo pero que en el fondo guardan una estrecha relación. Hace poco más de un mes Ada Colau presentaba el proyecto de lo que pretende ser un nuevo partido, su partido en la comunidad catalana. Al margen de Podemos y de Madrid.
Los besos en la tribuna no son más que un telón que cae revestido de un cliché que impide ver lo que en realidad ocurre entre bambalinas: las facciones enfrentadas en el seno de la organización.
Con ello pretendía una organización que funcione al modo de En Marea en Galicia, de suerte que aquellos partidos de la comunidad que se sientan identificados con esa nueva marca -todavía sin nombre ni eslogan que la identifique- tengan la ocasión de confluir e introducirse en esa nueva fuerza política. Si los designios de la llamada “alcaldesa del cambio” van de la pura palabrería formal y pasan a convertirse, de facto, en algo realizable, será el turno para que Iglesias, una vez más, mueva ficha y decida si quiere que su partido se integre en esa nueva formación.
Ese alejamiento del hacedor, del primer motor inmóvil que puso en marcha la maquinaria de Podemos, es algo que se advierte a largo plazo como un ataque a la línea de flotación del sector de Iglesias en Podemos. Y las piezas, curiosamente, han sido movidas ahora, en un momento crítico del partido: dos meses después del frenazo electoral del 26-J, del tiro por la culata en el acuerdo con Izquierda Unida, en medio de un verano atípico en el que se han requerido conversaciones para llegar a acuerdos de investidura y en el que Pablo Iglesias y los suyos han estado más alejados que nunca del foco informativo. Viajan de momento sin relato. Y es ahora, en este preciso instante, cuando las piezas en Madrid y Barcelona han comenzado a moverse. Y parece que no se detienen.