Hay mañanas que traen buenas noticias; la de este sábado nos ha traído un regalo: Mikel Irastorza, uno de los últimos jefes conocidos de ETA, ha sido detenido en Francia gracias a la colaboración de la Guardia Civil.
En cualquier país del mundo la reacción de las fuerzas políticas ante un hecho similar hubiera sido unánime: felicitaciones al gobierno y a las fuerzas de seguridad. Y alegría por el hecho de tener a un terrorista menos en la calle.
Pero España, ya se sabe, es diferente. No sólo tenemos autoestima como país por los suelos sino que aquí, hasta con la lucha contra el terrorismo, hay matices, mayorías, minorías, sensibilidades... Por eso algunos partidos políticos han mantenido un clamoroso silencio ante este éxito policial y de cooperación con Francia; y otros partidos han hablado por boca de sus dirigentes para solidarizarse con ETA y criticar al gobierno; es el caso de Otegi (ese "hombre de paz") y Egibar, el portavoz del PNV en el Parlamento Vasco y dirigente histórico de esa formación. El segundo ha lamentado que el Gobierno siga instalado en la posición “victoria-derrota” de ETA (ya se sabe, ellos nunca quisieron derrotarla) y Otegi ha proclamado que hay un gobierno que sigue “la lógica de la guerra” y trata de “obstaculizar los avances de la sociedad vasca”. Así, tal cual.
No sólo tenemos autoestima como país por los suelos sino que aquí, hasta con la lucha contra el terrorismo, hay matices, mayorías, minorías, sensibilidades...
La miseria moral de todos estos personajes que sufren cuando la policía detiene a los terroristas y se indignan cuando las víctimas exigen justicia es una característica peculiar y desgraciada de una democracia que no ha hecho sus deberes (y perdón por mentar la bicha...). No, no hemos hecho los deberes porque la pedagogía democrática ha brillado por su ausencia en España; no, no hemos hecho los deberes porque a lo largo de demasiados años de buenismo y complejos ante el nacionalismo obligatorio y el pactismo guay se ha pervertido el lenguaje hasta el extremo de llegar a convencer una inmensa mayoría que paz es igual a libertad y que derrotar a ETA es lo mismo que disfrutar de una etapa en la que la organización terrorista no nos mata pero sigue viva y vigilante desde las instituciones a las que llegó sin renunciar a su historia ni condenar sus crímenes; viva y dispuesta a matar si no consigue imponer su relato, ese relato macabro en el que víctimas y verdugos son igualmente culpables. Viva y protegiendo a todos aquellos de sus miembros que aún no han sido juzgados por los más de trescientos crímenes cuyos autores no han respondido ante la ley.
No, no hemos hecho los deberes porque la pedagogía democrática ha brillado por su ausencia en España...
El hecho de que se produzcan estas reacciones por parte de portavoces de partidos políticos que están en las instituciones democráticas demuestra que no podemos bajar la guardia en la batalla contra el terror y en la denuncia de todos sus cómplices. No debe haber tregua para reivindicar la verdad, la memoria, la justicia. No debe haber tregua para señalar la infamia y la complicidad. Hay que denunciar todo discurso inmoral, toda equidistancia, todo silencio cómplice. A veces pienso que nos falta sangre en las venas… Porque si la tuviéramos, cada vez que cualquier dirigente político alabara a Otegi y quisiera presentárnoslo como el hombre que trajo la paz a Euskadi, le vomitaríamos (dialécticamente, se entiende) en la cara.
Pero bueno, el día empezó bien y vamos a procurar que acabe bien. Mis felicitaciones a la Guardia Civil, por su tarea impecable y profesional en defensa de la democracia. Gracias por no descansar en vuestra lucha y en vuestra entrega, por quitar de las calles a los criminales y ponerles a disposición de la justicia. En vosotros confío para que más bien pronto que tarde nos despertemos con otra buena noticia: que habéis detenido a Ternera y que finalmente tendrá que responder ante la justicia española por todos sus crímenes. Mientras tanto, lo dicho: ¡Viva la Guardia Civil!