Juan Carlos Monedero (Madrid, 1963) se afana en disolver varias cucharadas de cacao en un tazón de leche fría unas horas después de conocerse la victoria de Ramón Espinar en las primarias de Madrid. Insiste, pero el blanco permanece. Va cada vez más rápido: “Si hemos logrado romper el bipartidismo, ¿cómo no vamos a conseguir esto?”, se ríe. Con el desayuno preparado a las nueve de la tarde, se presta a desmigar las diferencias entre pablistas y errejonistas. Reconoce la “lógica de patrulla” que ha imperado en Podemos y los daños colaterales de un proceso “doloroso y terrible”.
El cofundador del partido morado advierte: “Cuando la gente habla en clave interna, miente. Pero yo no”. Profesor de Iglesias y Errejón, traza con perspectiva de años un retrato de similitudes y diferencias: “Íñigo es un militante disciplinado y aceptará haber perdido el pulso”.
Pablista confeso y telonero de lujo de Espinar en campaña, se vuelca con el relato de la impugnación. Ha vuelto porque considera la moderación un riesgo. Lamenta la construcción de familias en Podemos y, como si volviera años atrás, reclama un “texto largo” de ambos líderes para testar su complementariedad.
Monedero abandonó la primera línea, pero sigue cultivando el fenómeno fan. Tres chicas le piden una foto a las puertas de un garito en Lavapiés. A cambio, reclama consejos para posar.
¿Por qué Iglesias nunca pierde en procesos internos?
El día que presentamos Podemos en el Teatro del Barrio allá por enero de 2014, Pablo se puso como requisito obtener 50.000 votos en un mes para presentar su candidatura al parlamento europeo. Prometió apartarse si no lo lograba. Consiguió 100.000 apoyos en un día. Podemos, desde el comienzo, se ha identificado con su figura. La gente se emocionó con un chico que rompió la estética de la política, pero que estudiaba sus intervenciones en televisión y utilizaba datos. Comenzó a derrotar a los gallos del establishment. Era el zorro que hacía la zeta en la mejilla del virrey rijoso. Todo esto generó una identificación entre Podemos y Pablo.
¿No es nocivo que una formación dependa tanto de su líder?
Los partidos políticos deben reflexionar acerca de cuántos liderazgos aúnan, sin duda. Podemos tiene unos cuantos.
Pero no tan intensos.
Los liderazgos vinculados a esta formación no están todos en Madrid. Es verdad que al comienzo fue muy necesario identificar a Podemos con Pablo porque él era conocido y el partido no. Por eso pusimos su cara en la papeleta electoral. Esto se ha ido relativizando. Hubo un punto de inflexión muy importante: el nombramiento de Echenique como secretario de Organización. Ahí se rompió la dependencia que teníamos del grupo de la Complutense. Ahora bien, es cierto que la política del siglo XXI se construye muy vinculada al liderazgo y los líderes son la marca.
Podemos va cumpliendo años. ¿Le da miedo que el liderazgo de Iglesias sea imprescindible?
No se puede prolongar más allá de dos mandatos por una cuestión de estatutos. Podemos se puso vacunas para evitar convertirse en un partido más.
Usted dio un paso adelante en estas primarias. Se volcó con la candidatura pablista.
Intenté explicitar las diferencias entre una y otra candidatura, dejando claro qué estaba en juego y por qué había que votar.
¿Por qué apoyó a Espinar?
Bueno, hay tres elementos. Podemos afrontó un momento muy complicado con la destitución de Sergio Pascual, ex secretario de Organización. Aquella medida vino precedida por un comportamiento que no me gustó: varios compañeros dimitieron del consejo ciudadano de Madrid con la voluntad de forzar la marcha del secretario general, algo parecido a lo que luego ocurrió en el PSOE. Las cosas no se hacen así. Eso me molestó. Y me enfadó mucho más cuando vi que seis de los dimisionarios iban en la lista de Rita.
¿Cuál es el segundo?
Cuando Tania se incorporó a Podemos, hubo una fuerte discusión porque había gente que no quería que así fuera. Tras la alianza con Izquierda Unida, y tras la pérdida de un millón de votos, se dijo que Íñigo tenía razón y que no había que haber forjado el pacto. Para mi sorpresa, la gente de Tania terminó en la lista de Rita, la de aquellos que criticaron esa alianza. Esto pone de manifiesto que la discusión no era ideológica, sino táctica. El sector de Tania entendió que iba a ubicarse mejor en la organización si se acercaba a Rita. Eso me pareció un movimiento típico de los viejos partidos. Por último, me molestó muchísimo que hubiera sectores ajenos a Podemos que quisieran decidir. Quisieron usurpar la democracia y había que luchar.
Tanto unos como otros se han empeñado en decir que el pablismo y el errejonismo no existen en Podemos, pero cuando usted ha hablado de las dimisiones en Madrid con el objetivo de echar a Alegre y “poner alguien afín”, las coloca encima de la mesa.
Durante estos tres años plagados de elecciones no hemos tenido tiempo para pensarnos organizativa e ideológicamente. Esto se tradujo en la tentación de construir familias con intereses particulares.
Entonces sí que se han construido esas familias.
Se construyeron, sí. La propia dinámica fue generando grupos que empezaron a pensar en sí mismos, y no en el conjunto de Podemos.
¿A quiénes se refiere?
El grupo de la gente que dimitió en Madrid pensó en sus propios intereses. En aquella división estaba Pascual y, de alguna manera, Íñigo se sintió implicado. Por eso se enfadó con la destitución. Fue una realidad innecesaria, un subproducto de la ausencia del debate ideológico por culpa de las elecciones.
Esta campaña ha enconado el debate entre pablistas y errejonistas.
Sí que ha habido una polarización, pero una vez se terminan las primarias, las diferencias se desvanecen.
¿Cree que se terminan ahora esos desempates?
Sí, estoy convencido. Íñigo tiene tres cualidades muy poderosas y encomiables, además de otras tantas. Es un militante disciplinado, acostumbrado a trabajar en clave interna y a asumir las decisiones que salen de la organización. En segundo lugar, es muy cuidadoso con sus afectos. Creo que la discusión le ha alejado de algunos afectos muy importantes para él, donde incluyo a Pablo y a mí mismo. Él quiere recuperar eso. Forma parte de su manera de estar en el mundo. Siente como una pérdida no poder cultivar estos afectos.
¿En este caso no pueden pesar más sus convicciones que sus afectos?
Me faltaba una tercera cualidad por mencionar: tiene una concepción realista de la política. Ha echado un pulso, no tanto él sino quienes se han agrupado en torno a él, y ha perdido. No sólo en Madrid, también en Extremadura y Andalucía. Su condición de militante, sus ganas de recuperar una vida política menos tensionada y el pulso perdido se traducirán en un trabajo que ya empieza: convertir Unidos Podemos en líder de la oposición.
Si Errejón hubiera ganado el pulso, ¿habría intentado disputar el liderazgo a Iglesias?
No, porque sabe que el espacio de Pablo nunca lo hubiese ganado. Pero sí que hubiera intentado aumentar sus cuotas de poder interno. A Íñigo le gusta mandar. Es normal. Quien está en política debe tener la ambición de que se articulen sus puntos de vista. Habría ido a disputar un espacio de poder mayor y hubiera sido legítimo, pero eso a día de hoy se desvanece.
En el mitin de cierre de campaña de Espinar, calificó la campaña electoral de las generales de “mala” por “exceso de moderación” y “parlamentarismo”. ¿Es una crítica directa a Errejón, artífice principal?
No. La campaña fue responsabilidad de toda la ejecutiva. Al día siguiente de las elecciones de junio, cuando perdimos un millón de votos, hubo gente que quiso culpabilizar a Pablo. Eso me obligó a decir que la responsabilidad debía repartirse entre todo el que la tuviera. La culpa no fue sólo de Íñigo, también tuvo mucha Carolina -Bescansa-, nuestra experta demoscópica. Es inexplicable que se creyera las encuestas que aseguraban que habíamos adelantado al PSOE. Al confiar en ellas, también lo hizo la Ejecutiva y eso se tradujo en una campaña moderada con el objetivo de no perder un voto que, en realidad, ya se había perdido. En nombre de esa campaña, Iglesias se dijo socialdemócrata y calificó a Zapatero como el mejor presidente de la democracia. Pivotamos en exceso sobre la condición parlamentaria.
¿Se ha volcado con Espinar porque veía una amenaza la moderación que se atribuía a la candidatura errejonista?
Antes conviene trazar un esquema. Vivimos un momento muy preocupante a nivel europeo y mundial: la extrema derecha en auge, el triunfo de Trump, la robotización de la sociedad, el envejecimiento de la población… Es un contexto que se parece mucho al de los años treinta. La solución vendrá de quien impugne ese modelo. En particular, tenemos la obligación de plantear nuestra alternativa, y no ser rehenes de un juego parlamentario donde contar con el PSOE nos cortaría las alas.
¿En ese error incurría la candidatura errejonista?
Sin duda. Ese intento constante de adjetivar a Podemos como un “feminismo ganador”… Pero, ¿eso qué es? Nos jugamos ser capaces de construir un discurso alternativo para solventar los retos mencionados. No se puede ser ganador a fuerza de vaciar el discurso. Exijo a Podemos que clarifique cuáles son sus posiciones.
¿Echaría algo en cara a Errejón y a Maestre?
Son dos cuadros espectaculares de la política española. Me enorgullece trabajar con ellos. Han sido alumnos muy brillantes. No les reprocho nada. En un momento dado, por el devenir de Podemos, se sintieron parte de un grupo que se vio en la obligación de confrontar posiciones. Y lo hicieron. Ahora empieza una nueva etapa. Hablemos del hacia dónde, no del cómo.
En el documental “Política, manual de instrucciones” se ve a Iglesias y Errejón preparando un discurso mano a mano. ¿Es impensable que vuelva a darse una escena parecida?
Pablo e Íñigo han tenido siempre una relación cercana, han compartido mucho. Van creciendo. Veremos si en la misma dirección o no. Han sido dos años muy intensos en lo electoral. No han tenido tiempo de pensar. Creo que van a hacer un esfuerzo de reflexión, de clarificación ideológica. Me encantaría leer un texto largo de cada uno, creo que hace falta. Entonces dilucidaremos si son complementarios o divergentes.
No tiene claro que sean complementarios.
No tengo claro que sean divergentes. Históricamente han demostrado ser complementarios. Los momentos más brillantes de Podemos se han dado cuando hemos sido capaces de juntar todas las almas del pensamiento emancipatorio: desde la revolucionaria a la rebelde pasando por la reformista.
En aquel documental, Errejón expresa precisamente que en Podemos se reúnen muchas almas, pero que no pueden ganar todas.
Íñigo es coherente. Si hubiera ganado, habría intentado marcar el rumbo en sus lugares de triunfo. Los que han ganado tendrán que marcar la dirección, es obvio. Los que han perdido remarán al lado, pero no dirigirán el barco. Los procesos internos son así.
Vistalegre está previsto para principios de 2017. Los pablistas han ganado en Madrid gracias a una alianza con los anticapitalistas. ¿Debería extrapolarse el pacto?
Es pronto para hablar de eso. Antes de que Podemos se vuelva a enredar, debe haber un gran proceso de reflexión. Las primarias conllevan duros efectos colaterales. Los procesos internos han sido terribles y dolorosos. Podemos pensaba que iba a hacer las cosas de manera diferente, y no ha sido capaz en varios casos. Mucha gente se ha sentido herida.