“Mi hijo no irá al cole hasta que expulsen a los acosadores que le dieron una paliza”
El pequeño pasó una noche hospitalizado tras recibir patadas y puñetazos en la cabeza y el estómago. Sus padres han denunciado y piden justicia para su hijo.
14 noviembre, 2016 02:12“¿Por qué no había ningún maestro vigilándolo? ¿Dónde estaban los profesores? ¿Quién me asegura que si lo vuelvo a llevar al colegio no le den una nueva paliza? ¿Cómo es posible que un niño de siete años acabe hospitalizado con un parte muy grave de lesiones?”. Las preguntas se atropellan en la mente de Bárbara, la madre del menor de siete años que acabó en Urgencias después de que tres compañeros le propinaran una paliza en un centro educativo del populoso barrio de Triana, Sevilla. Desde el jueves, su hijo sobrelleva las noches a base de tilas, valerianas y más remedios naturales que calman su ansiedad. “Es muy chico para darle ansiolíticos”, explica su madre, que pasa las noches en la cama de su retoño. “Se despierta con los terrores nocturnos”, narra. “Lo estamos pasando muy mal”.
El de su hijo es un caso más de acoso escolar, pero no un caso cualquiera. La última agresión les llevó al hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde los médicos de Urgencias atendieron su caso y firmaron un parte de lesiones “muy graves”, según detallan los padres. J. T. , las iniciales del menor, pasó toda la noche en observación con dolores en el abdomen.
Horas antes, a las cuatro de la tarde, su madre se percató de que algo no iba bien cuando al salir del colegio, su hijo se agarró fuerte a su mano y emprendió una huida acelerada. Llevaba la camiseta llena de sangre e insistía en andar rápido para llegar a casa cuanto antes. “¿Qué te pasa?”, le repetía Bárbara incesantemente mientras que su hijo guardaba escrupuloso silencio. Apenas unos metros después se detuvo en seco. “O me dices qué te pasa o llamo a la Policía”, zanjó la madre. Y él se derrumbó: “Mamá, me han pegado unos niños”.
No era la primera vez que llegaba con moratones y chichones en la cabeza. Tampoco la primera vez que repetía los nombres de sus tres acosadores de ocho, nueve y diez años. “¿Qué te han hecho?”, insistió Bárbara. “Me han tirado una fiambrera de cristal en la boca”, respondió retraído. Y en ese momento, ambos se fueron directos a la comisaría de la Policía Local en Triana, situada a escasos metros de la residencia de la familia y del colegio José María del Campo, donde se produjeron los hechos.
Del colegio al hospital
Allí los agentes recomendaron a la madre que llevase a su hijo al hospital infantil del Virgen del Rocío para atender un corte que el menor tenía en el labio. “Por si necesitaban ponerle puntos de sutura”, detalla la madre. Y así fue. Pero por el camino la situación se complicó y J. T. empezó a encorvarse y retorcerse sobre sí mismo tocándose el estómago. Bárbara, agobiada, no entendía nada. Todo encajaría minutos después cuando al doctor que los atendió logró sonsacarle el origen de su dolencia.
“Me han puesto una zancadilla en el recreo del colegio —y “no en el comedor como estaban diciendo los maestros”, puntualiza Bárbara— me han tirado al suelo, y allí me han dado patadas en la cabeza, en la tripa, en todos lados”, contó el zagal. Eso sí justificaba el politraumatismo diagnosticado y el persistente dolor abdominal.
Con el parte médico en la mano, Bárbara regresó a la comisaría de policía e interpuso la correspondiente denuncia, que ya está en manos de la Fiscalía de Menores. También denunció de oficio el doctor que llevó el caso. “Agresión en el colegio”, especificaba el juicio clínico, que como es lógico no respondía a las muchas cuestiones que asaltaban a los nerviosos padres. “¿Es que no había nadie en el colegio que los separara? ¿Dónde estaban los maestros? ¿No había vigilancia?”, se pregunta.
Una situación a todas luces ilógica toda vez que no era la primera vez que Bárbara avisaba al centro de la situación en la que se encontraba su hijo. “No ha sido algo puntual, esto es un acoso; y tengo testimonios de compañeros de mi hijo que aseguran que los tres agresores les pegan e insultan diariamente”, asegura la madre, de 30 años y en tratamiento con Diazepam y Tranxilium desde que se produjeron los hechos.
Dos años de acoso continuado
“Ya lo denuncié hace dos años”, comenta. “Mi hijo cambió su comportamiento de manera radical”, asegura. De ser un niño muy cariñoso pasó a ser un niño retraído, que huía de las conversaciones y se encerraba en su habitación. “Todo lo intentaba arreglar con gritos e insultos”, puntualiza. Fue de la noche a la mañana. “Tan preocupados estábamos que fuimos a Salud mental de Pediatría”. Ahí le dijeron que J. T. tenía era un problema de adaptación en el colegio. “Pero lo que realmente pasaba es que mi hijo llevaba sufriendo acoso escolar desde los cinco años”, confirma a EL ESPAÑOL Bárbara, visiblemente cansada por la situación.
Después llegaron los hematomas por todo el cuerpo y los chichones en la cabeza. “Me he caído, he tropezado… ha sido jugando al fútbol”, excusaba él. Siempre mintiendo para no alertar a sus padres. Hasta que este fin de semana confesaba que no quería delatar a sus acosadores por miedo a las represalias. “Una vez lo dije porque tenía un bollo y al día siguiente salí con dos”, razonaba. “Me pegaban más”, se lamentaba el chiquillo. “Lo tenían amenazado”, clama su madre.
Agresor y agredido, vecinos
Dentro y fuera del colegio. En el caso del hijo de Bárbara, el acoso transgredía el ámbito escolar. Uno de los agresores vive justo enfrente de ellos. Puerta con puerta. “Mi hijo, tal y como entra en casa, baja las persianas y apaga las luces de su cuarto. Solo es capaz de encender una lamparita”, detalla la madre. “No quiere salir a la calle”, añade. Pero ni con esas se libra de las amenazas. “La madre de uno de los agresores se pasea por la calle dando voces y cachondeándose de nosotros —narra—, nos dicen que tengamos cuidado, que nos van a denunciar”.
La salud mental de J. T. preocupa a Bárbara. “Las secuelas físicas, dentro de lo que cabe irán mejorando —comenta—, pero, ¿y las psíquicas? Porque mi hijo tiene un trauma”.
Expulsión o absentismo
La falta de respuestas y la nula respuesta por parte de la Administración educativa incrementa la incertidumbre de la familia. Nadie del centro educativo ni de la Junta de Andalucía ha contactado con Bárbara para conocer el estado del menor, tampoco para explicarle en qué consiste el protocolo que, según aseguran los responsables del centro, se activará después de la agresión. La Consejería de Educación ha abierto un expediente que arroje luz a los hechos y llama a la calma en pos de la convivencia escolar.
Pero en ningún caso las medidas impulsadas por el ente andaluz tranquilizan a Bárbara, que anuncia que no llevará a su hijo al colegio hasta que los agresores sean expulsados del centro. “Yo lo que pido es justicia para mi hijo y que no le vuelva a pasar lo mismo a ningún otro niño”, reclama. “Si no los echan, no lo llevo”, confiesa. “¿Quién me asegura que no le van a volver a pegar? Y si los niños son menores, que se hagan responsables los padres. Y si no son capaces de educarlo, que en vez de al colegio los lleven a un centro de menores, que es donde deben estar”, aclara la madre.
Es domingo, cae la tarde en Triana y, entre bostezos, con los ojos apagados por el cansancio, Bárbara se pregunta qué pasará mañana, cuando el resto de niños preparen sus maletas para ir al colegio mientras que su hijo se queda en casa. “Protegen más a los agresores que al agredido, no es justo”.
“Nunca pensé que esto me podría pasar a mí”, dice una y otra vez. “Lo ves en la tele, en otras personas y nunca esperas que te ocurra”. Pero ocurre.