Este extracto del segundo capítulo del 'libro negro del periodismo en Cataluña', publicado por Jordi Pérez Colomé en EL ESPAÑOL, refleja el perfil periodístico de Alfons Quintà en su etapa como director de TV3:
La historia de Alfons Quintà es una de las más fascinantes del inicio del pujolismo. Quintà fue Premio Ondas en 1977 por el programa Dietari de Radio Barcelona, el primero en catalán. En los años 70 fue también stringer (o periodista local a expensas del corresponsal) en Cataluña del New York Times y la agencia AP. Compaginó ambas labores con la delegación de El País en Barcelona desde 1976.
Quintà no era un periodista más. Su padre había sido buen amigo del escritor Josep Pla. Tenía fuentes fiables en el entorno de Tarradellas, a quien había tratado de joven: fue el primero en publicar que el president de la Generalitat negociaba su vuelta con Adolfo Suárez. Sacó también detalles sobre el caso de corrupción del padre de Javier de la Rosa en la Zona Franca de Barcelona y sobre la polémica del legado de Salvador Dalí. Pero hubo un caso que le hizo famoso: Banca Catalana.
Pujol llamó a Quintà un día a las ocho de la mañana justo después de ganar sus primeras elecciones en 1980. No era para echarle bronca. Quería verle. Ya se conocían: “Había hecho salir a Pujol un par de veces en el New York Times”, recuerda Quintà. (En el archivo digital del Times hay cuatro artículos donde aparece Jordi Pujol entre 1976 y 1979.)
Quintà accedió
Quintà y Pujol tuvieron varias reuniones entre 1980 y 1981. Tarradellas ya había ofrecido a Quintà la dirección general de la que dependería la “tele de la Generalitat”. Quintà se negó: “Yo creía que la Generalitat no debía crear una televisión sino conceder un canal con unas normas”. Es lo que hizo Pujol, que quería como fuera que Quintà se pusiera a su servicio: “Pujol me dijo un día: ‘Deberías asesorarme en algo’. Quería ponerme a sueldo”. Era fácil imaginar por qué: “No había ningún periodista tan crítico con Pujol como yo”, dice Quintà. La pregunta sin responder en Cataluña es por qué Quintà accedió.
En aquella época El País quería abrir la delegación en Cataluña y sondeó a quien ya era su delegado: “Entre 1980 y 1981 Cebrián decía sin parar que debíamos hacer una versión catalana. Hablé con él, hablé con Polanco. Era una cosa hecha, pero no concretada”, dice Quintà. En el verano de 1981, Cebrián y Quintà se vieron varios días en el Empordà, en una casita que Quintà había alquilado en el pueblo de Regencós. Hubo algo en aquel verano que les distanció. Quintà nunca recibió una explicación y sólo tiene intuiciones.
Cuando supo que Cebrián no iba a contar con él, no aceptó nada a cambio. Un día Cebrián llamó a Quintà: “Tú eres la persona más odiada por los enemigos de este periódico después de mí”, le dijo, siempre según Quintà. Cebrián le ofreció lo que quisiera de redactor jefe para arriba en el periódico: “La única cosa que no aceptaba es que me fuera”, dice Quintà, que tenía claro qué ocurría: “Me quería matar hacia arriba”, dice. Pero ya no había nada que hacer: “Mi postura es que me iba. Me iba a la calle”.
Antonio Franco -que fue el último en intentar que Quintà se quedara en el periódico: en una corresponsalía en Asia, no en Barcelona- confirma esta versión. Quintà salió de El País sin trabajo, pero en menos de un mes había aceptado la oferta de Pujol. Quintà usa esta metáfora: “Tú puedes casarte con una chica porque tenga un gran encanto o porque te haya dejado otra y tengas necesidades afectivas. Mi ida a TV3 sólo se explica por mi salida de El País. Yo no salí de El País para ir a TV3”.
La salida de 'El País'
Quintà cree que nadie presionó a El País para que le sacaran de la delegación de Cataluña pero hay algo obvio: “Me quedé sin trabajo. ¿Quién me lo iba a ofrecer? Si La Vanguardia me hubiera contratado de gran reportero, me habría ido”. Pero sólo había alguien dispuesto a contratarle: el protagonista del escándalo de Banca Catalana, que era también president de la Generalitat.
Una vez en la tele, Quintà tomó decisiones que marcaron el futuro de la cadena: la tele iba a ser sólo en catalán, iba a tener una red de repetidores propia y no iba a ser un canal folclórico.
Contrató a unos americanos a quienes llamaban “los mormones” para que les enseñaran a hacer una tele. En febrero de 1984, el primer director del telediario de mediodía, Salvador Alsius, estuvo un mes en Nueva York para ver cómo hacían los informativos las grandes cadenas.
“Pujol quería hacer programas ultra adoctrinantes en castellano”, dice Quintà. “Yo le dije: ‘Esto no lo verá ni el realizador que lo haga’”. La etapa de Quintà en TV3 acabó mal: “Fui manipulado desde el primer día, pero siempre pensé lo mismo: me toca hacer una obra, debo hacerla bien. ¿Hice una tontería? Sí. ¿Estoy arrepentido? Aún más”.
El éxito de TV3
Años después, en un viaje a Bruselas, el presidente Pujol reconoció a Lluís Foix, director adjunto de La Vanguardia, que buena parte del mérito del éxito histórico de TV3 era de su primer director.
Quintà aguantó algo más de dos años. Su dedicación al proyecto fue notable: en el despacho guardaba una carpeta con la etiqueta “Barbería”, donde guardaba documentos que quería leer en algún momento. Cuando su secretaria insistía que debía cortarse el pelo, subían a su despacho a hacerlo. Entonces Quintà tenía un rato donde podía leer.
Un ejemplo del dominio del Gobierno de Pujol en Cataluña es el reguero de cargos que su hombre de confianza, Lluís Prenafeta, ofreció a Quintà cuando salió de la tele: “Director general de Catalunya Ràdio, delegado del Gobierno en Madrid, director del Avui”. Quintà iba diciendo que no y que iba a dedicarse al Derecho. Prenafeta respondió rápido: “Te puedo colocar en el bufete de Joan Piqué Vidal”.
Piqué Vidal fue el abogado de Pujol en Banca Catalana y acabó condenado en 2005 a siete años de cárcel por extorsionar a empresarios. Quintà dijo a Prenafeta que las concepciones del derecho de Piqué y las suyas eran distintas. Al poco tiempo se convirtió en juez de distrito en el Prat de Llobregat, cerca de Barcelona.