Un vendaval norteamericano contra la tasca. El pulso de las tortitas a las porras y los churros. El desafío del zumo de melocotón al café con leche. Los sillones rojos de escay avergonzando a las mesas de madera. Fue en 1955. Se llamó cafetería Nebraska. Nació con fuerza, desterró el gris típico de la Gran Vía, vivió fornida, sobrevivió lánguida y se despidió el martes pasado. Un folio blanco que informaba del cierre ponía fin a más de sesenta años de historia.
Corpfin Capital había empleado casi 15 millones de euros en la compra de cuatro de las cinco ‘Nebraskas’. Todas echaban la persiana: las dos de Bravo Murillo, la de Alcalá, la de Goya y también la de Gran Vía. Se llevaban "la memoria del deshielo". Porque Nebraska fue el prólogo a la primera visita a España de Eisenhower, presidente de Estados Unidos, en 1959.
“El nacimiento de Nebraska fue como ‘Bienvenido Mr. Marshall’. Esas cafeterías… No sé, tenían algo de Far West, de John Wayne y los Cherokee. Fueron tan novedosas como la llegada de las pizzas”, se atreve Fernando Sánchez Dragó. El escritor, entonces niño, merendaba allí con su madre al salir de clase, en la de Goya. “Aquellos años, era un ferviente admirador del Domund. Salía con las huchas a por dinero para las misiones. Nos dejaban entrar gratis al cine. Solía sablear Nebraska”.
Inocencio Arias, quizá todavía sin pajarita, llevó allí a su mujer recién estrenado el local. Ella le dijo: “¿Esto no es muy español, no?”. Le contestó: “Ahora empieza a serlo”. En palabras del diplomático, Nebraska trasladó los churros, las torrijas y el café a un escenario norteamericano. “Explotaron la novedad, pero incorporando lo imprescindible para los españoles”. Los asientos frente a frente, las mesas pegadas a la pared, los perritos calientes… Pero sin desterrar los vicios ibéricos. Todo en uno.
Javier Rubio, también diplomático, recuerda que los primeros viajeros norteamericanos recibían instrucciones antes de aterrizar en Madrid. “Aquí no existe el tinte en seco”, se les alertaba. Pero había Nebraska.
Como en las películas
Aunque poco tuvo de yanqui el nacimiento de aquella cafetería arriscada y pionera. Se les ocurrió a cuatro de los once hermanos Blanco. “Mi padre ni siquiera había pisado Estados Unidos. Era un ganadero de Naviego, un pueblecito asturiano. Antes de Nebraska vivió quince años en Guinea, pero mi madre, su mujer, le decía que un puesto de castañas en Gran Vía valía más que toda Guinea”, recuerda José Ramón Blanco, hijo de uno de los creadores de la cadena. “Quisieron construir la cafetería que se veía en las películas de Hollywood”.
Los Blanco fueron como las hormigas, poco a poco, remando. Pero lo de las tortitas y los perritos calientes fue demasiado. Los bancos confiaron en su proyección y llegó el resto de los locales, hasta cinco, los mismos que el martes dijeron adiós.
La musa de 'las Nebraskas', la de Gran Vía, poco tardó en convertirse en el oasis de los periodistas de la Cadena SER, enclavada a la misma altura. “Desayuno, aperitivo… Quedábamos allí, nos reuníamos. Era nuestra casa, los camareros ni nos preguntaban qué íbamos a tomar. Se lo sabían de memoria”, mira atrás Iñaki Gabilondo.
El periodista donostiarra atribuye a Nebraska, además de la novedad de las tortitas y el zumo, un hueco en el reparto de la revolución sociológica de la España del Posfranquismo: “¡Cuando empecé en Radio Madrid había una lechería en la calle Desengaño. Las vacas estaban en la trastienda. De ahí pasamos a Nebraska, nota de la máxima modernidad del momento”.
Gabilondo evoca un Nebraska en el que coincidían aquellos a los que no se les dejaba hablar en otro sitio: “En la Transición, todavía no teníamos autorización para emitir información propia. Entonces por allí, antes o después de pisar la radio, pasaban Carrillo, Pasionaria… En Nebraska me senté con Tarancón, Carlos Hugo de Borbón o Blas Piñar”.
"Nos subían los cubatas a la redacción"
En 1978, comenzó a tomar café en Nebraska Fernando Ónega. Todavía de forma improvisada, ese año entró en la SER como “colaborata”. Tres años más tarde, le nombraron jefe de informativos de la emisora, o lo que es lo mismo: tertuliano obligado del Nebraska. “Yo era de cruasán y café con leche. Cómo hemos cambiado... En las redacciones de entonces había tres elementos fundamentales para el periodista: la máquina de escribir, el whisky y la cajetilla. No sé en qué orden de importancia. Ahora sois mucho más formales”, bromea.
Y ese whisky, cómo no, venía del Nebraska. “Nos subían los cubatas a la redacción”. Aunque el noviazgo de Ónega con la cafetería fundada por los hermanos Blanco floreció mucho antes, en el Arriba España: “Creo que disponían de una concesión, eran los que nos daban de comer. No se me olvidará el menú del día. Consomé de ave, pollo y flan de huevo”.
Hace un par de semanas, un tipo paró a José María García por la calle. “Mi padre le dio de cenar durante diez años”, le dijo. “¡Y así fue! Era el hijo del mâitre”, relata a EL ESPAÑOL. Su menú, “siempre el mismo”. De primero, ensalada. De segundo, solomillo o pescado. Como mucho, una sola alternativa: “Tortilla con jamón”. “De postre me preparaban uno especial, que me encantaba, una especie de tarta de manzana”. Las cosas como son, dice García. Allí reposaban “los trasatlánticos de la SER”.
Porque García entró desconocido en Nebraska y salió con estrella. “Un día entré con Pepe Legrá, entonces campeón del mundo de boxeo. Escuché a un tipo que preguntaba: ‘¿Quién será ese pequeñito que va con Legrá?’. Años después, entramos juntos en Nebraska y oí a uno que dijo: ‘¿Quién es ese negrito que va con García?’ Es verdad, eh”, se ríe el locutor. Por su culpa, Pirri, Amancio, Luis Aragonés y Kubala cenaron en aquella cafetería.
El Leganés, a eliminar al Real Madrid
El deporte alcanzaba dimensiones estatosféricas en los sillones rojos de escay. Quizá por eso, en 2003, José Pékerman y Daniel Grinbank, tras comprar casi al completo el Leganés, profetizaron una exclusiva imposible durante una entrevista con Tomás Guasch: “Fue increíble. Me dijeron que esa misma temporada el súper Lega se cargaría al Real Madrid. Terminaron bajando a Segunda B y el inversor argentino perdió en torno a dos millones y medio de euros”.
Nebraska fue más punto de encuentro y necesidad que templo de devoción. Sus tertulias eran improvisadas, rápidas, entrevistas, un 'aquí te pillo aquí te mato'. Un concepto distinto al del Café Comercial, que también se despide, y el incandescente Gijón, rey del Paseo de Recoletos.
“Se cambió el concepto. La cafetería nació justo cuando en Madrid la gente dejaba de desayunar y comer en casa. Se amoldó muy bien a los nuevos hábitos de consumo. Se combinaba la calidad con la rápida preparación”, presume el hijo de uno de los fundadores.
En Nebraska, como en cualquier sitio, también se coló la desgracia. La madrugada del 17 de diciembre de 1983 se incendió la discoteca Alcalá 20, a unos metros de la cafetería. Fallecieron 81 personas. Juan Barranco, entonces teniente de Tierno Galván y más tarde alcalde de Madrid, revela que la Nebraska de Alcalá fue el centro de operaciones de aquel gabinete de crisis: “Allí nos reunimos con algún juez, con los bomberos, la gente de la discoteca…”. Barranco, antes de eso, era empleado de banca. “En Alcalá estaban los bancos más importantes de Madrid. Casi todos desayunábamos allí”. El exalcalde, café con leche y porras. “Recuerdo que empezaron a innovar con los cruasanes tostados con mantequilla y mermelada”, se despide.
Aunque no conviene cerrar la memoria vivida de las ‘Nebraskas’ sin mencionar las novias, algunas matrimoniadas después, otras ya en el recuerdo, sin apellido, hasta sin nombre.
“Claro, es que a Nebraska íbamos los que teníamos novia. No teníamos coche ni locales, nos refugiábamos allí, pelábamos la pava. Recuerdo que pedíamos un Gin Fizz, un cocktail de ginebra, zumo de limón, sirope y azúcar”, narra Fernando Sánchez Dragó.
Antonio Miguel Carmona, el del PSOE, también tuvo amor y Nebraska, pero sin novia: “Me tiré una hora esperando a que llegara una chica y resulta que habíamos quedado al día siguiente. Era martes. Ella me estuvo esperando a mí otra hora el miércoles. No nos atrevimos a llamar, era la primera cita… Luego se aclaró todo”.
Alfonso Ussía también ‘romanceó’ en Nebraska, aunque sin querer, por culpa del cine: “Fui con una novieta a Gran Vía. Queríamos ver ’55 días en Pekín’ o ‘Beckett’, pero sólo quedaban entradas para ‘Marisol rumbo a Río’. Imagínate, ¿cómo íbamos a ver eso? Nos pegamos toda la tarde en Nebraska”.
Pero este escritor no quedó fascinado por la circunstancia, por el perrito caliente y la novedad: “No me dejó buen sabor de boca, de verdad. Me pareció un poco lóbrega, en contra de lo que decía la gente. Desde entonces, han pasado casi cincuenta años, he pasado mil veces por delante y nunca he vuelto a entrar”. ¿De verdad, ni a por un café? “De verdad, soy un madrileño que sólo ha estado una vez en Nebraska”.