Un invento para Manuela Carmena. Los reyes magos a destiempo. Es del tamaño de una caja de zapatos, pesa cerca de un kilo y mide la contaminación a tiempo real. Metálica, blanca, fácil de esconder: analiza los gases y relata al momento a través de una aplicación en el móvil. Cada vez que la boina negra se descontrole, podrá sonarle el teléfono a la alcaldesa. Le avisará del punto concreto, le revelará la calle elegida por la polución para su última cuchillada.
El artilugio se llama Kunak. Significa “el que aconseja” en quechua. Su padre, Javier Fernández (1983), lo inventó en 2015 y ahora presenta su versión mejorada en varias ferias a lo largo del globo. Este viernes, lo mece en un bar de la Gran Vía. “Ya está encendido, ha empezado a medir”, sonríe este ingeniero de Telecomunicaciones, que dirige una compañía de siete trabajadores afincada en Pamplona. La Empresa Municipal de Transportes (EMT) ya ha adquirido un par de ejemplares y los instalará en la cubierta de dos autobuses en los próximos días.
Javier viste sonrisa, abrigo verde y maleta a punto. Revela qué come Kunak mientras el dispositivo olfatea la ciudad. Los resultados que aporta logran una correlación del 95% con las estaciones de medición oficiales. Una cifra dulce, que sonroja a muchos de sus competidores y que ha puesto los dientes largos a uno de los gigantes estadounidenses: Intel. “Sí, nos acaban de comprar dos dispositivos. Oye, igual nos los quieren copiar”, se ríe Javier. “Ellos estaban fabricando algo parecido, pero de tamaño mucho mayor”. Además de en Estados Unidos, Kunak ha triunfado en Colombia y México, donde también han vendido dispositivos.
A fin de cuentas, Kunak hace lo mismo que una estación. Mide CO, NO, NO2… Pero con dos diferencias suculentas: el aparato cuesta 5.000 euros, 100.000 menos que el entramado convencional; y aporta la concreción del sitio. “Si lo ponemos aquí en un poste en la Gran Vía y se cierra la calle durante un periodo determinado, podremos valorar el efecto de la medida con más resolución”, responde.
Es difícil comprender la vida de Kunak. Javier tiene algo de Doctor Magneto. Sus manos cruzan variables y recita fórmulas matemáticas. “Las grandes estaciones disfrutan de aire acondicionado y calefacción. Necesitan estar a una temperatura determinada y se regulan en función del exterior. Lógicamente, esta caja no dispone de eso, pero una fórmula matemática corrige las inclemencias del tiempo”. Es el algoritmo secreto, a fin de cuentas, lo que le ha granjeado el éxito a Kunak. Intel podría copiar el dispositivo, pero si no descubre el secreto numérico, sus resultados no se acercarán tanto a los de los medidores convencionales.
¿Y la batería? Si Kunak se colocara en una farola de la Gran Vía, podría recargarse por la noche con su luz. Aunque la empresa ya trabaja en un dispositivo que pueda recobrar vida con un panel solar.
En Madrid funcionan en torno a veinticinco estaciones de medición. Pero, ¿qué pasa si el Ayuntamiento quiere testar la calidad del aire en la M-30 en un día de restricciones? ¿Cómo podría conocerse la consecuencia inmediata de cortar el tráfico en el Paseo del Prado una mañana de domingo? ¿Y qué si sólo pasean bicis por la Castellana? Son algunas de las preguntas que dan sentido a la aventura de Javier y sus seis compañeros.
“Nosotros creamos dispositivos de monitorización y control remoto. Nos lanzamos con un proyecto europeo en colaboración con la Universidad de Navarra. Al principio, el motivo fue ciclista, pero vimos que tenía recorrido y nos lanzamos”. Fue en enero de 2015.
A partir de ahí, remar. Porque “en esto nadie te ayuda”. De momento, las administraciones no ponen dinero. “Todo el mundo quiere probar, pero nadie se atreve a pagar”. Son las reticencias a lo nuevo, la desconfianza al éxito de la nueva tecnología. Carmena ya tiene dos Kunak, los colocará en la cubierta de un autobús. Está por ver si el invento le convence y los distribuye por la ciudad. La sonrisa de Javier tendrá mucho que ver con eso.