Manuel duda. “¿Con gafas o sin ellas?”, dice mientras asoma la cabeza por la ventanilla del quiosco y posa para la foto. Vende periódicos en Usera desde hace más de treinta años. “Yo vi llegar al primer chino a este barrio”. Después, con buen tono, describe "una invasión silenciosa": “Fue todo muy rápido, empezaron a venir hace un par de décadas y se han hecho con todos los restaurantes. Creo que, en términos de densidad, es la comunidad asiática más arraigada en España”.
Y hay mucho de eso, de “los comercios castizos que han sucumbido”. En Madrid viven 55.000 chinos, más de 6.000 sólo en Usera. Los titulares de la prensa y los apellidos nobiliarios de las revistas del corazón pintan raro, casi proscritos en este quiosco. Frente a Manuel, un comercio se anuncia sólo en chino, sin traducción. “No sé si es un bar o una peluquería”, se ríe. Vestidos de novia para chinos, agencias de viajes para chinos, despachos de abogados para chinos… Los letreros brillan con más fuerza este mes. Madrid vuelve a celebrar el Año Nuevo chino, esta vez el del gallo rojo, que empieza el 28 de enero. Y el epicentro de la fiesta será Usera. Pasacalles, música, bailes, desfiles…
José Enrique Bous encaja en el perfil de vecino de toda la vida: acaba de bajar la basura, lleva un jersey de lana gorda, calza más de setenta años y se dedica a la compra-venta en el Rastro. Pero sólo lleva un par de años en Usera. ¿Se imaginaba que esto era así? Cuando firmó “lo del piso”, le dijeron: “Bienvenido a Chinatown”.
“El Año Nuevo chino es como la Navidad para los españoles, la fiesta más importante”, relata a este periódico Flora, subdirectora del Instituto Confucio. Doce animales, un calendario lunar y algunos elementos de la naturaleza. Varias combinaciones hasta que se agotan. “El ciclo se repite cada sesenta años”, explica Liu Wenuqiu, la consejera cultural de la embajada de China en España. El 28 de enero terminará el tiempo del mono para dejar paso al gallo rojo. “Es el año del buen augurio, una especie de a quien madruga Dios le ayuda”, bromea.
"En estas fechas, todos quieren volver"
Estela tiene veintiocho años. Trabaja en una agencia de viajes. Es la única dependienta que habla castellano. “Casi todo lo que vendemos son vuelos a China. Ahora más, porque mucha gente quiere volver a su país”. ¿Y los clientes? “También, son todos chinos”.
Aunque en China, desde 1911, el calendario lunar quedó sepultado por la occidentalización. “Allí la gente habla de 2017, no del gallo rojo. También se dejó de escribir verticalmente… Al final, se trata de relacionarse en armonía con el resto”, resume la consejera.
José Enrique dice que “vive tranquilo”. “Ellos son muy laboriosos, van a lo suyo. Están siempre con el negocio. No suele haber problemas”, dice este vecino, que ha encontrado en un supermercado asiático al por mayor un cerdo bueno y barato. “Lo compro siempre en el mismo sitio”.
Ese modus vivendi cerrado, el “sólo entre ellos” que mencionan Manuel el quiosquero y José Enrique, no lo comparte Mariola Moncada, subdirectora del centro Xindonfang, una de las academias más grandes en Madrid. “Sólo se encierran en la medida en que el idioma es una barrera muy grande. Les es más sencillo relacionarse entre ellos. Pero me gustaría decir algo. Su día a día no es más cerrado de lo que ocurre con las comunidades de extranjeros que viven en China”.
Con el objetivo de romper el candado, Carmena y Cifuentes han puesto en marcha, desde el Ayuntamiento y la Comunidad respectivamente, varias iniciativas que 'democraticen' la celebración del Año del gallo rojo. Una exposición Panda en el zoológico, el pasacalles de Usera, la casa del Té en la Plaza Mayor, una feria de música y baile en Plaza de España el fin de semana del 11 de febrero….
Pero es difícil mantener la conexión entre el Chinatown de Usera y el resto de la ciudad, a pesar del canto del gallo. Más y cuando gran parte de sus miembros sólo chapurrean el castellano. Varias personas declinan participar en este reportaje con una sonrisa: “Lo siento, no español”.
"En España, somos Ángela y Cecilia"
Porque todo acaba en Usera. También para quienes engrosan esta comunidad sin vivir en ella. Un polo de atracción inevitable. Lin y Men están de compras. Vienen un día por semana. “Aquí encontramos de todo. La comida y la ropa”. ¿Cómo se celebra el Año Nuevo? “Mal… ¡Estamos de exámenes! En realidad es algo sencillo, como aquí la Navidad. Nos juntamos las familias, cocinamos y cenamos”. Por cierto, Lin en la universidad se llama Ángela. Men es Cecilia. “Al venir, elegimos un nombre porque los nuestros no tienen traducción". “Escogí Cecilia, pero me he dado cuenta de que es un poco raro”, se despide Men.
¿Por qué Chinatown germinó en Usera, y no en cualquier otro sitio? “¡Esto era lo más barato!”, contesta una señora dentro de una tienda de vestidos de boda chinos. “No nos íbamos a ir a Arturo Soria, aquí encontramos las condiciones adecuadas”. Después, el boca a boca hizo el resto. Hace casi un siglo, cuentan los presentes, el vestido blanco empezó a popularizarse en la comunidad china. Pero todavía no ha ganado la batalla. “La novia se viste de rojo durante el banquete, es nuestra tradición. La que se casa de blanco se cambia a media tarde”.
Manuel, el del quiosco, tiene otra teoría acerca del magnetismo que ejerce Usera sobre los chinos que llegan a Madrid: “Se hizo la vista gorda. Aquí, cuando no había libertad de horarios, ellos abrían hasta las tantas y nadie decía nada. Y así con muchas más cosas”. “Eso, eso, el negocio”, apostilla José Enrique.
Entonces, ¿qué le falta a Usera para convertirse en un Chinatown de reclamo como el de Londres o Nueva York? Primero, tiempo: “La comunidad china no lleva en este barrio ni veinte años. Es costoso echar raíces. A lo mejor termina ocurriendo, no lo descartes”, narran en la embajada.
Mariola Moncada, del centro Xindonfang, menciona la necesidad de “embellecer” el paisaje. Usera descansa humilde, de espaldas al centro. Apunta a una modernización para que el madrileño apueste por ir a comer un domingo a su propio Chinatown, tal como haría si cruzara al otro lado del charco.
Aunque quizá sea imposible. El Instituto Confucio contesta a esta pregunta con un proverbio asiático: “Las naranjas de la misma especie que crecen en zonas diferentes dan distintos sabores”.