Entre los ciclomotores, los mercadillos y los toldos de colores de Manila se esconden los últimos de Franco. Sobreviven en las placas de las calles, con letras blancas sobre un fondo verde. Filipinas refugia en un barrio la desmemoria histórica, los restos de una oligarquía española lo suficientemente poderosa como para poder diseñar un callejero a su libre albedrío. La avenida Primo de Rivera, arteria principal, se topa a su paso con varios de los generales que dieron el golpe a la República: Aranda, Ponte, Moscardó, Dávila, Mola, Yagüe, Solchaga...
El 12 de junio cumple años la declaración de independencia de los filipinos, que se libraron del Gobierno español en 1898, aunque fuera para caer en brazos de Estados Unidos, sin alcanzar su soberanía definitiva hasta 1946 -con una ocupación japonesa de por medio-.
Un abogado, Eduardo Ranz, ha celebrado este 119º cumpleaños enviando un escrito al Ministerio español de Asuntos Exteriores, a la embajada nacional en Filipinas y también a la sede diplomática del país asiático en Madrid: pide al Ejecutivo de Rajoy que luche por aplicar la ley de la Memoria Histórica al otro lado del charco y solicite el cambio de nombre de estas calles. También traslada su reivindicación hasta Manila, por si el Estado filipino decidiera actuar motu proprio. "Lo único que queda de España en Filipinas no es el castellano, sino las calles franquistas", critica.
¿Por qué en Filipinas?
Si Filipinas rompió su vínculo con España en 1898 -cuando Franco tenía seis años-, ¿por qué existe allí un barrio en honor a los generales sublevados de 1936? "Los letreros se pusieron en esas fechas", empieza Florentino Rodao, historiador y autor del libro Franquistas sin Franco, una historia de la Guerra Civil desde Filipinas.
En palabras de este experto, el territorio que hoy resguarda a los últimos del dictador pertenecía a la oligarquía española allí asentada, "muy poderosa política y económicamente". Cuando hubo que bautizar el asfalto, aprovechando la circunstancia, homenajearon a los militares, casi todos veteranos de las campañas en Marruecos.
Una curiosidad: el propio Francisco Franco no cuenta con su letrero. "¡Sí, es una buena pregunta! Nunca lo he averiguado, quizá fuera precisamente por eso, por ser la guerra en ese momento algo incipiente y Franco sólo uno más entre los generales". Por aquel entonces, Mola era conocido como El Director y la primera Junta de Gobierno de los levantiscos la encabezó Cabanellas.
Se coló un masón
"Con éste último hay una anécdota muy interesante. Si te fijas, este hombre no fue honrado por Franco, probablemente por su condición de masón. La información llegó tarde a Filipinas y la calle se quedó ahí", relata Rodao. Cuando Cabanellas tuvo la oportunidad de votar por Mola como hombre al mando, no lo hizo. Después se mostró arrepentido.
¿Por qué Filipinas? Rodao, enamorado de la Historia de este país, sintetiza: "No hubo ningún otro territorio extranjero que, desde el principio, se mostrara tan partidario de los generales nada más producirse el golpe". Lo asocia a lo reducido de este grupo de terratenientes: "En líneas generales, los grupos pequeños con grandes propiedades se adhirieron a la causa franquista, también ocurrió algo parecido en Perú y Bolivia".
"No es un problema para los filipinos"
Más allá de las calles y de la Memoria Histórica, confirma un presentimiento a través del testimonio de sus amigos filipinos: "Allí esto es sólo una anécdota... No es un problema para ellos, la mayoría ni siquiera lo sabe".
¿Por qué las calles franquistas permanecen y el castellano se difumina? "Tuvo mucho que ver la alineación de la comunidad española con los japones cuando éstos ocuparon el país. Desde entonces, muchos vincularon el castellano y nuestra cultura con el fascismo", narra este profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Los últimos de Franco viven en Manila. Solos, olvidados, de espaldas a casi todo. También a ese debate que levanta ampollas en España, a esas acusaciones políticas que allí se pierden entre el ruido de las motos y los gritos del mercado.