Podemos asalta el cielo por la tarde. A media mañana, La Morada, esa casa del pueblo edición siglo XXI, está casi vacía. A pesar de la invitación masiva del partido a su militancia y el jugoso experimento de convertir la moción de censura en partido de fútbol a la orilla de una barra con cerveza y aceitunas.
La guarida de Podemos, que tiene algo de bajera -esos locales en los que se refugian los jóvenes en las ciudades del norte-, palpita lo justo cuando todavía intercambian puñetazos Irene Montero y Mariano Rajoy. Es el primer duelo de esta mañana y se estira hasta pasadas las doce.
La televisión, que chupa señal de internet, a veces a trompicones, cuelga en una pizarra que actúa a modo de carta. Negra, de pared, surtidora de empanadas, pintxos y… ¡brunch! Porque el brunch, el almuerzo de toda la vida, ya se toma -y así se bautiza- hasta en el templo del cambio. No hace tanto de aquella primera vez de Pablo Iglesias en el Ritz, del viaje al brunch de los morados, que poco tardaron en hacerlo suyo.
Quince o veinte sillas en la habitación. El quórum, gracias al gabinete del partido, que empuja la mañana a golpe de tuit junto a la cristalera. Frente a la pantalla se sientan los incondicionales, los espartanos, la mayoría jubilados, por aquello del martes 13 y laborable. Irene Montero acorrala a Rajoy, el balón ronda el área del PP, la portavoz se desmarca, ¡puede chutar a puerta!… pero la imagen se detiene. Montero congelada. “¡Menos móviles, que os estáis comiendo toda la banda ancha!”, apunta el camarero. Cerveza, cerveza, Estrella Galicia, por cierto, el guiño maldito al presidente del Gobierno.
"¡Ahí va la matrona!"
“¡Ahí va la matrona!”, anima una de las presentes a la mano derecha de Iglesias. “Sí, sí, qué bien ha estado”, coincide otro. Le dan una ovación tras haberla escuchado en un silencio de monasterio. Sale Rajoy y las risas rompen su discurso. En uno de esos giros inesperados del presidente -”las cosas van como van”-, se ríen los jubilados, los diputados y los tuiteros. Todos a la vez. Se asoman en la pizarra la chistorra, el pollo picantón, la cebolla caramelizada y una empanada de manzana asada con morcilla, la que le van a dar a la moción. “Son 170, ¿no? ¿Se abstiene el PSOE?”, preguntan un par conscientes de la derrota, cosechada antes de empezar, aunque la batalla de Iglesias es otra, vestirse de presidenciable y poner en el disparadero a Rajoy.
El número que más gusta es el de la corrupción, cuando Pablo Iglesias, ya en la palestra, enumera los imputados del PP. “No cabrían en este Congreso”. Tampoco en La Morada, claro, que aplaude a su secretario general. “Ahí, ahí, aunque yo hubiera añadido el cargo a los nombres que ha dicho”, discurre uno que se apoya en la barra. "Le hubiera dado más fuerza".
La nave de los tuiteros
Tic-tic-tic-tic-tic. El teclado que aporrean los tripulantes de la nave de los tuiteros pone banda sonora a la mañana, que se anima conforme se acerca la hora de comer y se marchitan las obligaciones de despacho, oficina, taller, bar o fábrica.
“Ya verás, Pablo va a estar muy tranquilo”, prologa otro la segunda intervención de Iglesias. Y acierta. Sólo mueve una mano de vez en cuando, los directos a la mandíbula son irónicos, casi con vaselina. Ni siquiera grita.
Otra vez, silencio de cruces. Entonces, una fotógrafa de La Razón invade el piso de arriba, las oficinas, y empieza a disparar su cámara con perspectiva aérea. “¡Oye, oye!”. Consiguen reducirla, debe mostrar sus fotos, garantizar que no salen las caras de quienes no quieren. Una discusión, de buen tono, pero en alto. “Tsssssssss”, se quejan varios. Habla el líder, bajen la voz.
Iglesias y el Ministerio del Tiempo
Iglesias escala a velocidad de crucero y ya roza su segunda ovación en La Morada, pero atraviesa una de las puertas del Ministerio del Tiempo. Se lanza al siglo XIX, erre que erre. Ejemplos bien tirados, gustan. Pero sólo al principio, claro. Cinco, diez, quince, veinte minutos. La retahíla va de Canovas hasta el 13 de junio de 2017. Demasiado denso, incluso para los incondicionales. “Han sido demasiados ejemplos”, le comenta un joven a su colega.
Entonces, Pablo, porque aquí es “Pablo”, se pone poético y empieza a dibujar el país de “la gente”. “España es la camarera que pone copas por la noche, la joven que busca trabajo, la mujer que sabe que no lo encontrará...”. Tiene tiempo para todos, no se deja a nadie. Ahora la retahíla gusta, encanta. “Qué bien, qué bien”, susurra una señora. “Hombre, una dosis de populismo nunca viene mal”, bromea otro que sabe que juega en casa.
La Morada roza la hora del hambre y más de uno abandona a Iglesias por un plato. “En cinco minutos vuelvo”. “Por la tarde seremos muchos más”.