Es comprensible la incomodidad de los podemitas ante los homenajes a Miguel Ángel Blanco. Esos homenajes los desmienten; o mejor, les dicen su verdad: los sitúan. Han tenido que hacer malabarismos retóricos para diferenciar su repulsa por el crimen (que yo me creo) de su significado político. Es decir, de eso que han venido llamando, para reprobarlo, su 'politización', su 'personalización'. Asesinan por razones políticas a una persona, pero si se señala este aspecto crucial se está, según ellos, 'politizando' y 'personalizando'...
Son las prestidigitaciones, una vez más, de quienes hacen un uso exclusivamente estratégico del lenguaje (y de las ideas, de los análisis, de los razonamientos). Ellos están por su causa, y lo que digan tendrá como único fin potenciar su causa. Si aquello de lo que hay que hablar es algo que la cuestiona seriamente, las contorsiones verbales serán de aúpa. Un espectáculo entre risible y patético; para reír o llorar, según nos pille.
Hubiera sido más llevadero si no tuviéramos la experiencia de sus continuas (¡extenuantes!) politizaciones y personalizaciones; si no recordáramos las proclamas de Pablo Iglesias, apenas en septiembre del año pasado, en favor de “politizar el dolor”. Al final el podemismo se arroga el papel de semáforo de la politización. Verde: se puede politizar. Rojo: no se puede politizar.
La idea que late es que ellos tienen el monopolio de la política: de la política legítima. Los demás son usurpadores. En gradación distinta, naturalmente, que va desde aquellos con los que puede haber algún tipo de entendimiento, mayor o menor, hasta los excluidos totales, que serían Ciudadanos y -sobre todo- el PP. En ese deslinde entre lo que es politizable o no se aprecia nuevamente su mentalidad totalitaria, antipluralista. Solo sería 'politizable', al cabo, aquello que favorece su política y no lo que la cuestiona.
Por eso sus llamamientos a no politizar los homenajes a Miguel Ángel Blanco han sido, en la práctica, su manera partidista de politizarlos: intentando conjurar una politización que no les convenía.
La politización de los homenajes de ahora y de las manifestaciones de hace veinte años es innegable: se abogaba por una política democrática y contra el crimen, en favor de la Constitución. La historia dice que los que trataron de acabar con esta fueron los fascistas (los golpistas) y los etarras. Se comprende que los podemitas se sientan incómodos al verse situados en ese fango. Ellos son otra cosa, de acuerdo. Pero si no consideran legítima la democracia surgida de la Constitución, eso que llaman con desprecio "el régimen del 78", el fango es ese y no otro. Y cierran el semáforo cuando la ocasión hace que se vea demasiado claro.