Raphael Minder (Ginebra, 1971) está sentado en una terraza de la calle Velázquez. Treinta grados a la sombra. Aguanta el calor con resistencia de dromedario: camisa y americana. Como el otro Raphael, se pregunta “qué pasara, qué misterio habrá”. Lleva haciéndolo en España siete años, a bordo de la corresponsalía del The New York Times. Antes escribió para el Financial Times desde París, Bruselas y Hong Kong.

Sobre la mesa, una estelada en la portada del libro que acaba de publicar: The Struggle for Catalonia, rebel politics in Spain. Su último trabajo ha sido alabado por historiadores que firman en letras de oro, como Paul Preston o John Elliot. Con la crisis financiera ya en el retrovisor, el órdago independentista centra sus últimas crónicas. Cenó con Puigdemont, Rajoy no le quiso recibir. En el primero ve vocación. En el segundo, un deseo de permanecer atado a la política por muchos años.

El NYT entró en escena con un editorial que abogó por la celebración del 1 de octubre. Minder niega haberlo escrito o inspirado. A pesar de su aclaración, corrieron artículos que le achacaron demasiada connivencia con el nacionalismo. Con respuestas largas y un castellano fluido, lo suficiente como para razonar acerca de términos como secesión o independencia, desmiga sus últimos viajes a Cataluña y la percepción de quien narra el conflicto para uno de los periódicos más influyentes de los Estados Unidos.

Antes de llegar a España por primera vez, ¿había escuchado hablar del conflicto catalán?

Mi primera estancia aquí fue entre 1998 y 1999. En aquel momento, la relación entre ambas partes era de convivencia: Aznar gobernaba gracias al apoyo de CiU. No presencié la escalada y el divorcio. Regresé en 2010. Me encontré una España muy distinta. En mayo de ese año, Zapatero hizo sus primeros recortes y, a los dos meses, el Tribunal Constitucional dictó sentencia contra el Estatuto de Cataluña. Los dos relatos clave de mi viaje, que todavía continúa, empezaron poco después de llegar.

Cuando se fue en 1999, y hasta su vuelta, ¿leyó algo en la prensa de ese enfrentamiento que se iba fraguando entre el Gobierno central y la Generalitat?

No. Entonces y, desde siempre, el separatismo en España para mí eran ETA y el País Vasco, nunca Cataluña. Tenía cierta idea de que se trataba de un territorio con identidad propia, pero igual que Bretaña en Francia o Bavaria en Alemania. No percibía un conflicto. En el extranjero, además, no es nada fácil ubicar Cataluña, sólo se sitúa Barcelona.

Ya a pie de calle, ¿cuál fue su primera impresión del envite nacionalista?

Lo vi muy relacionado con la economía. También estaba lo del Estatuto… pero la tormenta financiera agrupó a todos aquellos que se movilizaban para buscar una salida distinta a la crisis. Hubo dos caracterizaciones: el 15-M y el proyecto de independencia catalán. Recuerdo que Ramoneda, a finales de 2010, me dijo: “La idea de crear un Estado es el único mensaje positivo que existe en España”. No había ningún otro. El resto hablaba de aguantar. Es un proyecto que ofrece ilusión porque promete un futuro mejor.

Pero, ¿y si ese proyecto que califica de ilusionante se sustenta en imposibles? Una Hacienda catalana, la imposibilidad de entrar en Europa…

Puede ser, pero dar ilusión es el trabajo principal de cualquier político. En momentos de frustración, la gente tiende al cambio. Lo hemos visto en Estados Unidos con Trump, en Europa con el Brexit… Muchos están dispuestos a creer en ese proyecto, aunque el futuro no esté claro. Es una reacción natural. Mejor intentarlo que no hacer nada.

¿Cómo le explica a un neoyorquino qué está pasando en Cataluña?

Es clave el contexto. A grandes rasgos, influyen mucho la fragilidad económica y política. También la falta de liderazgo desde el centro y otros factores que en América se pueden comprender: Estados Unidos también tiene una larga historia de secesión, así que el concepto les es familiar. Por otro lado, han vivido muy de cerca lo de Canadá y Quebec. Aunque estamos a años luz de lo ocurrido aquí, en EEUU surgió un movimiento independentista tras la victoria de Trump. En definitiva, esa idea de “el poder central no me representa” es la misma que tiene gran parte del electorado en California. En la práctica, no tiene nada que ver, pero les permite entender el concepto.

Llega un momento en el que Cataluña trasciende e incluso logra acaparar la atención de los editorialistas del New York Times. ¿Qué ocurrió?

Cataluña ya es el tema principal de la agenda política española. Ha superado a cualquier otro. No hace falta más que mirar portadas de periódicos o ver telediarios. Ya no importa el futuro del rey, el descontento social del 15-M o la crisis financiera. Cataluña sólo ha sido superada por el terrorismo yihadista tras los atentados, pero ya ha vuelto a recuperar todo el protagonismo.

Aquel editorial generó mucha polémica en España. Su periódico consideró legítimo el referéndum.

No trato de lavarme las manos, pero el editorial no fue mío, ni siquiera sé quién lo escribió. Puede parecerles sorprendente, pero los canales en el NYT están muy separados. Desde mi punto de vista, el texto, quizá obligado por su género, optó por un camino más corto, obviando algunos matices que creo necesarios. No se apoyaba la independencia, aunque algunos se hayan empeñado en decirlo. Venía a preguntar: ¿por qué no ha habido un intento del Gobierno central por convencer a los catalanes? Con la ley en la mano llegas a cierto punto, pero nunca más allá. Soy muy partidario de convencer en primer lugar y luego, si no queda más remedio, emplear el resto de armas. Si la carretera marca una velocidad máxima de 120 kilómetros por hora, está bien que me lo digas, pero es mejor que me expliques por qué.

Entonces, ¿dejamos que vayan a más de 120 todos aquellos que lo deseen?

No, pero sabemos desde hace mucho tiempo que quieren ir a más de 120. Esto no es un huracán que, de repente, llega a la costa. Ese trabajo, el del diálogo, debería haberse programado hace mucho tiempo. En 2014 estábamos en lo mismo. Han pasado tres años sin ese trabajo de diálogo y explicación al que me refería. El que ahora conduce a 180 también lo hacía en 2014. Hubo tiempo de sobra para convencerle de que no lo hiciera.

Si el conductor reitera que irá a más de 180 a pesar de cualquier negociación, ¿ese diálogo no es imposible?

No sé si ellos -la Generalitat- han dicho eso. En varias ocasiones han ofrecido la idea de hablar del cómo. Empezaron en 2012, cuando vinieron a Madrid a pedir un concierto económico, y no la independencia. En ese momento, entiendo perfectamente que Rajoy estuviera centrado en problemas más gordos como la quiebra de Bankia. Pero, ¿no podía haber instado a una reunión posterior? ¿Esto es un huracán que pasa y se va o se quedará? Esa es mi lectura. Rajoy cree que esto es una tormenta, yo no lo tengo nada claro. Siete años después, seguimos igual.

La última vez que la Generalitat ofreció negociar lo hizo con un requisito imprescindible: habrá referéndum sí o sí. ¿Considera negociación un compromiso que, sea cual sea, deberá terminar en el deseo de una de las partes?

No soy político, pero hice un curso de negociación. Me explicaron que conviene empezar pidiendo un imposible para luego tener margen. Ahora, si quieres venderme algo, te ofreceré una cantidad absurda para tener ese margen. La falta de negociación les ha ido bien a ambas partes, esa es la gran tragedia. Su electorado no depende del adversario porque la brecha entre ambos es enorme. PP y PSOE no tienen mucho que ganar en Cataluña. Si Rajoy ofrece construir una sede de la Generalitat en oro y marfil, no ganará muchos votos. No hay negociación porque a nadie le interesa electoralmente.

¿Qué más achaca al Gobierno de Rajoy en cuanto a la gestión del conflicto catalán?

En Madrid, no hay una respuesta unitaria al desafío independentista. En Londres, en cambio, sí la hubo. Siendo Cameron presidente, mandó a Escocia como gran embajador a Gordon Brown, laborista. No tengo claro si a Sánchez le interesa hundir primero a Rajoy o ser el nuevo visionario del modelo autonómico. Cada uno defiende la bandera de España con conceptos distintos. Los socialistas, cada día, quieren una cosa.

Para zanjar el asunto del editorial... muchos le acusaron de haberlo auspiciado. Ha dicho que no pero, ¿le explicaron desde Nueva York la postura del periódico?

No lo sé y no he intentado saberlo. No sirve de nada defenderse de las calumnias. O tienes la piel un poco gorda o te borras de esta profesión. Una de las fuerzas del modelo periodístico anglosajón es mantener esa barrera entre el equipo editorial y los periodistas. Se han hecho editoriales mejores y peores. Sólo pido a la gente que, si los critica, por lo menos se los lea antes.

Minder también fue corresponsal del Financial Times. Moeh Atitar

Cambiando de tema. ¿Cree que debería organizarse un referéndum para colmar las expectativas de los secesionistas en California?

En general, las sociedades son bastante hipócritas sobre lo que venden y lo que luego hacen. Esto también puede aplicarse a Estados Unidos. Todos vendemos valores de democracia y derechos, pero cambiamos de postura cuando llegan los problemas. Veo muy complicado que el tema californiano pudiera convertirse en algo así, en parte porque el federalismo allí ya existe.

¿Cree que el federalismo sería una solución para España?

España ya tiene federalismo sin tenerlo, y eso es lo peor que le puede pasar a un país. Los que quieren más dicen que no tienen nada y los que están en disposición de dar dicen que ya han cedido bastante.

Estados Unidos, por lo menos en la superficie, transmite un orgullo por la bandera y solemnidad ante el himno nacional. Esto no ocurre en España con frecuencia.

La construcción de EEUU fue a partir de una revolución de independencia y en un terreno bastante virgen. Todo lo que se implantó en un principio sigue siendo actual. Han pasado sólo tres siglos… Empezar tábula rasa ofrece más solidez que una Transición desde la dictadura. Cuando llegué en 2010, me dijeron que el Mundial fue la primera vez en mucho tiempo que se colgaban banderas en los balcones. No es sólo el conflicto catalán, el problema va más allá. Hay poco orgullo de la marca España. Un académico escocés me dijo que la gran diferencia entre Gran Bretaña y este país es que si los ingleses pierden Escocia, les dará igual porque creen que ser ingleses es lo mejor del mundo. En cambio, aquí hay muy poca gente que ve la pérdida de Cataluña como un alivio.

Ha escrito un libro sobre Cataluña. ¿Qué retrato traza de Mariano Rajoy?

Rajoy es el gran superviviente de la política española. Es muy llamativa la foto del pacto del Majestic en 1996: el presidente es el único que sigue en esto. Es un gran operador a su manera. No tiene facultades de visionario o de líder nato, pero sabe mover sus fichas. Te puede caer una tormenta encima, pero si en el momento más peligroso no estás haciendo el tonto en el tejado, no pasará nada. Esa es su gran fuerza.

¿Y Puigdemont?

Tuve una cena con él. Me dijo que no está encantado con la presidencia. No le interesa, no tiene ambición por mantenerse en la Generalitat. Estaba muy cómodo con su reinado en Girona. Ni siquiera se ha mudado del todo a Barcelona. Su familia sigue allí. Ha visto un hueco que corresponde a su vocación. Al contrario que otros, siempre ha creído en la independencia. Hablé con algunos que trabajaron con él y, ya hace muchos años, defendía este mismo proyecto. Rajoy está atado al poder; Puigdemont se irá mañana si puede.

¿Rajoy no le recibió?

No.

¿Lo intentó?

Sí.

¿Cree que tuvo algo que ver el editorial?

No lo creo. No veo a Rajoy muy interesado en la imagen que pueda dar en el extranjero. Lo internacional no es lo que más le ha interesado. A Aznar, en cambio, le encantó su protagonismo a nivel geopolítico. Rajoy está más centrado en cómo mantenerse y ganar elecciones, en lo doméstico. Ni siquiera creo que emplee mucho tiempo en ver qué cuentan sobre él los periódicos, y mucho menos los internacionales.

¿Debería haber referéndum el 1 de octubre?

La pregunta debería ser: ¿qué validez tendría esa votación en caso de que la hubiera? Todo referéndum debe reunir cierto grado de legitimidad y credibilidad. En las condiciones actuales, no veo cómo lo puede tener. Sería un logro impresionante que más de la mitad de los catalanes fueran a votar en estas circunstancias. Veo complicado que se aborte por completo la idea de votar el 1-O.

Noticias relacionadas