Lo único militar que tiene Matías Martínez es la forma de presentarse: "Taxista, cuarenta y cinco años de servicio". Sortea botes de humo y tracas de petardos con un micrófono en la mano y un altavoz a lomos del carrito que arrastra. Su barba blanca, desarbolada y de más de un palmo de longitud, culmina el retrato de este predicador del volante.
Miles de taxistas venidos de toda España caminan hacia el Congreso. Exigen a Rajoy que les "proteja" frente a los "piratas" de Uber y Cabify. Cuando alcanzan la Plaza de Neptuno, se topan con un cordón policial. La Cámara celebra el pleno de esta semana y la ley impide el cerco a los diputados. "No nos iremos hasta que nos reciban", proclama un portavoz desde un camión plagado de megáfonos, aparcado en un extremo de la rotonda.
Matías se ha colocado a sólo unos metros de los antidisturbios, que vigilan provistos de escudos y lanzaderas de pelotas de goma. Los manifestantes derriban las vallas colocadas por la Policía y empiezan las cargas. Tras los empujones, algunos radicales lanzan latas contra los agentes. Cinco o diez minutos de tensión durante los que Matías no ceja en su empeño: "¡Recordad! ¡Somos un colectivo pacífico! ¡No a la violencia!".
Flamenco a todo trapo
"¿Y este iluminado quién es?", pregunta un hombre que pasa por ahí. "¡No, no! Es taxista, muy conocido", le contesta otro. Igual que los predicadores evangélicos en la Puerta del Sol, él recorre Neptuno con su mensaje de paz, tratando de evitar los enfrentamientos con la policía. "¡Que los medios lo vean! Hemos venido aquí a pelear por nuestros derechos, nos sentaremos en el suelo y si quieren, que nos echen, pero no somos violentos". Mientras se desplaza de un sitio a otro, Matías apaga el micrófono y enciende el altavoz: casi siempre flamenco a todo trapo.
Rebasadas las dos de la tarde, la manifestación pierde fuerza. Los taxistas saben que su concentración debe terminar a las tres. Pasada esa hora, la Policía podría desalojarles al haber caducado su autorización. "¡Que nos saquen a hostias! ¡De aquí no nos movemos!", anima el portavoz de Élite Taxi, la facción más dura del sector.
Distintas personalidades se reúnen en torno al camión de la megafonía, que es sufragado gracias a una colecta improvisada: "¡Si todos aportamos un euro, tenemos para una hora más!". Matías se acerca con su carrito y pide la palabra. Le escuchan cientos de taxistas sentados en el suelo: "¡La ética es nuestra! ¡Respetémosla!". Arenga enérgicamente, con las manos en movimiento. Cuando se tacha de "cucarachas" a los coches de Uber y Cabify o se amenaza con "destrozar la ciudad", ruega calma.
Su moderación es dialéctica y de respeto, pero no de propuestas: "Vamos a sentarnos, no nos moverán hasta que alguien nos escuche". Un rato después, como si sus intervenciones estuvieran guionizadas, suena la tonadilla del "no nos moverán" por los altavoces. Sus paseos, con la barba al viento, ofrecen un viaje en el tiempo. "Parece que hemos vuelto a los setenta", se ríe un manifestante.
"Es una leyenda"
"Es una leyenda", dice un admirador de Matías. "Este tío salía en unos reportajes de la tele. Llevaba una guitarra y un piano en el coche y tocaba para sus clientes en los semáforos, un genio".
En el estrado que se improvisa en el extremo de la Plaza de Neptuno más cercana al Congreso, lanzan discursos los portavoces de las organizadoras de la marcha. Los mensajes más duros cosechan ovaciones más pronunciadas. Matías se hace un hueco y le brindan el micrófono: le aplauden, celebran su apuesta, la de ser la víctima y no el agresor en las imágenes que puedan tomar las cámaras.
"Vengo para calmar a la gente"
Tras lanzar su último discurso, se acerca a la libreta en una esquina, lejos del ruido: "Soy Matías Martínez, cuarenta y cinco años de servicio, nacido en Olivares de Júcar, Cuenca". Esta es la séptima gran movilización de 2017: "Suelo venir para calmar a la gente, peleo por una huelga ejemplar. El taxista siempre ha sido un modelo cívico... Sí, sí, ya sé que hay determinadas actitudes que no benefician al gremio".
Prendido del recuerdo, sigue hilvanando su relato: "Son más de 110 años de Historia. Durante 80, hemos ayudado al SAMUR. Llevábamos enfermos de urgencia a los hospitales con un pañuelo al viento que sacábamos por la ventanilla".
"No, no soy un dirigente", responde al reconocer que no le molesta que se le atribuya el calificativo de "predicador". ¿Y la barba? "Tiene más de cuarenta años, ahora crece a su libre albedrío".