Ni la moción de censura de Felipe González contra Adolfo Suárez en 1980, ni la de Hernández Mancha contra Felipe González en 1987, ni la de Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy en 2017 tenían posibilidad de prosperar. Fueron presentadas para poner el foco en la debilidad del Gobierno e intentar tomar la iniciativa política, en el caso de las dos primeras, o por un sentido egotista de la “dignidad”, en el caso de la del líder de Podemos, dispuesto, como ya ha anunciado, a segundas partes .
Por primera vez en 40 años de democracia, una moción de censura, la que hoy comienza a debatirse de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy, tiene posibilidades de salir adelante y tumbar legítimamente a un Gobierno. Y esta virtualidad ha imprimido a las negociaciones una intensidad, y sobre los negociadores una presión, que agrandan la incertidumbre sobre el desenlace del órdago.
La tensión se mascaba en el ambiente este miércoles en el Congreso de los Diputados, donde los portavoces a favor y en contra de la moción cargaban las tintas sobre sus oponentes y sus motivaciones.
Por la mañana Albert Rivera confirmaba en Cope que "no votarán a favor de Sánchez" en ningún caso y proponían a históricos socialistas como posibles presidenciables de consenso que, o se descolgaban inmediatamente de las quinielas (Ramón Jáuregui) o nunca antes aparecieron en las negociaciones (Nicolás Redondo Terreros y Javier Solana).
Luego era el popular Fernando Martínez-Maillo quien aseguraba que al PNV, de cuyos cinco votos depende de nuevo el futuro de España, se le había recordado "solamente" que "ni la estabilidad ni los Presupuestos y sus importantes inversiones para el País Vasco están garantizados" si Sánchez se salía con la suya.
Más tarde, trascendía que Mariano Rajoy tomaba directamente el mando de las negociaciones, hablando con Andoni Ortuzar e Íñigo Urkullu, para disuadir al PNV de apoyar a Sánchez. Los nacionalistas vascos confirmaban por la tarde que su dirección se reunirá este jueves de manera extraordinaria para tomar una decisión que se dará a conocer "después de comunicará su decisión tras escuchar las motivaciones del PSOE para presentar la moción y conocer los compromisos que adquiere el candidato Pedro Sánchez".
Sin embargo, ni siquiera la decisión final cierra las incógnitas sobre qué pasara este viernes en la votación. Los cuatro líderes políticos nacionales llegan al debate con un as en cada manga.
Los naipes ocultos de Sánchez
Pedro Sánchez ha trabajado en dos direcciones, con dos estrategias, dos cartas. Hoy puede anunciar que convocará elecciones en otoño si es investido, e incluso ofrecer a Rivera pactar la composición de ese hipotético gobierno de transición, para intentar atraerse el voto de Cs. O puede hacer guiños a nacionalistas vascos, separatistas y Podemos para atar sus votos. Ambas opciones suponen direcciones divergentes. De él depende tomar uno u otro camino. De lo que no hay duda es de que no va a retirar la moción como le pedía Cs.
El presidente del Gobierno también tiene dos cartas ocultas, más allá del mensaje oficial de que su intención es agotar la legislatura y garantizar la viabilidad de los Presupuestos aprobados hace una semana. Puede anunciar que si la moción no sale convocará elecciones en otoño para desactivar un posible acuerdo de última hora entre PSOE y Cs. O puede anunciar su dimisión y hacer que la moción decaiga antes de que el PP pierda el Gobierno.
Pablo Iglesias dijo que Podemos daría un sí incondicional a la moción de Sánchez, pero sus actos y su trayectoria demuestran que es un político que no está dispuesto a jugar un papel secundario. Así, tampoco se puede descartar que en el último minuto se descuelgue porque el discurso de Sánchez no le convenza, o porque lo considere inconveniente a sus intereses, o por aquello de las bases y la naturaleza asamblearia de su partido. O puede que ponga precio a sus 67 votos. Lo que resulta evidente es que está gozando la partida.
Albert Rivera ha sabido arrebatar una buena porción de gloria a Pedro Sánchez poniendo líneas rojas al aspirante: que los españoles decidan en elecciones cuanto antes, que se salven los Presupuestos, que se mantenga un 155 preventivo en Cataluña, que mejor un candidato independiente. La cuarta fuerza política pone condiciones difíciles, por no decir imposibles, a la segunda .
Su apoyo es improbable, pero también podría forzar a Pedro Sánchez a convocar elecciones inmediatas a cambio de sus votos, y sería Cs quien sacaría las urnas a la calle. O puede anunciar que tiene comprometidos los tres votos que le faltan para promover otra moción instrumental para tratar de condicionar el voto de Podemos -que comparte con el partido liberal ese objetivo- y dejar a Pedro Sánchez malherido.
El resultado de la moción más relevante de la democracia -porque es posible que salga adelante- depende de jugadas y derivadas tan distintas que la emoción crece por horas. La suerte, ya se sabe, es de los audaces.