Tres horas de batalla dialéctica y ningún avance. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el líder del PSOE y aspirante a la jefatura del Ejecutivo, Pedro Sánchez, se han enzarzado en una suerte de diálogo de sordos. Del "qué va a hacer usted si gobierna" al "dimita aquí y ahora". Una repetición de reproches ad infinitum durante réplicas y contrarréplicas interminables mientras ambos miraban de reojo al único lugar donde se decidirá la suerte de la moción de censura: la ejecutiva que celebra el Partido Nacionalista Vasco (PNV) para tomar una decisión sobre sus votos.
El debate empezaba pasadas las 9 de la mañana con el discurso del portavoz del PSOE José Luis Ábalos en defensa de la moción de censura. Rajoy sorprendía al responder con profusión hasta en dos ocasiones. Parecía que el jefe del Ejecutivo tenía ganas de seguir debatiendo el tiempo que hiciera falta. ¿Acaso es que se quiere despedir de la tribuna de oradores con un atracón de intervenciones?
Ya en sus respuestas a Ábalos, el presidente del PP lanzaba dardos contra Sánchez. Pero este último, al que no le interesaba (ni le interesa) el cuerpo a cuerpo en un debate parlamentario, mostraba su cara más templada y viraba el rumbo del debate con la oferta al PNV de mantener los mismos Presupuestos Generales del Estado aprobados la pasada semana en el Congreso. Ese era el as en la manga del aspirante a la presidencia para convencer definitivamente a los nacionalistas vascos.
La jugada de Sánchez para lograr los ansiados 5 votos del PNV servía, a su vez, como munición para Rajoy, que subía una y otra vez a la tribuna para señalar la incoherencia y falta de credibilidad del líder del PSOE. Y, sobre todo, para insistir en que explicase qué va a hacer si llega a La Moncloa: "Lo importante para el señor Sánchez es solo llegar, lo demás le da igual".
El contrataque de Sánchez también se repetía una y otra vez: "Dimita, señor Rajoy, y esta moción acabará aquí y ahora". Más ataques personales del líder del PP. Y más evasivas del secretario general del PSOE. Más aplausos para el todavía presidente que sonaban a rabia y quizás a despedida. Ovaciones más calmadas -por ser menos diputados- para el aspirante.
Pasaban lentos, lentísimos, los minutos y no llegaban nuevos golpes de efecto ni originales argumentos. Ya solo se repetían. No tenían fuerzas ni recursos, como dos boxeadores exhaustos que aguardan que suene la campana. Reproches y más reproches cruzados sin avance alguno ni posibilidad de tumbar al rival. Porque todos los golpes ya estaban lanzados y encajados. Ambos esperaban (y presionaban, cada uno a su manera) al PNV, árbitro de esta incierta moción de censura.
En sus últimas intervenciones de este tedioso debate de casi tres horas, Sánchez y Rajoy se deseaban "lo mejor en lo personal" pero "no en lo político". Y todos en el Congreso agradecían el final de un diálogo de sordos que dejaba las cosas exactamente igual que antes.