Más de 20.000 niños se encuentran en nuestro país en acogimiento familiar, una medida de protección de la infancia de carácter temporal mediante la cual se ofrece un entorno adecuado a los menores que, por distintas circunstancias, han pasado a ser tutelados por la Administración. Willy y Carlos son dos de ellos.
Willy tiene 12 años y procede de Guinea Ecuatorial. Carlos, de nueve, es de origen chino. Los dos forman parte de la familia de Elena Marigorta, junto a su marido Goyo y sus dos hijas biológicas, Elena y María, de 28 y 24 años, respectivamente. Willy llegó a casa de Elena, en la zona madrileña de Tres Olivos, con seis meses, junto a su madre biológica, pero ella se marchó un tiempo después con la esperanza de que su hijo se pudiese quedar, y lo consiguió. Carlos llegó tres años más tarde con cuatro meses.
Las dos acogidas son permanentes, es decir, hasta que sus madres resuelvan sus problemáticas situaciones. En el caso de Willy, es casi imposible; sin embargo, la madre de Carlos lo tiene más fácil, ya que tiene tres hijos más y cuida de ellos. "Sufro de pensar que algún día se pueden ir y no saber cuándo, por eso intento disfrutar el día a día".
Un maravilloso error
Todo fue una "maravillosa equivocación". Cuando Elena y Goyo estaban de vacaciones en Italia hace más de treinta años, fueron a una charla sobre ingeniería agrícola, pero se equivocaron de sala y entraron en una sobre familias de acogida. "Todo el mundo contaba cosas fascinantes de lo que aportaban esos niños a la familia", y decidieron probar suerte. "Al principio hacíamos pequeños acogimientos de niños que estaban en centros y venían los fines de semana y en Navidad". Doce años después, llegó Willy con su madre, y tres años después, Carlos.
Tanto Carlos como Willy mantienen el contacto con sus madres, a las que ven una vez al mes, Elena cree que eso es muy bueno para que "no se sientan abandonados". A pesar de que las visitas están programadas, la madre de Willy tiene periodos de ausencia en los que no aparece: "Él se desanima mucho porque empiezan a pensar que no le quiere, es cuando más sufre".
Sin embargo, la de Carlos nunca falla. A pesar de que puede que se vaya en un tiempo -porque su madre tiene tres niños más y cuida de ellos-, su madre biológica reconoce que no quiere sacarle de donde ha crecido, la casa de Elena. Ella, como madre de acogida, no puede "verla como una contrincante, sino como una aliada para el bienestar del niño". En caso de que algún día quiera volver con ella, tiene que haber condiciones muy estrictas que garanticen que Carlos estará bien. "En ese caso, lloraría mucho pero estaría feliz por él".
Dificultades del día a día
Las mayores dificultades de la acogida surgen al principio, pues "recibes a una persona que no conoces de nada y no sabes por cuánto tiempo", por lo que "la familia debe estar unida", asegura Elena. "Algo tan bonito no debe provocar roces".
Uno de los retos para ella es explicar la situación a los demás. "Los amigos de Willy no entienden que tenga dos madres", es un lenguaje poco usado y hay que acostumbrar a la sociedad a que esto existe. Incluso los profesores no lo entendían, y me decían que "tenía algún problema psicológico al decir que tenía dos madres, cuando es la realidad".
Alguna vez se han producido ceses de las acogidas porque "los padres y los niños acogidos no congenian", "son procesos difíciles porque los chicos vienen con vivencias muy duras". En esos casos la buena voluntad de los padres no basta y necesitan profesionales para entender determinadas reacciones de los niños.
Al lado de nuestras casas
En nuestro país hay 14.000 niños en centros de acogida. María Arauz, vicepresidenta de la Asociación Estatal de Acogida Familiar (ASEAF), cree que hay un problema, ya que "cuando hablamos de acogimiento, la gente piensa en niños que llegan en pateras, pero en realidad están en centros al lado de nuestra casa y la mayoría son de origen español".
El problema de los centros es que, el mismo día que cumplen los dieciocho años, se quedan en la calle "volviéndose invisibles para la sociedad", mientras los que están en familias "tienen un vínculo que permanece para siempre, unas necesidades emocionales cubiertas y unas figuras de referencia que les proporcionan cariño".
Acogida permanente o adopción
Según Arauz, "la sociedad no entiende la diferencia entre acogida permanente y adopción". A su juicio, "lo más importante es que en la acogida el niño no pierde la relación con su familia de origen, y su madre sigue siendo su madre. Todos necesitamos saber de dónde venimos".
Las acogidas indefinidas, como la de Willy y Carlos, suelen ser para siempre, a no ser que sus madres estén en situación de volver a hacerse cargo de ellos. El motivo que lleva a una familia a acoger, según la vicepresidenta de ASEAF, es un "componente vocacional de cuidar a un niño". Mucha gente siente una motivación religiosa que le mueve a ayudar, o los acogimientos monoparentales, que surgen para "combatir la soledad a la vez de ayudar a estos niños".
Lo fundamental es que en vez de estar los padres en lista de espera, como en las adopciones, "aquí son los niños los que esperan que una familia los saque de los centros de menores". Al adoptar, se firma un contrato y se rompe radicalmente el lazo de ese niño con su familia de origen; aquí se trata de que "entiendan por qué les han dejado".
Ayudas económicas
Los padres de acogida echan en falta más ayudas económicas, ya que las existentes "no son suficientes para cubrir las necesidades del niño, como el colegio, la vestimenta o las ayudas psicológicas". Eso permitiría que familias que no se lo pueden permitir, acogiesen. Ahora bien, se busca un modelo en el que acoger no sea un negocio, ya que eso provocaría que la gente actuase movida para tener una renta, "como pasa en Inglaterra". Según Arauz, "allí no se crea un vínculo familiar y cuando cumplen 18, al dejar de recibir dinero, se van para que entre otro".
Vinces, la consultora que ayuda a la asociación, trata de trasladar a las administraciones públicas que promover el acogimiento familiar es una medida eficiente económicamente, además de favorable para el niño, ya que un menor en un centro de acogida cuesta 30.000 euros al año y las ayudas a las familias acogedoras suelen ser de 3.000 euros anuales.