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Por qué. Nadie, salvo aquellos que atendían a la sinrazón terrorista, comprendían las razones de aquel asesinato en diferido. ETA clamaba venganza tras la liberación de Ortega Lara y fijó el foco sobre un joven concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco. Fue secuestrado el 10 de julio de 1997. 48 horas después recibió dos disparos con un revólver del calibre 22. Murió el día 13. Esta semana se han cumplido 21 años de esta cadena de acontecimientos.
Los asesinos lo abandonaron, agonizante, en un descampado de la localidad guipuzcoana de Lasarte. Allí se lo encontró el sargento de la Guardia Civil Jesús María Justo, el primero en atenderlo.
Hoy todavía se estremece al retrotraerse a esa jornada: "No se pudo hacer nada por su vida". Y eso que Justo era un agente curtido tras una década en los destinos más peligrosos, dedicado a la recogida de pruebas tras cada crimen etarra. Pero aquel joven moribundo era algo más. Era la sacudida que había despertado el Espíritu de Ermua y a una sociedad dormida. Miguel Ángel Blanco aglutinaba todas las libertades en el ariete contra los terroristas.
Años de asfixia
Merece la pena recordar esos días. Los días de todos, pero especialmente los de Jesús. José Antonio Ortega Lara llevaba más de 500 días secuestrado en manos de los terroristas. El Servicio de Información de la Guardia Civil, por fin, encontró una aguja en un pajar: una pista que les condujo hasta una nave industrial en Mondragón.
La organización criminal había planteado un desafío extremo al Estado -quizá sería más apropiado hablar de extorsión-: o se acercaban los presos de ETA a cárceles próximas al País Vasco y Navarra, o se ejecutaba al funcionario de prisiones.
La dirección de la banda, como publicó EL ESPAÑOL, tenía prevista la publicación de dos mensajes secretos en las páginas de clasificados del diario Egin para sentenciar el destino del cautivo: uno, para liberarlo; otro, para matarlo. Los captores, entre ellos José María Uribecheverría Bolinaga, debían seguir sus órdenes.
Nada de eso llegó a ocurrir gracias a la acción de la Guardia Civil. Las imágenes de la liberación dieron la vuelta al mundo y sacudieron la conciencia colectiva. Un Ortega Lara desorientado, famélico, desgreñado, salía de su agujero. Era la victoria del bien sobre el mal; de las libertades sobre el terrorismo. Y eso, quienes mataban, no podían soportarlo. Por eso esbozaron su plan siniestro.
Los investigadores de la Guardia Civil, por contra, respiraban la satisfacción. Un grupo del Servicio de Información se trasladó hasta Madrid para hacer las correspondientes gestiones. Entre ellos figuraba un cabo, Jesús, protagonista de esta historia.
Jesús -hoy capitán del Instituto Armado- cuenta parte de sus vivencias en el País Vasco en el libro Historia de un desafío (editado por Península). Allí estuvo destinado desde 1987 hasta 2003. En varias ocasiones sufrió ataques con granadas contra la casa cuartel en la que residía con su mujer y sus dos hijas. El siguiente relato se desarrolla en Tolosa:
"Un día iba paseando por Tolosa con mi esposa y mi hija de meses cuando de repente me di cuenta de que un hombre joven nos seguía; me paré delante de un escaparate y el individuo también lo hizo, pero ante el escaparate de una pescadería. Salimos del casco viejo y observé que él también nos seguía. En ese momento mandé a mi mujer al cuartel y ella no quiso separarse de mí, le tuve que insistir en que tenía que marcharse. Nos separamos y me di la vuelta. Entonces, ya solo y sin temor a que les pudiera pasar algo a mi esposa y mi hija, comencé a perseguir a ese individuo. Lo hice durante unos minutos, accediendo de nuevo a las calles del casco viejo, donde él se introdujo en el interior de un bar con acceso por dos calles perpendiculares. Tras atravesar el local atestado de gente, no conseguí ver en qué dirección huyó y le perdí. No volví a ver más a este individuo por el pueblo, pero probablemente alguien le habría informado de que yo era guardia civil. De hecho, la matrícula de mi vehículo la tenía el miembro de ETA José Antonio López Ruiz, 'Kubati'. También en aquella época, en la 'herriko taberna' de Tolosa, dos compañeros más y yo teníamos el título de expulsados de Euskal Herria expuesto en una de las paredes".
Años de coacción, de asfixia.
Saltan las alarmas
Jesús, pues, era uno de los agentes que se había trasladado a Madrid para dar novedades de la liberación de Ortega Lara. Como era tradición en el grupo, tenían previsto comer en un asador de Aranda de Duero (Burgos) en su regreso en coche al País Vasco. Pero esta ocasión era especial. Además, habían previsto celebrar el éxito con una pequeña reunión en el cuartel de Intxaurrondo. Aquello nunca llegaría a ocurrir. Los terroristas, enardecidos de rabia, ejecutaron su venganza.
El funcionario de prisiones fue liberado el 1 de julio de 1997. Los terroristas secuestraron a Miguel Ángel Blanco el día 10 y lanzaron un ultimátum: asesinarían al concejal de Ermua en un plazo de 48 horas si el Gobierno no acercaba a los presos de ETA.
La noticia del secuestro activó todos los protocolos. Policía Nacional, Guardia Civil, cuerpos autonómicos y otras instituciones desplegaron todos sus efectivos en una búsqueda desesperada. El rumor contra ETA dio paso al clamor. Difícil no recordar qué hacía cada uno en ese paréntesis agónico.
El resultado es de sobra conocido. El Gobierno de José María Aznar, con Jaime Mayor Oreja al frente del Ministerio del Interior, no cedió al chantaje. José Luis Geresta Mujika obligó a Miguel Ángel Blanco, esposado, a arrodillarse en un descampado de Lasarte. Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, le descerrajó dos disparos a quemarropa. Los dos terroristas eran miembros del comando Donosti, integrado también por Irantzu Gallastegui Sodupe y José Luis Geresta Mujika. Eran las 16.50 del 12 de julio.
Todos los agentes de todos los cuerpos policiales disponibles en Guipúzcoa estaban desplegados. Pero no era fácil dar con Miguel Ángel Blanco y sus captores -a la postre, sus asesinos-. Un laberinto de carreteras y caminos vertebra las inmediaciones de Lasarte, el lugar escogido para el crimen.
Por allí patrullaba Jesús, exhausto, acompañado de otro miembro del Instituto Armado. Miguel Ángel Blanco ya pertenecía a todos, pero todavía más a aquellos agentes que conocían como nadie la oscuridad de las fauces terroristas. Los crujidos de la radio escupieron la noticia: unos ciudadanos habían encontrado al concejal malherido. Jesús y el otro guardia eran los agentes más próximos, a ellos les correspondió certificar la información.
Así lo recuerda el hoy capitán de la Guardia Civil:
"A mí y a un compañero nos tocó 'barrer' la zona de Lasarte, nos repartimos un camino sí y otro no. De repente nos dicen por transmisiones que un cazador ha visto a un hombre en el suelo; estábamos al lado y nos acercamos, era Miguel Ángel Blanco. Lo encontramos agonizando, acababan de dispararle, lo hicieron con un revólver calibre 22, por eso no lo escuchamos".
Aún estaba vivo, pero el hilo que sostenía su existencia era demasiado fino. Jesús sigue recordando aquella jornada:
"Inmediatamente se presentaron una ambulancia y la Policía Autonómica Vasca [la Ertzaintza]; a partir de ese momento permanecimos en el segundo cordón para interrumpir lo menos posible. La ambulancia lo trasladó hasta el hospital, pero ya entró en coma, no pudieron hacer nada por su vida".
El concejal entró en coma. Oficialmente, murió el 13 de julio.
La derrota de ETA
Manos blancas contra el terror, repulsa contra ETA, el despertar de una conciencia colectiva, la bandera de una libertad, el hastío contra el chantaje... el clamor popular se podría traducir en las dos palabras más repetidas tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco: "Basta ya".
A los terroristas se les acorraló en todos los frentes -el social, el policial, el judicial- hasta obligarles a claudicar. Tras de sí dejaron más de 800 asesinatos y devastación.
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