Faltaba una hora para que diera comienzo la concentración en contra de la famosa sentencia de las hipotecas de esta semana y el ambiente no podía ser más pintoresco. Doce grados marcaba el mercurio y si no fuera por las cámaras y los periodistas que empezaban a agolparse a escasos metros del Tribunal Supremo, nadie diría que allí iban a ocurrir lo que ocurrió.
El escenario lo tenía todo. Unas vallas amarillas marcaban un perímetro de seguridad que protegía, o intentaba proteger, las puertas del Alto Tribunal. Decimos intentaban porque cualquiera podía esquivarlas atravesando los arbustos de medio metro que bordean la plaza de la Villa de París. Cuatro furgones policiales y apenas cinco agentes de la Policía Nacional eran visibles en las inmediaciones del edificio.
No había ni un solo banco libre para sentarse. Todos estaban ocupados por curiosos que aguardaban impacientes a ver la que se iba a liar a las 18.00 horas. “No tenía nada mejor que hacer esta tarde. Vivo sola y mi casa está aquí al lado, así que vine a curiosear”, comenta María entre risas. Esta mujer, de 69 años, dice estar acostumbrada a las manifestaciones delante del Supremo. Asegura que, “si fuera de la derecha, no hubiera venido. Esas son más aburridas”.
Lo cierto es que a la de este sábado, convocada por Unidos Podemos y las principales asociaciones anti desahucios y en defensa de las pensiones y los consumidores, no le faltó de nada. El partido que dirige Pablo Iglesias había reunido a toda la prensa para mostrar su rechazo a la sentencia del pleno del Supremo que obligaba a los ciudadanos a seguir corriendo con el impuesto de suscripción de las hipotecas; beneficiando, por ende, a los bancos. No obstante, las primeras personas en llegar al lugar no llevaban pancartas, sino que iban cargadas con banderas republicanas que no pararon de ondear.
Cánticos recurrentes
Media hora antes del inicio de la concentración, el movimiento, ahora sí, era constante. Tres grandes carteles se alineaban en semicírculo en torno a los periodistas, que asistíamos a un auténtico carnaval reivindicativo liderado por dos hombres que, micrófono en mano, azuzaban a las masas a corear cánticos que iban de los tradicionales “El pueblo, unido, jamás será vencido” y “Sí se puede” – que hasta los niños presentes se animaron a cantar– a otros más elaborados como “Sin luz ni gas el Rey tendría que estar” o “De norte a sur, de este a oeste, la lucha sigue cueste lo que cueste”.
Todo ello ante las miradas pétreas de Fernando VI y Bárbara de Braganza, cuyas estatuas presidían –seguramente atónitas– la escena, sin poder ordenar a los agentes de la ley –que ya sumaban más de una veintena– que fuera dispersado tal conato republicano. Antonio Fernández de Miguel –Peco “para los amigos”– formaba parte de uno de ellos. Sin dudarlo dos veces, rompió filas y se sentó enfrente de las pancartas sujetadas por sus compañeros para gritar bien alto “¡Viva la República!”.
Accedemos a él y nos cuenta que es “comunista” y amigo del histórico líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, “aunque éste no lo sea de él”, aclara. “Anguita tendría que ser el presidente de la Tercera República”, continúa. “Soy miembro de Podemos y de Unión Cívica por la República. He sido manipulado por el nacional catolicismo y el fascismo y tengo, a mis 83 años, –muy bien llevados, todo hay que decirlo– que luchar por un pueblo más libre y con más futuro”. Tras su presentación plagada de adjetivos no duda en cargar contra los que él considera responsables de la sentencia del Supremo: “Lesmes y Picazo tienen que dimitir. No hay derecho. Están haciendo lo que dice el poder. Es una vergüenza”.
Interrumpimos nuestra conversación con Peco al ver que toda la prensa avanza a empujones hacia un extremo de la plaza. Antes de irnos nos despedimos de él, que añade: “El ciudadano Felipe y la ciudadana Letizia tienen que marcharse y que el pueblo diga lo que quiere en un referéndum que yo acataré”. Las banderas republicanas que ondeaban en la plaza han debido de confundirlo con el objeto de la concentración: “¡Peco, pero esta es una concentración en contra del Tribunal Supremo, no de la monarquía!” exclamamos. “Cualquier ocasión es buena para decir cuatro verdades”, responde.
El alboroto, efectivamente, respondía a la llegada de los líderes de Podemos e Izquierda Unida, Pablo Iglesias y Alberto Garzón. La masa de gente y la cantidad de periodistas que abarrotaban la plaza hacían muy difícil conseguir una instantánea de ellos. Sobre todo a las ancianas de baja estatura, que recurrieron a la prensa para pedirnos que le sacáramos una foto con su móvil a “Pablito” desde nuestra posición privilegiada de casi metro ochenta.
Iglesias, con rostro serio, y Garzón, más relajado y sonriente, estuvieron hasta 10 minutos dejándose fotografiar por los periodistas. Se colocaron los mechones de pelo que el viento caprichoso ponía delante de su rostro, miraron a izquierda y derecha ante la llamada de los periodistas, dieron besos a cuanta señora –que eran las que más abundaban en el lugar– se acercaba y rieron con cara de pillos ante los ocurrentes cánticos de los congregados.
José Manuel tenía en sus manos el poder del altavoz y, acompañado de una chuleta en la que vimos escritas más de 30 lemas, animaba a la gente a seguirle el ritmo para que su voz se escuchara en la vecina plaza de Colón. Sólo le faltó gritar “Baaaaaarquillo”.
Después de incontables fotografías, la comitiva se dirigió a un estrado dispuesto para la ocasión, rodeados de agentes de seguridad que no sabemos si eran de alguna empresa privada o porteros de discoteca contratados para la ocasión, pero los empujones que nos dieron nos colocaron en una posición de desventaja para oír lo que Garzón e Iglesias tenían que decir. A eso estábamos cuando una anciana – por edad, que no por vitalidad – nos aplastó el pie con un bastón que agitaba al compás de los lemas que cantaban José Manuel y otros.
Fue entonces cuando miramos al suelo y descubrimos que estábamos en medio de un auténtico lodazal de barro y agua que nos llegaba hasta la rodilla, pues algunas personas – que se arrancaron a saltar al ritmo de “Algo huele mal en este tribunal” – no dejaban de salpicar y colarse entre los periodistas para conseguir una imagen de su “niño”, tal y como una mujer llamó a Alberto Garzón.
“¡Basta ya de tanta precariedad!, ya es hora de que el Estado se preocupe de los más desfavorecidos, que hay más de 166 desahucios al día en la cuarta economía de la Eurozona” gritaba uno, “Hay que cambiar este país de arriba abajo”, decía otro. Mientras tanto, ante la imposibilidad de escuchar nada de lo que exponía Pablo Iglesias – creemos que ni Garzón, que estaba a su lado, era capaz de oír lo que decía – iniciamos una conversación con Concha: “¿No decían que la fuerza están en el pueblo? ¿qué pueblo? si nos toman por tontos. Esto es vergonzoso y el poder financiero nos la ha vuelto a colar a los españoles”.
Aprovechando el despiste de una compañera y la retirada de varios señores que ya habían conseguido el vídeo para enviar al grupo de WhatsApp de la familia, nos colamos por la parte de atrás de la tarima. Llegamos al punto de tocar, por poco, la famosa coleta de “Pablito”. Ahí fue cuando le escuchamos decir que el decreto aprobado por el ejecutivo de Sánchez para remediar la incertidumbre social levantada a raíz de la última sentencia del Supremo es "un paso, pero no es suficiente". A sus socios de Gobierno, y al resto de fuerzas políticas, el líder de Podemos les pidió que recapaciten y entiendan que "a los españoles les deben dinero y tienen derecho a cobrar".
Defender España "no es poner banderas muy grandes en los balcones, es defender a las familias españolas", añadió Iglesias, que dijo que ésta era una "concentración patriótica de un país que, frente a los bancos, está dispuesto a defender la dignidad y la democracia". Debemos de admitir que Garzón también habló, pero lo suyo ya sí que no hubo manera de oírlo. Ni por delante ni por detrás del estrado. Lo último que logramos recoger fue a Iglesias tachando de “ vergüenza" y un "atentado a la separación de poderes" y a la "democracia" la sentencia del pleno del Supremo. "Parece que en este país la banca está por encima de la ley. No puede ser".
Defender España "no es poner banderas muy grandes en los balcones, es defender a las familias españolas", añadió Iglesias
Indignación compartida con los allí reunidos que Unidos Podemos mostró durante poco más de seis minutos, que fue el tiempo que estuvo sobre la palestra antes de abandonar la plaza. Diez para fotos y seis para el discurso, que se hace de noche y el viaje de vuelta a Galapagar con los semáforos de Carmena no es ninguna tontería. Y venga empujones de sus guardaespaldas. Y la señora que no pudo grabar un vídeo del discurso, y el niño haciéndose un selfie de espaldas, y la gente gritando “¡Presidente, presidente!”. Todo más esperpéntico que político, que esto es España y quien no se haya enterado que se lo haga mirar.