"Susana ha sido el primer ñu en atravesar un río lleno de cocodrilos y todos se han lanzado a ella para intentar devorarla". El símil zoológico, expresado este miércoles por un alto cargo del Gobierno, sirve para proyectar el escenario en el que Pedro Sánchez se mueve también desde que el domingo se hundiera el PSOE en las urnas andaluzas, en las que se dejó 400.000 votos.
El resultado electoral ha estremecido a Pedro Sánchez, que tampoco vio venir el resultado, la gran desmovilización de la izquierda y el alcance de la irrupción de Vox. El presidente está molesto con algunos de sus asesores que hacen análisis político y electoral, según fuentes consultadas por EL ESPAÑOL. Sánchez cree que sin buena información no puede haber una buena estrategia para la decisión trascendental de su mandato: apretar "el botón rojo" que convoque las elecciones, en palabras de uno de sus colaboradores.
Sánchez teme ser el segundo "ñu" despedazado por los cocodrilos y por eso quiere tener todas las puertas abiertas. Porque si Vox ha llegado para quedarse y la derecha para gobernar en Andalucía, la siguiente presa bien podría ser él.
El nuevo clima ha provocado algunos cambios de guión notables. Desde que se conocieran los resultados electorales, el jefe del Ejecutivo ha resucitado los Presupuestos, cuya letra pequeña dormía hasta ahora en un cajón del Ministerio de Hacienda sin ser remitida al Congreso para su tramitación.
Además, preguntado en la noche del martes en Telecinco, Sánchez ya no descartó adelantar las elecciones si los Presupuestos acaban en vía muerta por el rechazo de los partidos independentistas. Por último, en las últimas 48 horas, se ha mostrado a favor de acabar con la inviolabilidad del jefe del Estado que garantiza que el rey no puede ser encausado. Aseguró que Felipe VI estaba de acuerdo con él, pero horas después fue matizado por el número tres de su partido, José Luis Ábalos, que recalcó que se trataba tan solo de una "opinión" del presidente sin propuesta alguna.
El calendario de los Presupuestos
Sánchez ha decidido remitir los Presupuestos al Congreso y, con eso, medir sus apoyos en la cámara en una especie de todo o nada visto por algunos dirigentes independentistas como un "chantaje", en palabras del vicepresident de la Generalitat, Pere Aragonés (ERC). Si los partidos independentistas no permiten siquiera que se tramiten, Sánchez tendrá aún tiempo para convocar unas elecciones en marzo en las que previsiblemente marcaría distancias con ellos, culpándolos del fin del mandato.
El calendario es ajustado, pero no imposible. Las elecciones generales pueden coincidir con el superdomingo electoral del 26 de mayo, cuando se celebran elecciones europeas, municipales o autonómicas en 13 comunidades, pero varios barones socialistas creen que sería un suicidio para ellos. De ser antes, deben ser al menos dos meses antes por ley, lo que deja el domingo 24 de marzo como posible última fecha.
Para que España votase ese día, el presidente tendría que firmar el decreto de convocatoria en los últimos días de enero para cumplir con los plazos que marca el artículo 42 de la ley electoral. Eso le deja casi un mes para presentar las cuentas públicas y medir sus apoyos. Aunque el calendario es ajustado, Sánchez podría apurarlo o directamente asumir que no es necesario llegar a la primera votación porque la falta de apoyo de los partidos independentistas, imprescindibles en la ecuación, es definitiva.
Endurecimiento del discurso contra los independentistas
El presidente ha dado ya varias muestras de un discurso más contundente contra el independentismo, uno de los argumentos de campaña electoral de PP, Ciudadanos y Vox mientras Díaz hablaba de Andalucía. En su entrevista, Sánchez prometió "actuar con contundencia en el caso de que se produzca una quiebra de la Constitución" y comparó a los independentistas con los antieuropeos promotores del Brexit.
En otra entrevista, publicada por medios como El País, aseguró que "a los independentistas les da igual el modelo de Estado, quieren ir contra el ser de España".
Este miércoles, un colaborador de Sánchez defendió su autonomía frente a PDeCAT y ERC, dos partidos sin los que el líder del PSOE no se habría convertido en presidente y que son imprescindibles para que saque adelante la mayoría de sus propuestas en el Congreso.
"No somos dependientes del mareo"
"No somos dependientes del mareo al que pudieran someternos los partidos independentistas", dijo este alto cargo de Moncloa. "El Gobierno es autónomo en su comportamiento" y no "sucursalista de lo que hagan los demás", según él. "Tenemos la esperanza de que los españoles entiendan que este Gobierno es el que marca la agenda y no al revés". "Un Gobierno siempre está al frente del tractor de la locomotora. No puede estar al final del vagón" sino comportarse como el "maquinista", según la misma fuente.
En otras palabras: en el Gobierno manda Sánchez y no los independentistas, por más que lo diga la oposición y que el propio presidente reclame su apoyo para los Presupuestos. En su misma línea, Ábalos se afanó en defender este lunes y martes que el PSOE no había llegado a absolutamente ningún acuerdo con los independentistas.
El alejamiento ha comenzado. Hay muchos motivos para que se produzca. El primero es el mensaje de las elecciones andaluzas, que han hecho reflexionar a Sánchez. Ahora no es el mejor momento para convocar unas elecciones, pero nada garantiza que más adelante los vientos sean más propicios. Es más: la posibilidad de que empiece el juicio a los dirigentes independentistas presos podría erosionar más la imagen del Gobierno. En primer lugar, por la imposibilidad de llegar a nuevos acuerdos y, en segundo, por el ataque que recibirá de la derecha al intentar asociarlo a los secesionistas.
Por eso el presidente quiere tener todas las puertas abiertas, endurecer el tono contra los independentistas y, en enero, según pinte el panorama, plantearse convocar elecciones para finales de marzo. Sólo así se respetaría el límite legal de no convocarlas en los dos meses previos a las del 26 de mayo (autonómicas, municipales y europeas) apoyándose en el desencadenante de una negociación presupuestaria fallida.
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