Las mujeres han vuelto a hacer suya la calle este 8 de marzo, reproduciendo las poderosas imágenes que en 2018 pusieron a España en el centro de la reivindicación feminista, contra los crímenes machistas o por la no discriminación laboral e institucional.
El éxito 365 días atrás, que pilló a más de uno con el pie cambiado, ha hecho que la política piense mucho más su estrategia esta vez, hasta prácticamente capitalizar la fecha -parasitar, dirán otros-. Sólo el acto final, las multitudinarias manifestaciones en las principales calles del país, ha sido el de los rostros anónimos y el grito unánime al margen de diferencias de otra índole.
Tristemente, la actualidad ha seguido su negro curso y ha dejado en segundo plano el machacón intercambio partidista para sacar a la luz el fondo de las movilizaciones, la más cruel de sus demandas. Cerca de las dos de la tarde, un hombre de 81 años ha matado presuntamente a su mujer, Estrella Domínguez Menéndez, de 63, en Madrid. Ha sido una vecina la que ha alertado de haber escuchado una discusión y más tarde disparos.
En negro y morado
Por hechos como este tenía sentido por ejemplo el 'cortejo de las ausentes' visto en la marcha de Gijón, un desfile de lazos negros por todas las asesinadas que ni un 8 de marzo ni cualquier otro día podrán defender causa alguna. O la mascletà con humo negro de Valencia. O los tocados, prendas, pañuelos o lazos de este mismo color en la gran marea congregada en Bilbao.
Los datos, que suelen ser lo de menos al ser siempre objeto de disputa entre quienes inflan y quienes desinflan, de ambas partes por interés, son históricos e indiscutiblemente superiores a los del año pasado. Sólo poniendo el foco en Madrid (375.000 asistentes, según la Delegación del Gobierno, más del doble que en 2018) y Barcelona (200.000, según la Guardia Urbana), el 8-M ha reunido a cerca de 600.000 personas.
No hay que pasar por alto a las más de 100.000 en Zaragoza, las decenas de miles en Pamplona, en Murcia, San Sebastián, Vigo... La suma se acerca al millón, una exhibición de fuerza que ya no ha sorprendido, pero que no sirve si queda en cita anual, sin hitos intermedios, con más asesinadas o más brecha salarial. "Somos imparables", rezaba el lema en la cabecera de la manifestación de Madrid, advirtiendo y esperanzando de que esto no termina aquí ni así.