Pedro Sánchez sólo quería un debate. No participar en un debate sino que los demás no pudieran hacerlo en ninguno más sin él. Así lo dejó de manifiesto la semana pasada y hasta el mismo viernes, en el comunicado en el que rectificó su posición sobre los debates y se avino a participar en los dos que le reclamaban PP, Unidas Podemos y Ciudadanos.
Ahora, Sánchez se arriesga a que un descuido en las alrededor de cuatro horas de emisiones en directo tuerza el rumbo de su campaña y haga buena la comparación de la ministra portavoz, Isabel Celaá, cuando la vinculó al Titanic, lema de campaña mediante. ¿Serán los debates el iceberg del presidente del Gobierno? La respuesta sólo podrá responderse el miércoles, cuando queden cuatro días para la cita con las urnas.
La estrategia de Sánchez siempre ha sido la de minimizar los errores. Primero se pusieron los cimientos de la campaña: Vox para movilizar a los propios, Vox para dividir al centroderecha y un mensaje de fuerte contenido social y reivindicación del Gobierno. También se vetaron algunos temas: Cataluña apenas aparece en el programa electoral y poco en los mítines, los pactos poselectorales son tabú en todas las entrevistas a pesar de que una mayoría absoluta no entra ni en los sueños más salvajes de ningún partido. Con esas premisas, sólo bastaba con repetir machaconamente los mensajes hasta el final. Las encuestas fueron acompañando y describen una progresión inequívocamente ascendente de los socialistas.
El debate que no será
Un único debate a cinco con Vox encajaba a la perfección en el plan de campaña: la exposición sería limitada por tratarse de una única cita televisiva y cinco contendientes. La presencia de Santiago Abascal permitiría resucitar la foto de la plaza de Colón, en Madrid. Tras ella, el presidente desveló la fecha electoral. En su equipo se instaló la euforia: el poder de convocatoria de la derecha era menor del esperado.
Ahora, Sánchez llega al debate electoral lastrado por la gestión de la cita, con sospechas de manipulación de RTVE y de que no quería debatir. Eso lo ha llevado a apretar más en los últimos días. En Alicante, este sábado, pidió intensamente el voto útil. "Queremos que España mire al futuro y el futuro no tiene intermediarios. Quien quiera futuro tiene que votar al Partido Socialista porque si se vota a otras formaciones políticas, mayores opciones tendrá el bloque de la involución de poder sumar y poder gobernar", dijo.
Este domingo, la cabeza de lista por Barcelona, Meritxell Batet, pidió que en Cataluña no se vote a "intermediarios" como ERC. "No podemos correr el riesgo de que después no podamos conformar Gobierno. Los diputados del PSC haremos presidente a Pedro Sánchez y los diputados de ERC no lo sé, porque lo que han hecho ha sido bloquear políticas de izquierdas y unos presupuestos que habrían solucionado muchos problemas de los ciudadanos", dijo.
"Que nadie se equivoque, si alguien quiere que gobierne Pedro Sánchez, que vota a Pedro Sánchez. No hay atajos, no hay enredos, no hay mentiras. Tenemos que evitar que la extrema derecha, que parece inevitable que llegue al Congreso, se siente en el Consejo de Ministros", dijo Adriana Lastra, vicesecretaria general, este domingo por su parte.
Iglesias, enemigo por el voto útil
El mensaje está claro: la llamada al voto útil es el último gran argumento de Sánchez para ampliar su victoria a costa de los electores que puedan dudar entre votar al PSOE o a Unidas Podemos, al PSOE o a Ciudadanos. La estrategia es todo un torpedo en la línea de flotación de Pablo Iglesias.
Unidas Podemos ya no aspira a sustituir al PSOE o a ser un partido transversal, como en las épocas en las que Íñigo Errejón dirigía las campañas. Volviendo a las esencias y al discursos contra la casta, ahora reformulada como "los poderosos", Iglesias aspira únicamente a condicionar a un Gobierno del PSOE desde el propio Consejo de Ministros. Él será el que evite la tentación de Sánchez de aliarse con Ciudadanos, promete. Sin embargo, la apelación al voto útil de Sánchez podría pegarle un mordisco a un Unidas Podemos ya maltrecho, luchando por no ser superado por Vox.
La embestida de Sánchez, que hasta ahora practicaba el guante blanco con Podemos, convierte a Iglesias en un nuevo enemigo. Está por ver que el debate de este lunes, en RTVE, sea un dos contra dos o un tres contra uno, con un Sánchez asediado desde la izquierda y la derecha. Es más, Iglesias tiene el reto de sobresalir para recuperar el terreno perdido en estos meses. Y eso pasa por hacerse valer como alguien que no sólo tiene el discurso de Sánchez sino que además es creíble para llevarlo a la práctica. Todo ello sin que Vox sirva como catalizador perfecto de todos los males del país.
En ese sentido, será clave la actitud que adopten Rivera y Casado. Si se muestran muy a la ofensiva, como Cayetana Álvarez de Toledo (PP) en el último debate a seis de RTVE, podrían ocupar el terreno de Vox en el debate y permitir a Sánchez un efecto similar al de tener en plató Abascal. Si, por el contrario, consiguen trasladar que no se han radicalizado, como denuncia Sánchez, podrían avanzar en sus posiciones.
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