Un ambiente muy denso flotaba este viernes en el salón de los Pasos Perdidos, el más solemne de los que hay en el Congreso de los Diputados. Los altos techos parecían mucho más bajos, quizás por el calor, poco habitual en esa estancia, que se utiliza para algunos actos protocolarios y, el resto de las ocasiones, para que algunos diputados charlen o hablen por teléfono.
En el centro, un ataúd. Era el de Alfredo Pérez Rubalcaba, ex todo en el PSOE menos presidente del Gobierno, a quien sus amigos, sus enemigos y personalidades de la vida española despedían sin dar crédito a su marcha repentina. Sobre la caja, la bandera de España y la del PSOE, además de un ramo de rosas rojas.
"No me lo puedo creer. Lo había dejado todo para estar con su mujer, para devolverle todo el tiempo perdido", explicaba una de las máximas colaboradoras de Rubalcaba en el PSOE, con unas enormes gafas negras en la mano. Rubalcaba se sintió mal ya el martes, cuando tuvo una arritmia. Llamó a su médico y le recomendó que ampliara la dosis de las medicinas que tomaba. "Era un cardiópata, estaba acostumbrado", explican desde su entorno. Pero no le dio mayor importancia. Al día siguiente, fue su mujer, Pilar Goya, la que se lo encontró aturdido en el domicilio que compartían en Majadahonda (Madrid), y dio aviso a los servicios de emergencia. Pero ya fue demasiado tarde.
Convencidos de que saldría adelante
"Estaba convencida de que iba a salir, de que lucharía por su vida, pero ayer [por el jueves] ya tuvimos claro que no había nada que hacer", relata una exdiputada. Otro de sus colaboradores recuerda que él tenía pánico a salir de una situación así y acabar en una silla de ruedas con sus facultades mentales afectadas. "Le tenía terror a quedarse así, así que es mejor que se haya ido", explica.
"Cosas como estas hacen que te replantees todo", explicaba una ministra. "Parece que le dio por dejarlo". El "lo" del "dejarlo" es la política, naturalmente. "Mira Carme Chacón. Me vienen a la cabeza esas noticias de paros cardiacos en balnearios", explicaba esta ministra. Según la teoría, hay personas que una vez que lo dejan (la política, naturalmente), inician una cuenta atrás inexorable, como el temporizador de un explosivo que, en el caso de Rubalcaba y Chacón, que se enfrentaron por el liderazgo del PSOE en 2012, detonó llevándoselos de golpe.
A la capilla ardiente acudieron casi todos. Todos los poderes del Estado, empezando por el rey Felipe VI, que acudió con la reina Letizia. Pedro Sánchez, los presidentes del Tribunal Constitucional y del Supremo, los presidentes del Congreso y del Senado y un sinfín de personalidades políticas.
Su amigo de toda la vida, Jaime Lissavetzky, entró con los ojos llorosos y cansados, caminando muy despacio. Susana Díaz no paraba de llorar y asociaba la marcha de Rubalcaba, muy cercano especialmente en los últimos años, con la marcha de Chacón. José Blanco, exministro de Fomento, lloraba a mares sin poder contenerse. Exdiputados como Juan Moscoso del Prado, Ángeles Álvarez, Eduardo Madina o María González Veracruz estaban sencillamente rotos.
Dolor de verdad... y algo de postureo
Los sepelios y los velatorios son muy dados a muestras de cariño que a veces pueden resultar exageradas o incluso impostadas. En su momento hubo en España plañideras, esa figura casi del dolor casi profesional, y ahora se llevan más los tuits sentidos o el rescate de fotos antiguas.
No fueron pocos los socialistas del círculo más íntimo de Rubalcaba que advirtieron en otros compañeros de partido una tristeza postiza. No en vano, Rubalcaba había asegurado en varias ocasiones sentirse huérfano dentro de su partido del que jamás renegó. "Ya no sé quiénes son los míos", confesó hace unas cuantas semanas. Y es que con él se fue un PSOE que este viernes en el Congreso concitaba una respeto unánime, de adversarios políticos con los que Rubalcaba había luchado con dureza o fuerzas vivas de toda condición. Ahora, todo es distinto. Según los que sostienen este lamento, el partido facilita más el hiperliderazgo sin contrapesos y por eso es menos partido. No es una crítica que se ciña al PSOE.
Varios de los cercanos al fallecido lamentaron que el adiós del presidente del Gobierno en forma de artículo fuese un tanto frío. "De becario", reprochó un exdiputado. Otros ponían en valor el artículo de Mariano Rajoy, que se acercó a la capilla ardiente y estuvo un buen rato. A Rajoy se le ve bien, como él mismo dice, muy cómodo en su nueva vida fuera de la política. Su artículo, mucho más sentido, causó sensación entre las filas socialistas.
De los políticos a los ciudadanos
La capilla ardiente tuvo dos fases. La primera, con las autoridades, empezando por los Reyes, que estuvieron tan solo unos minutos en la Carrera de San Jerónimo y fueron recibidos y despedidos por aplausos. Las personalidades políticas, entre las que no faltó el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y presidentes autonómicos como Javier Fernández (Asturias) o la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, se saludaron, se besaron y derramaron no pocas lágrimas, mientras se ponían al día. Para muchos, era un reencuentro tras años de ausencia. Para otros, una tregua en medio de la lucha política y las extenuantes campañas electorales que parecen permanentes. En el pasillo del Congreso, que separa el salón de Pasos Perdidos del hemiciclo, se amontonaban las coronas de flores. Impresionaba verlas.
Después, la mayoría de autoridades e invitados desalojaron la sala. Se quedaron la familia y amigos, a un lado, y destacadas figuras del PSOE en otro, con Sánchez, Cristina Narbona, presidenta del PSOE, Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno y un buen número de ministros. Se hizo el silencio.
Comenzaron a desfilar los ciudadanos a eso de las 22:00. Algunos en pantalones cortos. Otros sin contener las lágrimas y casi sin mirar al ataúd. Otros con alguna rosa comprada a última hora. La mayoría hizo varias horas de cola. Los alrededores del Congreso estaban atestados.
"Se cumplió su frase. En España enterramos muy bien", rememoraba un exministro. Rubalcaba la pronunció cuando empezó a recibir elogio tras elogio justo tras dejar la política y era una muestra de su genial sorna. Algunos de los piropos eran sinceros. Otros provenían de quienes trataron de acuchillarlo políticamente. Como este viernes de calor en el Congreso en el que la solemnidad se hizo densa, tanto, tanto hasta hacer pequeña la sala más suntuosa de uno de los escenarios de su vida.
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