La Guardia Civil no da puntada sin hilo. La detención de José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera, cierra un círculo doloroso para el Instituto Armado. 215 agentes han sido asesinados por ETA durante más de medio siglo de terror, pero al Cuerpo le dolían seis nombres por encima de todos; los de los seis niños muertos en el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, en diciembre de 1987. Silvia Pino, Silvia Ballarín, Rocío Capilla, Ángel Alcaraz y las hermanas Miriam y Esther Barrera. Todos ellos muertos bajo las órdenes del histórico dirigente de ETA. La detención de este jueves ha sido bautizada con el nombre de Operación Infancia Robada.
La imagen de la Guardia Civil tras medio siglo de lucha contra ETA se asemeja a la de aquel héroe de guerra que regresa a casa victorioso, pero herido y desolado. Incluso con sentimiento de culpabilidad por no haber sido capaz de salvar una vida más de aquel horror al que ha sobrevivido. Las heridas, en el caso del Instituto Armado, son los compañeros caídos; la guerra no era tal, porque los agentes sumaban detenciones a su historial y los terroristas ponían los muertos. Y el sentimiento de culpabilidad se personalizaba en la figura de Josu Ternera: sentían que su libertad era una deuda pendiente hacia los suyos y hacia la sociedad.
Ha sido la punta de lanza contra el terrorismo, pero el Servicio de Información de la Guardia Civil se dolía por la fuga del histórico etarra. Eran hirientes las imágenes de Ternera presidiendo la comisión de Derechos Humanos en el Parlamento Vasco en representación de Euskal Herritarrok, heredera de Batasuna. También las escenas del atentado en la madrileña Plaza Dominicana, perpetrado bajo sus órdenes, que se cobró la vida de 12 agentes.
Pero lo que más dolían eran los ataúdes blancos con los que se enterraron a los seis menores asesinados en la casa cuartel de Zaragoza. La detención de Ternera va por ellos, como ha querido dejar claro el Instituto Armado con el nombre del operativo.
El testimonio de Juan José Barrera
Miriam y Esther Barrera tenían 3 años cuando el comando Argala estacionó el vehículo cargado de explosivos bajo su ventana, en el acuartelamiento de la Guardia Civil en Zaragoza. Juan José, padre de ambas, tenía muy claro que los terroristas "vieron en el balcón ropa de niño tendida": "Se trataba de la ropa de mis hijas Miriam y Esther", aseveró en declaraciones recogidas en Historia de un Desafío (editorial Península, publicado en octubre de 2017).
El siguiente relato es el de Juan José, recordando ese 11 de diciembre de 1987:
"Sobre las seis y pico de la mañana explota el coche bomba, Rosa y yo estábamos durmiendo, y la explosión provoca la destrucción de toda mi vivienda. Quedamos Rosa y yo enterrados en los escombros, salvamos la vida gracias a un armario que hizo de parapeto de la onda expansiva. Se cayó un bote de colonia Nenuco que teníamos para asear por las mañanas a las dos niñas; el olor a esa colonia fue persistente hasta que me sacaron de allí. Fui consciente en todo momento de lo que había pasado y también de que las dos niñas y mi cuñado habían muerto, lo tenía clarísimo más que nada porque era TEDAX y tenía perfecto conocimiento de lo que suponía esa explosión y sus consecuencias".
Juan José Barreda, malherido por la caída de escombros y cascotes, tuvo que reconocer el cuerpo de sus hijas de tres años, "caras completamente desfiguradas, irreconocibles". Él y su mujer lo perdieron todo. Incluso las fotos que tenían de las dos pequeñas. Un fotógrafo que había hecho una sesión de las niñas les regaló dos imágenes de Miriam y Esther, que a sus tres años eran las víctimas más jóvenes de aquel atentado. Las fotografías todavía están en un lugar destacado del salón de Juan José.
Historias igualmente dolientes para la Guardia Civil son las de Silvia Pino (7 años) o Rocío Capilla (12 años); las dos, así como los padres de ambas, murieron en aquella casa cuartel. O la de Silvia Ballarín, de 6 años, hija del cabo José Ballarín, igualmente asesinado. O la de Ángel Alcaraz, de 17 años, el sexto menor asesinado en la masacre. Seis ataúdes blancos.
ETA anunció su disolución, pero para el Instituto Armado quedaba el cabo suelto de Josu Ternera. Los agentes del Cuerpo, señala la Asociación Pro Guardia Civil (APROGC) en un comunicado, "siempre cumplen con sus obligaciones, sin escatimar esfuerzos, días y noches de trabajo, y sin atender a nada que no sea el cumplimiento estricto de la ley".
APROGC, además, lamenta las declaraciones del ex dirigente socialista Jesús Eguiguren: "Mostramos nuestra perplejidad, sorpresa, y también indignación, por alguna declaración leída sobre esta detención que pone el título de “héroe” al terrorista ahora detenido, y que le atribuye haber “contribuido al final de ETA”. Nos gustaría saber cuál ha sido su contribución exacta en ese final del terrorismo".
La localidad francesa de Sallanches ha cerrado el círculo. Ha sido allí donde la Guardia Civil, en colaboración con los servicios de Información franceses, ha detenido a Josu Ternera tras 17 años prófugo de la Justicia. Con su captura, las fuerzas de lucha antiterrorista certifican el final de ETA y le arrebatan a la banda terrorista el relato de que se diluyeron por iniciativa propia: son los cuerpos policiales quienes han escrito las últimas líneas de medio siglo de terror etarra.