Hasta el febrero ‘a.C.’ -antes del coronavirus- estaban los besos húmedos del tío abuelo que dejaba la baba de regalo en la mejilla. Estaba el “no os saludo a todos”, al llegar a un bar. Y su antítesis, la ronda del beso a beso, obligando a levantarse y sentarse como si los comensales tuvieran un muelle en el culo. Estaba el “bailar pegados es bailar” de las verbenas trasnochadas de todo y el cuñado del “ven, que te voy a enseñar cómo da la mano un hombre”. Eso. Hasta el febrero ‘a.C.’, hasta el pasado febrero. ¿Y ahora qué?
La crisis que está viviendo el mundo, y España como protagonista de oro, a causa de la pandemia del coronavirus parece que va a darle la vuelta a la sociedad que hasta ahora se conocía. Todo aquello de la cuarentena y el tener que quedarse en casa para perder el trabajo acabará pasando de largo antes o después. Pero los expertos en la materia ya apuntan que el coronavirus se quedará a convivir un tiempo y auguran cambios sociales profundos. Habrá que trastocar la forma de relacionarse. Entre los saludos posibles que habrá que desarrollar en el futuro hay varias posibilidades: el saludo con los codos, poco estilado por su ridiculez; el saludo japonés, esa reverencia en la distancia y el llevarse la mano al pecho, que simboliza honestidad y servilismo.
Bien saben los genocidas que para acabar con un pueblo hay que acabar con su cultura. Y el coronavirus, como arrollador de muertes que actúa, empuja a la cultura española a la brecha. Esta vez no porque Rodríguez Uribes sea su ministro. Esta vez porque los españoles, y todas las culturas latinas en general, se besan mucho, hablan muy de cerca. Porque los españoles son sociables, se apilan unos encima de otros en las terrazas. Parece que llegará el verano, que se podrá salir de nuevo, pero será el estío más frío que se recuerde porque ya no habrá contacto. Será un riesgo para la salud pública, quedará tan mal visto como practicar sexo sin preservativo.
Fernando Simón, el asesor principal del Gobierno en la gestión de la crisis del coronavirus, ya lo advertía, desde su casa confinado, que habrá que aprender a buscar nuevas formas de relacionarse socialmente en cuanto se pueda salir a la calle. Su recomendación va en la línea de las que lanza la Organización Mundial de la Salud. “A partir de ahora tenemos que empezar a pensar en los problemas de volver de nuevo a la transmisión si no tenemos muchísimo cuidado”, dijo la semana pasada. Y así como lanzó algunos consejos tales como educarse en el uso de equipos de protección personal a diario, recomendaba relacionarse a la japonesa, manteniendo la distancia social a límites inexplorados hasta ahora por los españoles.
¿De dónde viene el beso?
No va a ser fácil. Las formas de saludarse que se usan ahora en Occidente llevan incrustadas en el ADN de nuestra sociedad desde tiempos inmemoriables. Ya antes de los romanos era tradición ofrecer un objeto de bienvenida, que se tendía con la mano derecha, sentando el precedente del apretón de manos. Este estrechar de manos sale ya reflejado en las ánforas romanas, cosa de pactos entre dioses, y hasta la Edad Media tenía un significado práctico: al estrechar la mano derecha, se demostraba que no estaba armado e inhabilitaba la posibilidad de sacar la espada repentinamente.
Es aquella muestra de no estar armado que ha hecho que la misma forma aparezca en comunidades que no están conectadas entre sí. Cuando los nativos de América del Norte extendían la palma, antes de decir su célebre “hao”, era por lo mismo. La desconfianza inicial de ver al otro como un agresor en potencia acabó resultando en la forma más tradicional de saludo entre las personas.
Con los besos pasa algo similar. Los griegos lo usaban como una forma de cariño dentro de la familia y besaban en distintas partes del cuerpo según su significado. Los romanos, de donde viene la cultura latina a la que pertenecen los españoles, tenían hasta tres tipos de beso; el beso en la mejilla entre amigos, el beso en la boca entre marido y mujer y el beso de los amantes. Ahora, más de 21 siglos después, ha venido el coronavirus a cambiar todo aquello.
Va a doler porque los españoles somos muy besucones. A falta de datos de cuántos besos de media puede dar un español al día, un estudio realizado por el think tank de London City Airport y recogido en 2015 por el diario ABC estimaba que el 64% de los españoles utiliza habitualmente los dos besos como saludo protocolario en las reuniones de trabajo. Esto frente al 17% de los italianos, que a pesar de ser culturas hermanas ni siquiera se sienten tan cómodos. Pero mirando más al norte, ya poco tienen que ver. Sólo el 9% de los suizos se sentían cómodos usando el beso como saludo en un ambiente que no fuera el familiar.
Pero España no va a ser el único país afectado. Italia, otro de los países más golpeados por la pandemia, también se saludan así, aunque primero en la mejilla izquierda y después en la derecha. En América del Norte, cuando hay confianza, se dan un beso, y en la del Sur se da uno o dos, ya también cuando no hay tanta confianza. En los países musulmanes, en Francia y Rusia se dan hasta tres besos. Estos últimos, a veces incluso en la boca. Es algo muy excepcional pero para la memoria queda el mítico beso entre Leonidas Brezhnev, presidente de la Unión Soviética, y el de Erich Honecker, de la República Democrática Alemana.
Entre sexos, ya se sabe. Se tiende a saludar a la mujer con un beso y los hombres entre sí utilizan más el apretón de manos. El beso en la mejilla entre hombres, en la cultura occidental, se utiliza más en el ámbito familiar y en algunos círculos y contextos muy determinados. En oriente no es tan así, ahí está el beso de los líderes comunistas y algunos países musulmanes también lo incorporan fuera de la familia.
¿Hacia dónde vamos?
Lo paradójico de la situación es que varios expertos han ido señalando en los últimos años que el beso como forma de saludo se empezaba a popularizar entre culturas que antes no lo utilizaban. Es el caso de Sheril Kirshenbaum, profesora de la Universidad de Texas y autora de The Science of kissing (la ciencia del besarse). Ella apuntaba en su obra que la difusión de esta forma de saludo se debía a que la globalización propagaba el beso, a la par que también lo hacía el creciente papel más activo de la mujer en la sociedad.
Ya no quedará nada de eso, ese avance se va por la borda con el coronavirus. Si bien la situación de parálisis en la que se encuentra la sociedad ahora, absolutamente confinada, parece la mejor opción para atajar el problema, el coste económico se hace insostenible a largo plazo. Pero como la pandemia funciona a otros tiempos distintos, habrá que volver a salir a las calles y reeducar la forma en la que unas personas se relacionan con las otras.
Cuando el rey, Felipe VI, visitó al presidente francés, Emmanuel Macron, en la capital gala a principios del pasado mes de marzo, ambos tuvieron una forma un tanto llamativa de saludarse. Fue Macron el que arrancó, e hizo dos reverencias y le lanzó un beso a la reina Letizia. Esta podría ser una nueva forma de relacionarse, a la japonesa.
Los nipones, que están más curtidos en este saludo, incluso distinguen entre tres tipos de reverencias. La primera, la informal, conlleva una flexión del torso y cabeza de alrededor de 15 grados o incluso sólo con la cabeza. Las siguientes, las formales, pueden llegar hasta los 30 grados. Más que eso, ya implica una muestra de respeto considerable. Y las pueden usar hasta para disculparse, que son más prolongadas en el tiempo. También para realizar un pago, los japoneses pueden usar bandejas que se sitúan en la línea de caja y donde se deposita el dinero. Esto podría servir, asimismo, en España, para evitar el contacto en los comercios.
Otro gesto que podría valer para salvar la situación, hasta que los españoles puedan besarse como de costumbre, sería elevar la mano derecha hacia el pecho, situándola encima del corazón. Esto puede significar honestidad y sinceridad y serviría para lo mismo que enseñar la palma de la mano, que nació para demostrar que uno no iba armado. Los que ven aquel saludo de la mano en el pecho consideran, involuntariamente, íntegros. Por eso muchos políticos lo usan a conciencia. De una forma u otra, parece que la sociedad tendrá que irse acostumbrando a estas nuevas maneras de saludarse y encontrará la que más cómoda resulte. Hay una popular canción de Consuelito Vázquez que recuerda a todo esto y reza “bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez”, pero ese barco ya partió.