Guissona, el pueblo con trabajadores de 40 países que no paró para dar de comer a los catalanes
Este municipio de Lleida fue el primero de España en el que la población de inmigrantes extranjeros superó al de nacionales.
26 abril, 2020 02:46Si no fuese porque los bares y comercios están cerrados, podría parecer que en Guissona (Lleida) es un viernes cualquiera… de 2019. Los almacenes permanecen abiertos, los operarios transitan las calles con sus carretillas elevadoras y descargan camiones a contrarreloj. Los aparcamientos de las industrias están abarrotados de coches. La cuestión es que industria, como tal, hay sólo una en todo el pueblo, y casi todos los habitantes trabajan allí.
Bonarea es la marca ilerdense conocida coloquialmente como el ‘Mercadona catalán’. Ambos negocios tienen muchas similitudes, pero también importantes diferencias: la principal es que Bonarea está especializada en carne, el origen de su negocio hace ya más de 60 años. Que la producen ellos (todo lo contrario a la cadena valenciana, que todo lo compra) y que su producción se focaliza en el pueblo de Guissona, donde le dan trabajo a la mayor parte de los habitantes.
¿Y quienes son sus habitantes? Más de la mitad son inmigrantes. Gente que llegó de Senegal, de Rumanía, de Bulgaria y de Ucrania. Personas que convirtieron al pueblo en 2002 en el primer municipio de España en el que la población extranjera superaba a la nacional. Bonarea los fichaba en origen en sus países y les daba piso, trabajo y hasta estudios, con la condición de que se quedasen a vivir en el pueblo, consolidasen su puesto en la empresa y echasen raíces. Una especie de experimento que apuntaba a polvorín y que a la postre se ha convertido en un modelo de convivencia y de empresa.
Ahora son 40 las nacionalidades representadas en una firma que en 2019 tuvo un volumen de ventas de 1.900 millones de euros, y que no ha cerrado porque tiene abastecer de comida a millones de personas. Frente al populismo de que sostiene los extranjeros vienen a quitarnos el trabajo, el ejemplo de Guissona, cuyos extranjeros se arriesgaron (y se siguen arriesgando) a contraer el virus para poder darle de comer a toda Cataluña.
¿Un alcalde senegalés?
“No sería raro que en unos años, el próximo alcalde de Guissona sea un hijo de senegaleses, catalán de primera generación”, pronostica Jaume Ars i Bosch, el actual primer edil. La predicción tiene todo el sentido: cerca de un 50% de los vecinos son extranjeros en este municipio rural de la comarca de La Segarra (Lleida). Un pueblo que ahora supera los 7.000 habitantes, pero que tenía menos de 2.000 cuando empezó la expansión de Bonarea en 2002.
Porque decir Guissona es decir Bonarea. O Área de Guissona. O Cooperativa Agropecuaria de Guissona, que es como se llamaba el embrión de lo que es ahora la empresa catalana más de moda. Muchos nombres para un mismo concepto. Tienen más de 500 tiendas, repartidas por toda Cataluña, la Comunidad Valenciana y Aragón. Precisamente en esta última están perfilando una nueva base que sirva para expandirse a otros lugares de España. Una especie de grupo de empresas alimenticias que cuenta con 4.448 trabajadores en plantilla y otros 1.500 que están subcontratados pero que trabajan exclusivamente.
En el resto de España todavía son desconocidos, pero en Cataluña es el emblema del comercio de proximidad. Pequeños supermercados (todos ellos de menos tamaño que un Mercadona, para seguir con la comparaciones) donde el producto estrella es la carne de ganaderos locales de la provincia de Lleida. De todo tipo. Matan vacas, cerdos, pollos, pavos y corderos, También producen el pienso que comen los animales, así como los productos derivados como lácteos o platos cocinados. Son autosuficientes. Su popularidad en Cataluña les ha llevado a ser una de las cadenas de supermercados que más ha vendido desde que empezó el confinamiento. Su facturacion no se ha resentido porque el 70% de sus productos van a particulares y solamente el 30% restante a los restaurantes ahora cerrados. Por eso nadie ha parado en Guissona.
Las medidas que llegaron de China
Nadie ha parado porque el virus tampoco les pilló desprevenidos. Un par de semanas antes de decretar el confinamiento, la empresa ya estableció una serie de medidas de seguridad para evitar que los trabajadores se infectasen. A pesar de encontrarse relativamente cerca de Igualada (uno de los principales focos del virus), el número de contagiados en el pueblo en general y en la empresa en particular, ha sido muy pequeño. Porque fueron previsores. “Tenemos tratos comerciales con algunas empresas chinas. Cuando aquí se pensaban qué hacer frente al virus, nosotros ya sabíamos que había sucedido allí y qué medidas necesitábamos tomar, porque somos actividad esencial”, recuerda Condal.
La empresa ha sido la que ha ordenado a los trabajadores que se queden en casa si tienen un solo síntoma, la que ha movilizado a su propio equipo médico para no saturar los centro de salud, ha endurecido las medidas sanitarias de control, ha establecido 30 minutos de margen entre que sale un turno y entra el otro, para minimizar los contactos, o ha sectorizado las zonas para preservar la distancia física entre trabajadores.
También ha provisto a sus operarios de EPIS, como proveyó de pisos para los inmigrantes cuando llegaron, o de ciclos formativos de grado medio, gasolineras y hasta de una empresa de comunicaciones que les abastece de internet por un precio irrisorio. Guissona es una especie de pueblo-industria, de todo en uno; un sueño concebido por un joven pionero a mediados del siglo pasado.
El sueño del veterinario
Jaume Alsina era un veterinario de 25 años que, a finales de la década de los 50, diseñó un proyecto para que los agricultores y ganaderos de su pueblo orientasen sus negocios “a vender a las urbes en lugar de a autoabastecerse”, le explica a EL ESPAÑOL el director de la empresa, Antonio Condal. “Había visto ese modelo en Estados Unidos y creyó que aquí se podría implantar con éxito. La idea era hacer de Guissona un lugar en el que la gente no se marchase a vivir a otra parte si querían prosperar”.
Así constituyó una cooperativa que estuvo abasteciendo de carne a numerosos supermercados y grandes superficies de Cataluña. Sin embargo, en 1995 decidieron montar un par de tiendas para darle salida a su producto. Una en Reus y otra en Barcelona: “Eso provocó que las cadenas que nos compraban la carne dejasen de hacerlo, al habernos convertido en competencia”. En la cooperativa decidieron emprender una huida hacia adelante y, a pesar del riesgo que entrañaba el proyecto, seguir adelante montando tiendas por Cataluña.
Fue en 2002 cuando, con el negocio en pleno crecimiento, se dieron cuenta de que les faltaba mano de obra para poder abastecer a todas sus tiendas. Era la época de la burbuja inmobiliaria, la gente se ganaba bien la vida poniendo ladrillos y los trabajadores nacionales no querían mancharse las manos de sangre, literalmente, despiezando animales en mataderos. “Necesitábamos trabajadores, acudimos al INEM de toda España y solamente encontramos una veintena de candidatos, pero nosotros teníamos que cubrir 200 puestos”, recuerda Antonio Condal, que es hijo del pueblo y lleva casi un cuarto de siglo en la empresa.
Del vodka y la puntualidad
¿Qué hacer? Empezar a contratar extranjeros. Los primeros fueron los senegaleses que acudían a Lleida como temporeros de la fruta. Los reconvirtieron al negocio de la carne. Los siguientes fueron los miembros de una nutrida comunidad ucraniana en Barcelona, que escucharon que en un pueblo ilerdense hacían falta trabajadores. Y así empezó la historia de lo primeros extranjeros en un remoto pueblo rural de ‘la terra ferma’.
Como en todos los inicios, hay problemas, y cada colectivo tenía el suyo: “Por ejemplo, los ucranianos tenían problemas con el vodka. Son muy trabajadores, muy bravos, pero bebían. En horario laboral y también fuera del trabajo, en el pueblo. Eso generó unos problemas a los que les tuvimos que poner remedio, porque algún incidente protagonizaron al principio”, desarrolla Condal, que también recuerda que “los senegaleses también eran muy trabajadores, pero tenían un problema con la puntualidad, y teníamos que insistirles en el control horario”.
Pero limadas estas impurezas, lo que quedó en Guissona fue un atractivo proyecto que cada día crecía más. El sistema franquiciado de tiendas resultaba muy atractivo para los inversores que quisieran montar una, porque casi toda la inversión la ponía Bonarea y el propietario del establecimiento iba pagando una cuota, sistema que se mantiene a día de hoy.
Respecto a los trabajadores, las condiciones no podían ser mejores: “Íbamos a contratar gente especializada en origen, en lugares como Rumanía o Perú. Les ofrecíamos un puesto de trabajo fijo, una vivienda, un buen sueldo, un sistema de conciliación familiar consistente en que se podían traer a su familia, que también serían contratados. Educación para sus hijos y formación constante para ellos”. El trabajador que se saltaba las normas o se pasaba con el vodka se arriesgaba a perder todo eso. Así, y sólo así, entraron todos en dinámica.
Madagascar, Dominica, Mayotte
Ahora son 40 las nacionalidades de los 4.448 trabajadores de Bonarea. Los más numerosos siguen siendo los rumanos (519), seguidos de ucranianos (487), senegaleses (279) y búlgaros (123), aunque también se pueden encontrar rarezas como un trabajador procedente de la isla de Dominica, otro de Burkina Fasso, u otro de un lugar que se llama Mayotte, que es una pequeña isla que está entre Madagascar y Mozambique y de la que probablemente no hayan oído hablar en su vida.
Entretanto, el trabajo intensivo de estos días ha sido premiado por la empresa, que le ha pagado a trabajador una prima extra de 200 euros a cada uno, para agradecer el esfuerzo. Y para circunstancias especiales, como la celebración del lunes de pascua durante la cuarentena, Bonárea entregó las tradicionales 'monas' (pastel típico) en más de 3.000 hogares
El plan de expansión sigue, pero ahora la prioridad es seguir alimentando a Cataluña y a la franja. Ahora se empezará a relajar el confinamiento para el resto de España, pero en Guissona no saben lo que es eso. Personas de 40 países distintos (4 contando España) que no han parado y han puesto en riesgo sus vidas, para que la carne de Lleida llegue a todos lados