Una escena recurrente en uno de estos días de pandemia que nos ha tocado vivir: ir a hacer la compra. En la puerta del comercio hay un dispensador de gel desinfectante (o higienizante, que sobre el papel no es lo mismo y luego lo explicaremos). El gel tiene, pongamos, un 60% de alcohol. Vamos, apretamos el pulsador, nos restregamos las manos con gel y ya nos sentimos inmunes. ¿Estamos en lo cierto?
Lamentablemente no. Hay varios factores en esta situación que hacen probable que el virus, por una parte, haya resistido al envite. Y por la otra, que haya conseguido contagiar a la persona que viene detrás a pulsar el émbolo para hacerse con su dosis de gel. El contacto sin guantes con el pulsador podría hacer que nos contagiásemos de virus, si lo hubiere. La baja concentración alcohólica del gel al 60%, por otra parte, le haría poco más que cosquillas al coronavirus.
Si hasta los sistemas de prevención entrañan riesgo de contagio, ¿qué hacemos para desinfectarnos? En afinar al máximo esta grieta se hallan en Biopulcher, la empresa que ha estado limpiando un desastre ecológico acontecido en Canarias hasta hace muy poco. Ahora, con la venida de la pandemia, se han visto obligados a reinventarse igual que ha hecho casi todo el tejido empresarial español con algo de margen de maniobra. Y en ello andan, en encontrar el sistema perfecto de desinfección de manos. Que cumpla dos requisitos: cero contacto con el dispensador y permanencia del gel en las manos el tiempo suficiente para desactivar el virus.
De limpiar chapapote a los geles
“¿Se puede saber qué hace usted trabajando, con 68, jubilado, convaleciente de una operación y en pleno confinamiento?”. Es lo primero que se le pregunta a Jordi Vila, el inventor de la fregona Vileda. Un empresario que pasó de patentar fregonas a limpiar el puerto de Fuerteventura, que sufrió un vertido de fuel por parte de un barco coreano. La empresa de Vila desarrolló una bacteria que se comía el petróleo y lo eliminaba de forma limpia. Su comercialización, tras la experiencia, iba viento en popa. Pero llegó el coronavirus y se lo llevó todo por delante, como al resto de la economía mundial.
Se volcó la empresa entonces en el nicho de la desinfección de manos. Uno de los pocos gestos que nadie cuestiona estos días. Nos enseñan a ponernos la mascarilla, a quitarnos los guantes, a aislar la ropa… pero la acción de limpiar nuestras manos con gel higienizante no está captando toda nuestra atención, cuando podría ser una de las acciones clave en un desplazamiento seguro al exterior. Por un lado, hay que implantar un dispensador seguro. Por el otro, disponer de un gel que realmente cumpla la promesa de desactivar el virus.
“Llegas, pones las manos en el dispensador… Quién te dice a ti que el anterior cliente no estaba infectado. Ese gesto de pulsar ya te ha podido infectar”, explica Vila en conversación telefónica con EL ESPAÑOL. Para resolver esta primera cuestión, la solución pasa por algo que parece sencillo: no tocar con las manos. Sin embargo, en ocasiones eso no es posible. La misma fisonomía del recipiente o su ubicación pueden hacer que una palmada sea la única forma viable de obtener el gel.
Contacto cero con el dispensador
“Tenemos mucho contacto con China por cuestión de negocios, y estos dos modelos que nos hemos traídos son patentes chinas. Son os que están usando ahí. Uno es automático y cuenta con un sensor de movimiento. El otro es más económico, es mecánico, pero se acciona con el codo o el antebrazo”, explica el fundador de la empresa. Así, en el dispensador automático, solamente hay que colocar las manos debajo y él mismo nos surtirá de tres disparos, uno cada tres segundos. “Son específicos, no nos vale el dispensador de jabón de toda la vida, por cuestiones de densidad y viscosidad”, asegura. En el mecánico, una palanca por encima del bote contenedor nos permite accionarlo sin acercar allí la mano.
Surge entonces una duda: “Sí, es posible que en un dispensador tradicional, el pulsador que yo he activado con mi mano estuviese infectado de coronavirus si previamente lo tocó una persona contagiada. Pero se supone que yo, de inmediato, obtengo el gel y me desinfecto, ¿no?”. Pues depende. Aquí entra la otra cuestión: ¿qué gel estamos utilizando para llevar a cabo esa higiene intensiva de nuestras manos?
Cuenta Vila que la otra línea que acaba de abrir su empresa es la de la fabricación de geles. Viene porque a ello se estaban dedicando hasta la llegada del virus: han desarrollado un gel de lenta evaporación que neutraliza olores. Sus principales clientes, casinos, restaurantes y salas de fiestas. “Los que más tarde se van a reincorporar al trabajo con esto de la pandemia”, recalca amargamente Jordi Vila.
La pandemia estancó el negocio, pero la empresa tenía las herramientas para poder fabricar gel, cosa que aprovechó para desarrollar el suyo, el que tenía que llenar los 5.000 dispensadores seguros que han traído de China y que ya han colocado por completo. “Tuvimos que darnos de alta en cosmética para que nos dejasen fabricar gel higienizante. Sólo podemos llamarlo así, porque el llamado gel desinfectante solamente lo pueden producir los de la rama sanitaria. A veces es lo mismo o incluso el higienizante es más efectivo; la única diferencia radica en el sector en el que opera la empresa que lo fabrica”; aclara Vila.
Geles que no desinfectan
Para fabricar el gel de Biopulcher se apoyaron en una serie de estudios que le dieron la siguiente tabla de tiempo y efectividad del producto: “Un gel de este tipo está pensado para matar bacterias y hongos, pero un virus no es tan sencillo. Un gel que contiene un 60% de alcohol tarda unos veinte minutos en desactivar el virus. Uno del 70%, dos minutos y medio. Y uno del 80, treinta segundos. Eso significa que la piel tiene que estar 30 segundos en contacto con el gel. Pero la mayor parte de los geles se evaporan enseguida, con lo que no estamos consiguiendo el efecto deseado”, contesta así Vila a la pregunta de si nos habríamos librado del virus que supuestamente hemos contraído al pulsar el dispensador de gel.
Para lograr un producto realmente efectivo, han agregado una serie de productos a la mezcla: “Un porcentaje de glicerina, de aceites y de espesantes. Con eso conseguimos que el producto se mantenga en la piel durante ese medio minuto requerido, sin que el alcohol se evapore”. El alcohol, la sustancia clave y precisamente la que más problemas está provocando para la fabricación de este tipo de productos: “El alcohol etileno ha subido 10 0 12 veces su precio. Se produce principalmente en China, pero nosotros ya estamos mirando de traerlo de Sudáfrica a un precio razonable”, apunta Vila.
Por último, le han incorporado a la mezcla un porcentaje de aloe vera, para que la sustancia no castigue tanto las manos, al haber de permanecer más tiempo la piel con el preparado de alcohol encima. Un gel que, combinado con el dispensador seguro, consiga llegar al riesgo cera cuando nos vayamos a desinfectar las manos. Un proyecto en el que Vila aparece como fundador, porque en realidad está retirado y delega. Pero en tiempos de crisis, ha visto necesario volver a salir a la palestra, porque como él dice: “yo no veo el vaso medio lleno ni medio vacío. Yo lo que veo es que hay una parte del vaso que se puede rellenar. Y en estos tiempos duros, es cuando debemos pensar en rellenarla”.