Al final, a los “anticuerpos españoles” de Javier Ortega Smith se les está haciendo cuesta arriba aquello de luchar contra el “virus chino”. El secretario general de Vox y portavoz de la formación en el Ayuntamiento de Madrid ahora está sufriendo las secuelas del coronavirus cuando ya había superado la enfermedad. El número dos del partido de extrema derecha ha comunicado este martes que ha tenido que ser ingresado por una serie de trombos que el virus le ha dejado en los pulmones y en una pierna. Pero es sólo la última muestra. Smith acumula tras de sí una mochila de tragedias y tropiezos que plantaron su semilla en febrero, en San Valentín, hace ahora 90 días, y de la que no consigue librarse.
Javier Ortega Smith se despertó este sábado pasado como si fuera un día normal. Seguramente ya llevaba algunos días notando cierta hinchazón en el gemelo izquierdo. De todas formas, se vistió y se dirigió a la madrileña plaza de la Villa. Ahí iban a tener lugar las celebraciones por el día de la Unión Europea. Ahí, estaban la presidenta Isabel Díaz Ayuso, el alcalde, José Luis Martínez-Almeida y la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya. Mientras ocupaba un discreto segundo plano como invitado institucional y escuchaba el Himno de la alegría, Ortega Smith no sabía que en unas horas estaría ingresado en el hospital.
De alguna manera, no debería ser él. Los médicos le habrían contado que las complicaciones a causa del Covid-19 son algo raro que sólo afecta a entre el 5 y el 10% de aquellos que han pasado la enfermedad. Al final, él la había sufrido pero escasamente, ni siquiera tuvo que estar ingresado en el hospital y pudo pasar sus días en su casa, en el centro de Madrid, junto a su hermano Fernando. Sin embargo, en cuanto llegó al hospital, ese mismo sábado, le tuvieron que ingresar.
A pesar de la situación, Ortega decidió no comentarle la noticia más que a su círculo más cercano, según ha podido saber EL ESPAÑOL. No quería volver a la bola mediática que se había desatado tras su contagio, ahora que había vuelto a dar entrevistas y a aparecer frente al público como azote de Sánchez, liderando algunas propuestas de Vox como la de una manifestación el día 23 de mayo. El domingo, desde el hospital, subió una fotografía a las redes sociales felicitando de manera etérea a los sanitarios, pero no quería revelar que estaba en sus manos en ese mismo momento. Y el lunes siguió sin contarlo; mandó telemáticamente un paquete de 60 medidas para Almeida y un par de audios de voz a un grupo de periodistas para que le entrecomillaran en las noticias.
Todo esto lo hacía a distancia, guardando su secreto. Y la situación general de confinamiento ayudó a que nadie se preguntara dónde está Ortega Smith. Sin embargo, este martes ha decidido salir al paso. “Debo informar que este sábado (...) fui ingresado de urgencias en el hospital”, ha publicado en sus redes sociales. “Tras la analítica y los estudios correspondientes, me han detectado varios trombos en la pierna y en los pulmones, como uno de los graves efectos que puede provocar el coronavirus que tuve”, ha añadido.
Campaña febril
Pero esta historia de Javier Ortega Smith, épico pero con fallos, como los héroes del teatro clásico, tiene su origen hace aproximadamente 90 días, un 10 de febrero. Entonces, el número dos de Vox también desapareció. Tras un acto en Pamplona el día 9 de febrero se le perdió la pista durante una semana. No fue hasta después, cuando se hizo público que había contraído coronavirus, que se descubrió que había estado de viaje en Milán, en pleno epicentro de la pandemia en Italia.
En ese viaje hay dos grandes misterios todavía a día de hoy. El primero, si se pudo contagiar ahí. Su visita a la zona de Lombardía se produjo sólo unos días antes de que la situación en Italia se volviera tan alarmante como se llegó a conocer, haciendo de tráiler, de prólogo, de la situación española. Quizás pudo contagiarse de Covid-19 ahí, aunque él asegura que no, pero sin ofrecer una realidad sobre cuándo se pudo contagiar, sin trasladar tranquilidad a aquellos que estuvieron en contacto con él. La segunda incógnita es quién es la mujer que le acompañaba y que visitaba el norte de Italia junto a él, en pleno día de los enamorados.
Tras regresar de Milán, el 16 de febrero, Ortega Smith vivió con una agenda digna de campaña electoral. Si no se contagió en la ciudad italiana, seguro lo hizo en todo el trajín que vino después. Estuvo en varias ocasiones en el Congreso de los Diputados, pasó por el Fórum Europa del 21 de febrero, visitó Antequera, Huelva, inauguró una sede de Vox en Palencia y, donde más sospechas levanta, el 29 de febrero estuvo en Vitoria, participando en un acto multitudinario cuando País Vasco ya se había convertido en uno de los focos principales del Covid-19 en España.
Ortega Smith tiene una forma particular de encarar esos actos. A diferencia de otros políticos, que cumplen y se van, cuentan los que le conocen que él es de saludar a todos, se hace fotos con aquel que se lo pida y siempre se queda hasta el final, siendo el último en irse. Eso, cuando el coronavirus empieza a ser un problema, aumenta drásticamente las opciones de contagiarse y de contagiar a los demás.
Abrazos en Vistalegre
Esta suerte de ruta del coronavirus de Javier Ortega Smith no sólo tuvo lugar por las provincias. Cuando llegó a Madrid, el 3 de marzo, siguió participando en manifestaciones y foros hasta que, el sábado 7 acudió a la asamblea general de Vox, junto a otras 1.000 personas, y el ya famoso día 8 de marzo, al congreso de Vistalegre III, donde congregaron a nada menos que 9.000 personas.
El de Vistalegre III es quizás uno de los episodios más negros de la vida política Javier Ortega Smith. A pesar de mostrar signos evidentes de haber contraído el Covid-19, a pesar de haber estado no una, sino dos veces en sitios de riesgo y a pesar de haber entrado en contacto directo con cientos de personas en los días anteriores, hizo caso omiso de las recomendaciones sanitarias y acudió al congreso.
Las imágenes de Vistalegre, que se subrayaron días después, son cristalinas en ese sentido. En ellas aparece un Ortega Smith con actitudes evidentes de gripe, con un pañuelo recogiéndose los mocos, tosiendo, y a la vez saludando y abrazando a todo aquel con el que se cruza. Desde entonces, su reputación ha quedado absolutamente dañada y ha perdido fuelle para criticar al Gobierno por su gestión del coronavirus. Después de todo, él estuvo enfermo e hizo como si nada, poniendo en riesgo la salud de todos aquellos que entraron en contacto con él.
Tanto escaló el asunto que, cuando se conoció su contagio el 10 de marzo, el grupo parlamentario de Vox en el Congreso decidió empezar a teletrabajar y en los días siguientes se empezaron a conocer otros positivos en la formación. Los rostros más célebres que también resultaron contagiados son los de Santiago Abascal, líder de la formación, y Macarena Olona, portavoz adjunta en el Congreso. También cayeron Carlos Zambrano, diputado por Cádiz y otros diputados regionales de Vox como Ana Vega Campos, portavoz en las Cortes valencianas y presidenta del partido en Alicante.
Fernando, la madre y los anticuerpos
Una vez conoció su contagio, Ortega Smith corrió a recluirse en su casa del centro de Madrid, en el distrito de Chamberí. Pero lejos de la calma que cabría esperar en momentos como ése, le siguió acosando la polémica y siguió protagonizando episodios negros. Uno de los más graves tuvo lugar cuando se descubrió que el día 9 de marzo, cuando ya había estado contagiado, había ido al hospital con su madre, que es población de riesgo. De nuevo, su actitud ponía en riesgo la salud de los que le rodeaban.
El secretario general de la formación ultraderechista acabó pasando gran parte del mes de marzo en un piso de 136 metros cuadrados, absolutamente confinado. Por suerte para él, en la vivienda de enfrente, justo puerta con puerta, reside su hermano Fernando, apodado El Chuches por la tienda de gominolas que regentaba hasta que una enfermedad le obligó a tener que dejarlo. Si Ortega y su hermano residen ahí es porque esas viviendas pertenecían a su rica familia, hasta que las ocuparon ellos.
Otro de los particulares cisnes negros orteguianos tuvo lugar el día 13 de marzo, cuando publicó un vídeo de lo que hacía en casa. En las imágenes aparecía haciendo deporte, entre otras actividades, y el texto que las acompañaba rezaba lo siguiente: “Queridos compatriotas, tras vuestras preguntas, debo compartir mi día a día desde casa. Intento mantenerme en buena forma física y mental, recargando fuerzas, mis anticuerpos españoles luchan contra los malditos virus chinos, hasta derrotarlos”.
La jugada le salió mal. La Embajada de China en España denunció el claro tinte racista del comentario y el cantante Loquillo, autor de la canción que acompañaba las imágenes, dijo que no había dado su permiso para el uso de la melodía. Ortega Smith acabó borrando la publicación. De nuevo, nada salía como quería.
Ahora, las secuelas
A pesar de todos los periplos, que seguro maldice, superar la enfermedad y poder salir del confinamiento no ha venido a traerle calma a Ortega Smith. Durante todo este tiempo ha tenido que ver cómo, a nivel político, su figura ya no tiene tanto tirón como antes. Ha sufrido el adelanto de sus compañeros, como Macarena Olona, y detractores, como José Luis Martínez-Almeida. Él, Ortega, que lo iba a ser todo en Vox como mano derecha de Santiago Abascal y ahora tiene el pie encallado en aquella enfermedad que ha ido marcando sus atardeceres desde hace tres meses.
El nuevo y último capítulo de esta tragedia le ha llegado esta semana, con la complicación de las secuelas. Los trombos en la pierna izquierda y en los pulmones no vienen sino a apuntalar lo que ya lleva arrastrando. Y eso que el suyo es un caso raro, ya que las secuelas suelen presentarse en aquellos que más graves han estado.
Tal y como han reconocido algunos médicos a EL ESPAÑOL, sólo entre el 5 y el 10% de los pacientes potenciales podrían padecer algún tipo de secuelas. Pero Ortega Smith, que no tiene el sino de su parte, ha venido a tener que padecerlo. Han pasado 90 días desde que todo empezó, con aquel viaje por San Valentín a Milán, pero sigue contando.
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