Quijotismo, honestidad, coherencia, bonhomía o humildad son cualidades que adornan a muy pocos políticos. Julio Anguita ha sido bendecido, desde la izquierda y la derecha, con todos esos atributos. Sin embargo, tantas bondades no hacían de él un enemigo frágil. Al contrario, su carácter aguerrido y luchador marcó una etapa de la historia reciente de España, en la que soñó con rebasar al PSOE desde la izquierda. Y, aunque no hizo realidad su sueño, sí contribuyó de forma decisiva a poner fin a doce años de gobierno de Felipe González.
Comunista hasta la médula, no perdió su fe ni cuando la Unión Soviética y el bloque del Este colapsaron. Se habrá hundido el régimen, pero los problemas de los desfavorecidos siguen ahí y habrá que solucionarlos, era su máxima. “César nunca llegó a desarmar a sus legiones”, solía decir con su ardor guerrero y su declarado amor por la historia. Siguió luchando por sus ideales. Nunca dejó de luchar, ni siquiera cuando el corazón le advertía una y otra vez que había llegado el momento de bajar la espada.
Haber nacido en una familia de militares durante el franquismo no impidió que desarrollara unos ideales contrapuestos a sus progenitores. Al contrario, le sirvió de acicate. Muy joven, obtuvo el título de maestro y, posteriormente, se trasladó a Barcelona, donde se licenció en Historia. Se formó en sus dos grandes pasiones –la enseñanza y la Historia- aparte de la política. Aunque para él las tres juntas eran una única pasión: las tres armas decisivas para cambiar el mundo.
En 1972, en plena clandestinidad, se afilió al PCE. Cinco años más tarde, tras la legalización, ya formaba parte del comité central. Su primer gran éxito político lo logró en 1979 en las primeras elecciones municipales. Aunque con mayoría precaria, consiguió que su partido fuera el más votado en su ciudad, Córdoba. Allí demostró sus grandes dotes negociadoras al conseguir el apoyo de fuerzas tan dispares como el PSOE, la UCD o el Partido Andalucista. Se convirtió en el primer alcalde comunista de una capital de provincia. Emprendió acciones sin precedentes que transformaron una de las ciudades más deprimidas de España en una de las más modernas. No fue fácil. Hubo de enfrentarse no solo la resistencia de sus socios políticos, sino a las fuerzas vivas que no acababan de asumir la Transición, al arzobispo de la provincia y hasta a la mismísima Casa Real.
El mito del “Califa rojo”
Cuatro años más tarde, en las municipales de 1983, sus vecinos le respaldaron con una holgada mayoría absoluta. Había nacido el mito del “Califa rojo”, el político que aglutinaba a vecinos de todas las tendencias políticas. Ahí comenzó su lucha a brazo partido contra el PSOE de Felipe González, ya en La Moncloa y que desde Madrid obstaculizaba sus ansias de reforma. No consiguió acabar su mandato y en 1986, imposibilitado para seguir con sus cambios, se vio obligado a dimitir.
Haciendo de la necesidad virtud, su carrera política recibe un gran impulso. Uno de sus sueños estaba a punto de cumplirse; aglutinar a gran parte de las fuerzas de izquierda en Izquierda Unida y sacar del ostracismo a un PCE moribundo. Como cabeza de lista de las nuevas siglas, demuestra en las elecciones andaluzas que la nueva marca funciona, al obtener el 18 por ciento de los votos y 19 escaños en la Junta.
El salto a la política nacional era solo cuestión de tiempo. En 1988 fue nombrado secretario general del PCE y, un año más tarde, de Izquierda Unida. Bajo su liderazgo, la coalición consigue sus mejores resultados en las elecciones generales: más de dos millones de votos, en 1993, y más del 10 por ciento del electorado y 21 diputados, en 1996. Hasta la llegada de Podemos, muchos años después, la izquierda del PSOE nunca había conseguido tal éxito.
Hubo de enfrentarse a las fuerzas vivas que no acababan de asumir la Transición, al arzobispo de la provincia y hasta a la mismísima Casa Real
Julio Anguita, que se consideraba a sí mismo un provinciano tímido que se sentía incómodo en aquel Madrid “pacato, cursi y un tanto hortera”, llega al Parlamento dispuesto a revolucionar la política española. Y lo va a hacer respaldado por sus lugartenientes, el “clan andaluz”, pesos pesados como Felipe Alcaraz, Antonio Romero y Rosa Aguilar.
El ‘sorpasso’ y la “pinza”
El gran enemigo entonces no era ya la derecha, sino el felipismo, que Anguita creía que había traicionado a la democracia y a los trabajadores. Consideraba al PSOE un partido equivalente a la derecha más rancia. Había abandonado a los desfavorecidos con la reconversión industrial, se había entregado al capital y, lo peor de todo, los socialistas habían caído en las redes de una corrupción sin precedentes desde la dictadura.
Su toma de postura se va definiendo. En 1991 acude a la histórica manifestación contra la ley Corcuera –“la patada en la puerta”-, junto a dirigentes del PP como Celia Villalobos, y representantes del mundo de la cultura como Joaquín Sabina, Pedro Almodóvar o Imanol Arias. Se estaba consolidando un bloque de oposición que aglutinaba a todos los sectores de la sociedad, salvo a los socialistas, que se habían apresurado a denunciar una “pinza” contra el Gobierno.
Anguita aseguraba que la línea política de Izquierda Unida se basaba en la “teoría de las dos orillas”. A un lado, el PSOE y la derecha, y al otro, IU. Su sueño era dar el ‘sorpasso’ al PSOE y convertir a los comunistas en la fuerza que aglutinara a toda la izquierda.
Cuando se le acusaba de ser un títere de la derecha, siempre respondía que el país se encontraba en una “anormalidad democrática”, derivada de un gobierno corrupto, y que resultaba imprescindible restablecer “la normalidad democrática”. Anguita había ofrecido en varias ocasiones el diálogo a Felipe González, basado en su famoso “programa, programa, programa”, pero el presidente siempre despreció sus ofertas.
La traición de PSOE a la democracia la basaba en los escándalos de corrupción (Filesa, la “beautiful people”, el “Caso Roldán”…), pero sobre todo en los GAL. Fue Anguita el primer político en poner nombre y apellidos a la “X” marcada por el juez Garzón, para el máximo responsable de la guerra sucia y el asesinato de 28 personas. González nunca se lo perdonaría.
“Si vienen a por mí, tendrán problemas”
El director de este diario y entonces director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, cuenta en su libro Amarga victoria cómo nacieron las buenas relaciones entre Aznar y Anguita y cómo ambos coincidieron en la urgencia de acabar con el felipismo para restaurar lo que llamaba nuestra “normalidad” democrática. Fue durante una cena en casa del periodista. Los dos líderes sintonizaron enseguida, pero la armonía fue mayor incluso con Ana Botella, la esposa del que llegaría a ser presidente del Gobierno. Como reflejo de la tensión que se vivía en el país en aquel momento y del acoso al que se sometía todo tipo de oposición, Ramírez cuenta que el líder de IU apareció en su casa con una pequeña bolsa negra, en la que llevaba una pistola. “Si los etarras o quien sean vienen a por mí, tendrán problemas”, se justificó el líder comunista.
Fue Anguita el primer político en poner nombre y apellidos a la “X” marcada por el juez Garzón
La sintonía entre Anguita y Aznar fue creciendo. En mayo de 1994, cuando el líder comunista sufre un infarto en Barcelona en plena campaña de las europeas y se ve obligado a retirarse, Aznar acude a visitarlo. En abril del año siguiente, Anguita le devuelve la visita tas el intento de ETA de asesinar al líder de la oposición.
En marzo de 1996, llegaría la “amarga victoria” de Aznar y la “derrota dulce” de González tras una campaña a cara de perro, conocida como la “campaña del dóberman”. Anguita había apostado por un lema lacónico –“Decide”- que le valió su mejor resultado electoral, pero lejos del soñado ‘sorpasso’ al PSOE. Aznar, tras arduas negociaciones, gobernaría gracias al apoyo de apoyo de CiU, concretado en el pacto del Hotel Majestic.
Anguita volvió a su férrea oposición. Contra el gobierno del PP y contra el PSOE, con el que descartó cualquier pacto, porque nunca lo consideró un partido de izquierdas. Defendió la España republicana y federal, el derecho de autodeterminación de los pueblos y recalcó que aceptaba a la Monarquía –“yo nunca aplaudí al Rey”- sólo de forma temporal.
Un tercer ataque al corazón en 1999 le obliga a ceder la candidatura de IU a Francisco Frutos. Un año después es sustituido por Gaspar Llamazares al frente de la formación. Era el final de su vida política. Siguiendo con su coherencia personal, es uno de los pocos políticos que renuncia a su pensión de jubilación tras haber sido parlamentario ocho años, y vuelve a ejercer como maestro –no le gustaba que le llamaran profesor- en el Instituto Blas Infante de Córdoba, donde conocería a la que sería su nueva mujer.
“Malditas sean las guerras…”
En lo personal aún le esperaba un duro mazazo. En 2003, cuando estaba a punto de intervenir en un acto en Getafe, le comunican que su hijo, Julio Anguita Parrado, periodista de El Mundo, había muerto en Bagdad. Aún tuvo fuerza para subir al estrado y pronunciar unas palabras que muestran su humanidad: “Mi hijo mayor, de 32 años, acaba de morir, cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a la primera línea. Los que han leído sus crónicas saben que era un hombre muy abierto y buen periodista. Ha cumplido con su deber y yo por tanto voy a dirigir la palabra para cumplir con el mío (…) Ha sido un misil iraquí, pero es igual, lo único que puedo decir es que vendré en otra ocasión y seguiré combatiendo por la tercera república. Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”.
Desde su retiro de la primera línea, siguió siendo un referente. Pablo Iglesias ha asegurado en más de una ocasión que lo consideraba un modelo. Atribuyó los pobres resultados electorales de IU a la "falta de una línea clara", y a la inexistencia de un programa coherente. Apoyó abiertamente la cooperación de todas las fuerzas de izquierda. Pero no se inmiscuyó en las decisiones del nuevo líder de la coalición, Alberto Garzón: “A veces los silencios son necesarios”. Lo más que llegó a decir sobre la entrada de Unidas Podemos en el Gobierno, fueron estas enigmáticas palabras durante una entrevista por Marta Nebot: “Puede ser la tumba o puede ser la gloria”.
Julio Anguita González nació en Fuengirola (Málaga) el 21 de noviembre de 1941. Falleció en Córdoba el 16 del abril de 2020 a los 78 años. Estaba casado desde 2007 con María Agustina Martín Caño, compañera de Instituto. Previamente estuvo casado con Antonia Parrado Rojas, con la que tuvo dos hijos: Julio Anguita Parrado, muerto en 2003, y Ana Anguita Parrado.