La muerte con calor tiene algo grotesco que sólo el protocolo corrige y evita. El negro casa mal con ir llegando a los treinta grados, y es la cultura y el saber hacer lo que consuela y abriga, si es que la contradicción es admisible. Madrid y España han homenajeado a los idos por el coronavirus con una elegancia nórdica que, de momento, da un buen final a algo que nos persigue y que nos sojuzga y que aún no dominamos.
Por eso mismo, el Estado, el país maduro, tiene que sacar aunque sea este músculo postrero y dar ese bálsamo final e íntimo que no cura, pero que de no existir hubiera sido una afrenta a tantos muertos sin nombre, a tantos que han dado su vida ante un bicho desconocido que ha cambiado todo lo que era sólido.
Detrás de todo, claro, hay una mente pensante, una lucecita de la Moncloa que le da prestancia de país a las cosas que lo merecen. Félix Bolaños (secretario general de Presidencia) es así, tan discreto que no se le conocen fotos y un hombre que ha venido dándole solemnidad a la Historia (perdón por la mayúscula) que ha vivido este Gobierno difícil con el que nos hemos despertado de muchas cosas.
Es verdad que no era fácil la tarea de Bolaños ni la de Carmen Calvo, que aún está más que fresca la polémica por el conteo, las cifras, la conversión de Fernando Simón en un icono pop y algo canalla consentido por el propio médico. Es verdad que ha habido el trazo grueso de Vox, que quería sahumerio y pífanos en la festividad del Carmen para despedir a los muertos... Y sin embargo, claro, la mañana de julio de Madrid ha tenido una claridad centroeuropea para algo necesario, un funeral que no era funeral, en el que el país se encuentra consigo mismo para los adioses.
Todo ha estado medido, y todos, hasta Torra, han comprendido que Occidente, también, son los lloros. Un pebetero sin más adorno que flores blancas, y al fondo la claridad de Guadarrama ha sido lo que las autoridades han visto en un estampa histórica que hay que guardarse en el magín, en la misma carpeta que las lágrimas de Ermua o el gol de Iniesta. Acaso porque en el funeral que no era funeral hemos demostrado lo que podemos llegar a ser cuando hay talante, voluntad, y una necesidad de todo un pueblo: que las autoridades dejen las ruedas de prensa y tengan ese lloro seco.
Hay, al rato del acto laico con autoridades religiosas, varias escenas que se clavan como una nevera vacía en el pecho. Quizá la de la Princesa de Asturias, ya comprometida con la realidad de un país que es también la muerte. O quizá, también, el Patio de la Armería dispuesto con sillas concéntricas y funcionales, blancas y de plástico, pues cualquier barroquismo sobraba hoy y Bolaños y nosotros lo sabíamos.
En el funeral que no era funeral hemos demostrado lo que podemos llegar a ser cuando hay talante, voluntad, y una necesidad de todo un pueblo
Von der Leyen, Michel y Sassoli han debido quedarse sorprendidos del silencio. Si hay que ser austero, se es con el dolor y con la forma en que una nación es plañidera de sí misma: hemos sido la mejor Europa en un día que jamás tenía que haber ocurrido. Von der Leyen, Michel y Sassoli han escuchado a Octavio Paz en la voz rotunda y umbraliana de Pepe Sacristán, una voz de silencio y vida que ya recitó a Niemöller el año que despedimos a Miguel Ángel Blanco.
En el fondo, todo ha fluido como deber fluir un país. Con el fuego de la memoria, la emoción contenida, con la mascarilla en señal de duelo y con quienes, como Vox, se han excluido del sentido común como el niño que no quiere enterrar al padre y vocifera al cura y al cuervo de la funeraria.
Siente uno emoción cuando el hermano de un vecino ido, el hermano de José Mari Calleja, Hernando Calleja, ha avisado de algo que hay que tatuarle a la chusma que no lleva mascarillas en las playas del rebrote: que "no vamos a olvidar a ninguno de los que perdieron la vida en este momento doloroso de la Historia". Y yo he recordado ese blanco pendiente en el 'Finisterre' que tenía con Calleja y que ya Agustín no me pondrá en una mesa que ya, ay, tampoco está. El mismo entendimiento que ha pedido el Rey, que ha reconocido a los héroes que tan bien han brotado en el Apocalipsis porque, como dijo el poeta, el espanto puede dar lirios y ya sólo nos queda la victoria.
La muerte con calor es doble muerte. El lacrimal se seca y la prenda negra se hace papel de lija en la pernera y en el alma. Hoy el Estado ha tenido dignidad, hoy España le ha dicho a sus héroes y villanos que hay que ser uno en la pandemia, y que estamos pasando un drama que o se arregla con lo colectivo o no se arregla. Que cada uno tome nota, sí, antes de que lleguen la cárcel domiciliaria, el colapso y los balcones.
Era el día del Carmen, patrona de los marineros que se nos fueron en la tormenta. Y España se encontró consigo misma, aun en el luto de un funeral que no era funeral, sino un adiós tan solemne como laico.