El Rey Juan Carlos fue el artífice, junto a Adolfo Suárez, de la transición de la dictadura a la democracia. España vivió, bajo su reinado, el periodo más largo de estabilidad democrática de la historia, a la vez que se modernizó hasta situarse al nivel de otros países europeos. Bon vivant, el Rey emborronó su brillante trayectoria al no saber adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos y mantener un estilo de vida propio de un monarca feudal. En los últimos años, la corrupción alcanzó de lleno a su entorno más próximo y las sospechas le apuntaron directamente a él. Mientras, continuó viviendo de forma ostentosa y poco ejemplar. Todo junto llegó a poner en peligro la propia Monarquía. Los españoles se lo reprocharon y se vio obligado a abdicar en su hijo Felipe en junio de 2014.
Hoy, 3 de agosto de 2020, ha hecho oficial su decisión de abandonar España. El detonante ha sido, según sus propias palabras, "la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada".
Hijo de Juan de Borbón y de María de las Mercedes, y nieto del Alfonso XIII, nació en 1938 en Roma, ciudad en la que el Rey se había visto obligado a exiliarse tras la proclamación de la República en 1931. El hijo mayor del Monarca, Alfonso, murió desangrado tras un accidente. El siguiente, Jaime, padre del duque de Cádiz, se quedó sordo a los 4 años y fue obligado a renunciar a la sucesión por su discapacidad. El turno corrió hasta el padre de don Juan Carlos, don Juan, quien fue proclamado heredero de la corona tras la muerte de Alfonso XIII en 1941.
El pequeño Juan Carlos vivió en Italia, Suiza y Portugal, primero con su familia y pronto en un internado. A partir de 1948, Franco y su padre mantuvieron diversos y siempre tensos contactos. El dictador, partidario de la instauración, no de la restauración, pretendía saltarse al Conde de Barcelona –depositario de los derechos dinásticos- y buscar una legitimidad a su régimen ligándolo con la legalidad anterior a la II República. Acordaron que Juan Carlos comenzara sus estudios en territorio español, que pisó por primera vez con diez años en 1948. El joven terminó el Bachillerato en 1954 en el Instituto de San Isidro de la capital. Franco diseñó cuidadosamente su carrera, haciendo hincapié en su paso por las academias militares de los tres ejércitos (Tierra, Armada y Aviación). Además, cursó estudios de Derecho Político e Internacional, Economía y Hacienda Pública en la Universidad Complutense.
El disparo de su hermano
Durante las vacaciones de Semana Santa de 1956, vivió uno de los sucesos que más marcarían su vida. Pese a que lo tenían prohibido por su padre, su hermano Alfonso, de 16 años, y Juan Carlos, de 18, jugaban con una pistola en el desván de Villa Giralda, en Estoril. El futuro Rey disparó de forma fortuita a la cabeza de su hermano, que murió en el acto. Pese a las muchas especulaciones, e incluso acusaciones, todas las pruebas indican que se trató de un accidente. Don Juan Carlos no hablaría públicamente del suceso hasta 2014, cuando confesó en una entrevista que, a lo largo de su vida, había “echado mucho de menos” a su hermano.
Al apuesto joven pronto se le atribuyeron numerosos escarceos amorosos. Su relación más comentada fue con la condesa Olghina Nicolis de Robilant, que duró hasta el mismo año de la boda de Juan Carlos. Don Juan se había opuesto con firmeza a la joven italiana, a la que consideraba una “frívola”. En 1961, se comprometió con la princesa Sofía de Grecia, con la que se casaría al año siguiente en Atenas en una doble ceremonia, ortodoxa y católica. Pese a las reticencias de don Juan, Franco insistió en que la pareja se instalara en España. Desde entonces, ocuparía el palacio de La Zarzuela, restaurado y decorado personalmente por Carmen Polo.
Pese a las muchas especulaciones, e incluso acusaciones, todas las pruebas indican que se trató de un accidente
Durante la dictadura, la pareja vivió años tranquilos. Tuvieron tres hijos: Elena, Cristina y Felipe. Viajaron por todo el país y transmitieron una imagen de familia feliz. Hasta la CIA veía con buenos ojos el matrimonio. En un documento dado a conocer en enero de 2017, aseguraba sobre Juan Carlos: “Desde su boda parece haber ganado confianza en sí mismo. Sofía es una influencia positiva”.
La primera gran crisis conocida de la pareja no llegaría hasta 1976, cuando doña Sofía viajó a la India llevando consigo a sus tres hijos. La ya Reina –que ni siquiera pidió el preceptivo permiso al Gobierno- acababa de enterarse de que su marido le era infiel.
“Afecto y admiración" por Franco
Con su padre las relaciones siempre fueron tirantes. En 1966, se produjo un duro enfrentamiento entre ellos. Don Juan invitó a su hijo a una reunión de su consejo privado en Estoril, con motivo del 25 aniversario de la muerte de Alfonso XIII. Juan Carlos, aconsejado por Sofía, se excusó esgrimiendo una indisposición. Temía que el acto se convirtiera en una exaltación del Conde de Barcelona como heredero legítimo y provocara la ira de Franco. Juan Carlos había dicho solo unas semanas antes que “jamás” aceptaría la Corona en vida de su padre, lo que sin duda ya había puesto sobre aviso al dictador.
En 1969, Franco le designó su sucesor en la Jefatura del Estado. Ese mismo año, una televisión francesa entrevistó al joven príncipe. “El general Franco –afirmó- es un ejemplo viviente por su entrega patriótica diaria al servicio de España. Tengo por él un enorme afecto y una enorme admiración". En otra entrevista, 45 años después, fue más explícito a la hora de referirse a su relación con el dictador. “Si no hubiera aguantado lo que aguanté –explicó-, no habría sucedido lo que luego sucedió en España: la reinstauración de la democracia y de la monarquía parlamentaria”.
Entonces aún quedaba mucho para que la figura de Juan Carlos ofreciera confianza. La CIA, en un cable de 1974, también desclasificado en enero de 2017, aseguraba que el futuro jefe del Estado no ejercía ningún “poder real”. Incluso en 1975, dos días después de morir Franco, la agencia cuestionaba que tuviera “cualidades para acometer” la transición. En el documento se criticaba que el nuevo Rey “celebrara los consejos de ministros en el Pardo, y no en Zarzuela, y que promulgara leyes que habían sido redactadas por Franco”.
Entre esos documentos de la CIA, también aparece un informe del embajador de EEUU que recoge una revelación del príncipe sobre su gestión de la Marcha verde. Era noviembre de 1975, unos días antes de morir Franco. "Madrid y Rabat –explicó el entonces jefe de Estado en funciones para tranquilizar a Washington- han acordado que los manifestantes sólo entrarán unas pocas millas en el Sáhara español y que permanecerán un corto periodo de tiempo en la frontera, donde ya no hay tropas españolas".
Las funciones del heredero se habían ampliado en 1971 ante la posibilidad de que tuviera que sustituir al jefe del Estado por ausencia o enfermedad. Ya se temía lo que iba a ocurrir en julio de 1974 y noviembre de 1975, cuando suplió al ya achacoso dictador. Juan Carlos intentó sin éxito que la transmisión de poderes fuera definitiva. La familia de Franco -partidaria de que el sucesor fuera Alfonso de Borbón, casado con la nieta del dictador-, se opuso con uñas y dientes. En medio de esa tensión, Juan Carlos aceptó la provisionalidad, pero ya todos sabían que era una cuestión de días.
“Preserva la unidad de España”
En una entrevista muy posterior, recordaría que, el día antes de morir, Franco le cogió la mano y le dijo: “Alteza, la única cosa que le pido es que preserve la unidad de España". El mismo día que fue proclamado Rey, el 22 de noviembre de 1975, juró por segunda vez “guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los principios del Movimiento Nacional”. Acataba así los planes de Franco para perpetuar su régimen. Poco a poco, amparado en esa misma legislación franquista, impulsó los cambios legales necesarios para que el país avanzara hacia una democracia. Entonces, la Corona correspondía a su padre -tercer hijo de Alfonso XIII-, que no renunció a sus derechos sucesorios en favor de don Juan Carlos hasta dos años más tarde. Don Juan explicó que lo hacía “con mucho amor a España y cariño por mi hijo”.
En aquel momento, no eran pocos los que consideraban a don Juan Carlos un tonto. Había hecho fortuna el apodo de El breve para referirse al joven Rey de tan sólo 37 años. Los partidarios de la continuidad del régimen franquista –el llamado búnker- se sintieron traicionados por el sucesor y movieron cuantos resortes pudieron –la empresa, la banca, el Ejército,- para intentar que fuera un pelele. Socialistas y comunistas, la izquierda partidaria del restablecimiento del orden republicano del 31, también le auguraron un futuro corto, pero al final fueron ellos los que tuvieron que renunciar a sus principios y aceptar la monarquía.
Para este delicado y dramático cambio, don Juan Carlos contó con la imprescindible ayuda de Adolfo Suárez, quien de la nada construyó un partido de centro con el que se sintiera identificado un amplio sector de la nueva clase media. El propio Rey tuvo que pedir un crédito –o tal vez una donación- de diez millones de dólares a su amigo el Sha de Persia para financiar a la UCD. Gracias a ese dinero, el presidente logró un amplio respaldo electoral para un partido que aglutinaba desde franquistas reconvertidos hasta socialdemócratas.
De la Dictadura a la Democracia
Primero alentó la ley de Reforma Política, aprobada en referéndum por el 96 por ciento de los electores en diciembre de 1976. Seis meses después, se celebraron las primeras elecciones libres –en las que participó hasta el Partido Comunista- para establecer cortes constituyentes. En tiempo récord, se elaboró una constitución y se aprobó en referéndum en 1978 por el 87 por ciento de los votantes. La Carta Magna convertía España en una monarquía parlamentaria, recortaba los poderes del Rey y reconocía a don Juan Carlos como heredero legítimo de una “dinastía histórica”. Con la complicidad de Suárez, utilizando la legalidad de cada momento, logró que el país pasara en sólo tres años de ser una dictadura a ser una democracia.
Sin embargo, su intervención más aplaudida sería la que realizó a través de la televisión la noche del 23 de febrero 1981. Desautorizó el golpe de Estado del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero y acabó con la insurrección, cuyos inspiradores creían contar con el apoyo del Rey. Años después, no faltarían informaciones cuestionando su papel. El semanario Der Spiegel, por ejemplo, publicó en 2012 un mensaje del entonces embajador alemán asegurando que el Rey había mostrado simpatía por los golpistas. La periodista Victoria Prego, en el sentido contrario, sostiene que “si el Rey hubiera alentado realmente el golpe, éste hubiera triunfado sin ninguna duda”.
Fuera como fuese, lo cierto es que el 23-F supuso un enorme espaldarazo para don Juan Carlos. Hasta la propia CIA reconocería que el Rey “ha actuado a menudo como un pararrayos para el descontento militar”, y le calificaría como el “motor del cambio”.
Monárquicos y "Juancarlistas"
La popularidad de don Juan Carlos subió como la espuma dentro y fuera de España. Hasta se extendió entre los republicanos la célebre frase “no soy monárquico, sino juancarlista". En 1982, los socialistas ganaron las elecciones y –siguiendo la estela de la UCD- emprendieron reformas que modernizaron el país. España entró en la OTAN y en la entonces Comunidad Europea. La complicidad con Felipe González, el presidente con el que mejor se entendería el Rey y amigo personal hasta el final, ayudó al monarca a disfrutar de una década dulce -sólo ensombrecida por el terrorismo de ETA-, que tuvo en 1992 el broche de oro, con la inmejorable imagen de España y su familia real que ofrecieron los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Tras el 23-F la propia CIA reconocería que el Rey “ha actuado a menudo como un pararrayos para el descontento militar” y le calificaría como el “motor del cambio”.
Pero 1992 fue también el año en el que se rompió por primera vez un pacto no escrito entre los medios de comunicación de no airear la vida privada del monarca. De repente, se habló públicamente de la relación extramatrimonial que el Rey mantenía desde 1980 con Marta Gayá, una decoradora mallorquina divorciada y de buena familia. Los amantes mantenían sus encuentros en Mallorca, en Gstaad (Suiza) y en París, donde ella se instalaba en casa del amigo y biógrafo del rey José Luis de Vilallonga. Años después, se conocería una grabación del CESID de una conversación en la que el Rey le confesaba entonces a un amigo: “Nunca he sido tan feliz”.
Una vez abierta la puerta, comenzaron a circular rumores de devaneos anteriores del Rey con mujeres del mundo del espectáculo, entre ellas Nadiuska, Paloma San Basilio, Sara Montiel o Raffaella Carrà. Hasta se le llegó a relacionar con Lady Di, que en varias ocasiones fue, junto a su familia, invitada de los reyes en Palma.
Juan Carlos mantuvo affaires con muchas mujeres, pero la relación más duradera –junto a la de Marta Gayá- fue con la actriz Bárbara Rey. Se calcula que, aunque de forma intermitente, estuvieron juntos unos 15 años. Adolfo Suárez les había presentado cuando la actriz hacía campaña a favor de su partido. Más tarde, se sabría que el Monarca la ayudaba, regularmente, con cantidades que oscilaban entre uno y dos millones de pesetas al mes.
El chantaje de la amante
Bárbara Rey llegó incluso a mudarse a una casa que compartía de forma habitual con el Rey en una zona próxima a La Zarzuela. En 1994, don Juan Carlos decidió romper la relación, pero la actriz comenzó a hacerle chantaje y amenazó con publicar fotografías y grabaciones que había hecho al Monarca en su casa. Al parecer, se trataba de conversaciones en las que el Rey hablaba abiertamente de su trabajo, de militares, de políticos y de otros personajes públicos. Los documentos eran más importantes por lo que comprometían la seguridad –el rey aireaba los asuntos de Estado- que por su carácter sexual.
Agentes del entonces CESID intentaron sin éxito hacerse con las cintas. La actriz presentó en los juzgados en 1997 sendas denuncias por amenazas y por robo en su domicilio. Mario Conde –muy amigo del Rey en aquel momento- y el propio jefe de la Casa Real, Fernando Almansa -hombre del banquero-, negociaron con ella. Finalmente, según se supo en 2017, la inteligencia española zanjó el asunto con un pago de tres millones de euros de los fondos reservados a través de una cuenta en Luxemburgo.
Don Juan Carlos se había ido distanciando más y más de la Reina, hasta el punto de llevar vidas completamente separadas, que sólo convergían en actos oficiales. De día en día, resultaba más evidente el papel de “profesional” representado por doña Sofía.
De nuevo hay que volver a aquel simbólico 1992, en el que el Rey alcanzó las cotas más altas de popularidad pero también comenzó su descenso a los infiernos. Ese año fue el protagonista de un documental de la periodista británica Selina Scott, en el que el Monarca coqueteaba abiertamente con su entrevistadora, a la que acompañó en un sinfín de actividades en helicóptero, en yate y hasta en moto. En Zarzuela se encendieron todas las alarmas. El entonces jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, se opuso a la emisión del programa. “Sin duda, el vídeo –llegó a decir- es un gran éxito para la reportera, pero no lo es para la Familia Real”. En suma, consideraba que transmitía una imagen frívola de don Juan Carlos.
Aquel crucial 92 había deparado otras sorpresas. Entre el 15 y 23 de junio, el Rey, literalmente, desapareció. En su agenda no había nada anotado. Nadie conocía su paradero. Posteriormente, se supo que se encontraba en Suiza acompañando a Marta Gayá. El diario El Mundo reveló que el Monarca había firmado una ley mientras estaba fuera de España. "O el lugar es falso, o la fecha es falsa o la firma es falsa", señalaba el diario dirigido entonces por Pedro J. Ramírez. El asunto era gravísimo. Se trataba de un delito de falsificación de documento público.
“Sofi, Sabino nos deja”
La publicación en agosto de 1992 en El Mundo y en la revista Época de la relación con Marta Gayá desencadenó la crisis final con el veterano general Fernández Campo, que había cuidado de la imagen del Rey y había sido su consejero más fiel desde 1977. Don Juan Carlos, que ya no admitía más reprimendas, tomó la decisión repentina de cesarle. Cuentan algunos testigos que, en su tono brusco habitual, le dijo a la Reina en presencia del militar: “Sofi, Sabino nos deja. Y se va por tu culpa”.
Progresivamente, el Rey fue desencantándose de sus funciones a la vez que iba dedicando más tiempo a sus pasiones: los toros, la vela, la gastronomía, los automóviles y la caza, sobre todo la caza -desde osos en Rusia y Rumanía hasta elefantes en África-. Sin embargo, rara vez se le ha visto en algún acto cultural o se le ha escuchado hablar sobre sus lecturas. Precisamente en una montería celebrada en Ciudad Real en el año 2004, conoció a Corinna zu Sayn-Wittgenstein, 27 años más joven que él. El monarca y la princesa emprendieron una larga relación amistosa y profesional, que durante al menos seis años también fue sentimental. Zarzuela le encargó a ella organizar ese mismo año la luna de miel de don Felipe y doña Letizia Ortiz.
Las tensiones, dentro y fuera de la casa, fueron creciendo. Corinna no era una mujer cualquiera, era una mujer con mucho poder, amiga de mandatarios y grandes empresarios, que se dedicaba a la organización de grandes eventos y a intermediar entre multinacionales y gobiernos. A la tensión también contribuyeron las malas relaciones del Rey con su nuera Letizia, que nunca le gustó y de la que sólo fue capaz de decir en una entrevista que era “una buena madre”.
En 2007, la prensa empezó a publicar todo tipo de escándalos relacionados con el Rey. El diario Público, por ejemplo, le acusó de haber actuado como valedor de la dictadura de Videla en Argentina ante empresas españolas. Ese mismo año, se publicó que había sido intermediario con Marruecos en la venta de armas. El economista y ex consejero delegado de Campsa Roberto Centeno llegó a sostener que gran parte de la fortuna del Rey procedía de cobrar comisiones -entre 1 y 2 dólares por barril- en la importación de petróleo procedente de sus países amigos del golfo Pérsico. Este negocio lo habría realizado junto con el administrador de sus finanzas durante tres décadas y amigo íntimo Manuel Prado Colón y Carvajal, que acabaría siendo condenado por corrupción. Pero el reportaje más sonado fue el publicado también en 2007 por The Times, en el que se calificaba al rey de “playboy” y se criticaba su “lujoso estilo de vida”.
Su hija y su yerno, en el banquillo
Los acontecimientos se precipitaron. La infanta Elena anunció ese mismo 2007 el “cese temporal de la convivencia” con Jaime de Marichalar, y en 2009, su divorcio. En 2011, los periodistas Esteban Urreiztieta y Eduardo Inda, del diario El Mundo, destaparon los sucios negocios de Iñaki Urdangarin -yerno de don Juan Carlos- y su utilización del nombre del Rey en su enriquecimiento ilícito. En cuanto el caso llegó a los tribunales, Zarzuela anunció que lo apartaba de todos los actos institucionales, ya que su conducta no había sido “ejemplar”. Era el principio de un largo proceso que acabaría con la Infanta Cristina y su marido sentados en el banquillo, y Urdangarin condenado a seis años y tres meses de prisión.
En Nochebuena de 2011, don Juan Carlos se dirigió al país con una alocución que parecía dirigida a él mismo. Expresó su preocupación por “la desconfianza que parece estar extendiéndose en algunos sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones”.
“Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos –dijo-. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar”.
El escándalo amenazaba con alcanzar de lleno al propio Rey. Pese a que Urdangarin declaró que el Monarca le había pedido que abandonara sus negocios en 2006, seis años después se hicieron públicos tres correos electrónicos escritos por el propio duque de Palma que implicaban a don Juan Carlos y a su amiga Corinna en negocios a favor del duque de Palma con posterioridad a esa fecha. El Rey había llegado incluso a pedir a la empresaria alemana que buscara un “trabajo digno” para su yerno.
“Me he equivocado, no volverá a suceder"
En 2012 tuvo lugar la funesta cacería de elefantes en Botsuana, organizada por la omnipresente Corinna, que también viajó con la expedición. El 14 de abril, los españoles se enteraron de que la madrugada anterior un avión había trasladado al Rey desde el país africano hasta España para ingresar en el hospital San José de Madrid, donde sería operado de la cadera que se había roto en una caída. Era lo peor que podía ocurrir en los más graves momentos de la crisis y después del discurso pidiendo ejemplaridad.
Al salir del hospital, el Rey se disculpó públicamente. En un gesto sin precedentes, visiblemente deteriorado físicamente, pronunció las históricas palabras reconociendo su error, pero sin pedir perdón: “Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a suceder”.
Comenzaba el via crucis hacia la abdicación. El apoyo de la población, que se encontraba en el 74%, cayó hasta el 52 %. En 2012 y en 2013, y por primera vez en la Historia la mayoría de los españoles, un 53 % desaprobaba la forma en que el Rey desempeñaba sus funciones.
Se sucedieron noticias con nuevos detalles sobre su relación con la empresaria alemana. Entre ellas, que la Casa del Rey había utilizado dos millones de fondos públicos de Patrimonio Nacional para acondicionar la finca La Angorrilla, en el monte del Pardo y muy cerca de Zarzuela, donde se instalaron durante años la princesa y su hijo pequeño. La situación era insostenible. “O Corinna o Corona”, le llegaron a plantear sus asesores.
Según relata Ana Romero en el esclarecedor libro Final de partida (La Esfera de los Libros), el propio general Sanz Roldán –jefe del CNI y uno de los mejores amigos del rey- se vio obligado a entrevistarse con la aristócrata alemana en el hotel Connaught de Londres, en junio del 2012, para pedirle que, por el bien de España, cortara con don Juan Carlos. La relación resultaba peligrosa no sólo por lo que suponía de distracción del Rey de sus obligaciones, sino por las amistades comprometedoras que la rodeaban, entre ellas el mismísimo Vladimir Putin, que según cuenta la periodista llegó a ser “un buen amigo” de la pareja.
La fortuna del Rey
Ese mismo año 2012, The New York Times se sumó a las investigaciones sobre sus actividades con un artículo titulado “Un rey escarmentado que busca la redención, para España y su Monarquía”. En la información se aseguraba que la fortuna de la Familia Real española estaba estimada en 2.300 millones de dólares [casi 1.800 millones de euros]. El Gobierno desmintió la cifra, pero la idea de que don Juan Carlos se había hecho multimillonario gracias a su posición ya había arraigado en la conciencia colectiva de los españoles.
La expresión más gráfica de ese rechazo se produjo el 10 de febrero de 2013. Se celebraba en Vitoria la final de la Copa del Rey de Baloncesto. Don Juan Carlos fue recibido con una estruendosa pitada, y, lo que más le dolería, el popular cántico infantil “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña”, coreado por una gran parte del público.
Así las cosas, era la propia Monarquía la que estaba en peligro y sólo había una salida posible a la crisis, por mucho que don Juan Carlos se resistiera. Y esa salida era la abdicación, que anunció el 2 de junio de 2014. El día 19, su hijo asumiría la jefatura del Estado como Felipe VI.
Juan Carlos empezó entonces la última etapa de su vida, la de Rey Emérito. Pese a que se le habilitó un despacho en el Palacio Real, apenas lo usó. Asumió funciones de representación del Estado, inauguró exposiciones, presidió actos y realizó viajes al extranjero, viajes que con frecuencia aprovechó para pasar largas vacaciones en Barbados, República Dominicana y Miami, invitado por su gran amigo el multimillonario exiliado cubano Pepe Fanjul, al que se conoce como el barón del azúcar.
‘El Rey que rabió’
Disfrutó de la Nochevieja en Los Ángeles; cazó en fincas de la Comunidad de Madrid; participó en comidas en restaurantes lujosos; realizó frecuentes visitas a Londres además de al Caribe; acudió a partidos de fútbol, corridas de toros y a carreras de Fórmula 1, invitado por sus amigos los jeques de la península arábiga.
Pero la más de una docena de operaciones a las que fue sometido durante su vida comenzaron a pasarle factura. Los achaques hicieron mella en su aspecto: cara desencajada, barba de días y escasa movilidad, por lo que necesitaba ayudarse con muletas, bastón y hasta de una silla de ruedas. El deterioro le obligó a reducir al mínimo su vida social. Quedó encerrado en soledad, paliada únicamente por sus películas favoritas, los western, y su teléfono móvil, al que aseguran que era adicto. Ya sólo contaba con el apoyo de su hija Elena y su nieta Federica. El resto de la familia había roto las relaciones. Hubo, eso sí, un acercamiento a su esposa, la reina Sofía, después de años de no coincidir más que en actos públicos.
El prestigioso historiador Santos Juliá definió los 29 años del reinado de don Juan Carlos como “el mejor y más fructífero periodo de la monarquía constitucional en España”. Sin embargo, sus años finales quedarían marcados por los escándalos, el enriquecimiento súbito, la corrupción, las compañías sospechosas y un estilo de vida hedonista y desmedido, mientras España sufría las consecuencias de una devastadora crisis económica. Su personalidad parecía haberse transformado, como le ocurría al monarca de una renombrada zarzuela de Vital Aza y Chapí, al que un buen día, preso del aburrimiento, se le antojó hacer un viaje de incógnito con el fin de divertirse a sus anchas, para escándalo de toda su corte que creía que había sido contagiado por un virus maligno. El título de la obra no puede ser más expresivo: El rey que rabió.
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