Como si jugara al despiste, la persona más buscada mediáticamente de España, el que fuera jefe de Estado durante casi 40 años, sigue en paradero desconocido. Primero fue la República Dominicana. Así lo confirmaban distintas fuentes cercanas al rey Juan Carlos a este periódico. Al poco tiempo, hubo medios que se desmarcaron de esa versión y aseguraban que el emérito no había abandonado la península y estaba en Portugal, previo paso por su amado Sanxenxo. El último giro en esta historia llegó el pasado sábado cuando una misteriosa fotografía situaba a Juan Carlos apeándose de un avión en Abu Dabi.
Hace una semana que Juan Carlos comunicó por carta a su hijo —y a toda España— su decisión de abandonar España, cercado por las informaciones sobre sus irregularidades financieras publicadas por EL ESPAÑOL. Su misiva hablaba de “un traslado”, como si fuera un militar que pasa de un cuartel a otro.
En realidad, Juan Carlos cambió el Palacio de la Zarzuela por un paradero desconocido. A la espera de que el fiscal del Tribunal Supremo se pronuncie sobre posibles acciones legales, el rey emérito ha abandonado la que fue su casa durante 58 años para instalarse en otro destino no menos lujoso. Pero la decisión de abandonar España no se tomó de un día para otro ni fue únicamente fruto de la voluntad del emérito. Felipe VI y Pedro Sánchez también tuvieron algo que decir.
La cuestión había llegado al Gobierno semanas antes. Si bien la decisión final fue comunicada a Pedro Sánchez tres días antes, cuando el presidente se hallaba inmerso en la reunión de presidentes autonómicos en La Rioja. Es entonces cuando el rey Felipe VI le pide audiencia para tratar un asunto importante con la máxima discreción. Ya sé que hacer con mi padre, Pedro, podría ser el título de esta reunión, cuyo contenido solo era conocido por las dos personas más poderosas de España.
Este lunes, una semana después de la salida de Juan Carlos de España, solo un puñado de personas pueden saber con seguridad el paradero del rey. Los que creían saberlo y han hablado no han acertado. Una posible explicación de este lío de paraderos proveniente de numerosas fuentes puede venir de informaciones contradictorias lanzadas por el propio rey o incluso la Casa Real.
Esto no solo hace que la prensa mire hacia diferentes sitios mientras el rey vuela a un lugar no revelado a casi nadie. También le puede servir al emérito para descubrir qué personas de su entorno hablan con qué medios. Cortinas de humo y pruebas de fidelidad, todo en uno.
De repente, en medio de las especulaciones, de las revelaciones de pasillo y de los titulares contradictorios, llegó la foto. La publicó el medio digital Nius y mostraba a Juan Carlos descendiendo de un avión privado con una mascarilla tapándole media cara y bien aferrado a los pasamanos de la escalinata. Ya saben, la cadera…
El propio medio aseguraba que esa foto se tomó el lunes 3 de agosto en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos. De ser así, ¿por qué tardaron cinco días en publicarla? ¿Fue el tiempo que tardaron en contrastar la información? Tanto la imagen como la noticia vienen firmadas por el propio medio, sin el nombre de ningún periodista. Tampoco ninguna agencia clama su autoría. Entonces, ¿quién hizo la fotografía? ¿Pudo haberla realizado alguna de las personas que viajaba con el Emérito? ¿O un trabajador del aeropuerto de Abu Dhabi que, casualmente, sabe quien es el rey de España y la que le está cayendo a más de 5.000 kilómetros? Pese al misterio de esta foto, fue la portada de todos los diarios digitales y abrió todos los telediarios.
Y mientras tanto, quien sí sabe seguro el paradero de Juan Carlos, guarda discretamente silencio con la esperanza que la actualidad diluya su momento más oscuro en la memoria de las hemerotecas. Los reyes y sus hijas llegaron este viernes a Mallorca para pasar sus vacaciones en medio de esta tormenta. Mientras tanto, el presidente Pedro Sánchez se quita el muerto de encima y afirma que es la Casa Real quien debe comunicar el paradero del emérito. Zarzuela hace lo propio y deja a elección de Juan Carlos decir donde está. Hay más dudas que certezas y más silencios que respuestas.
Cómo se fraguó el abandono del país
Para entender el porqué de la salida de Juan Carlos de España hay que retroceder unas semanas atrás. La solución a la delicada situación del emérito se acordó en una reunión entre los dos reyes en el despacho de Felipe VI. También estuvo presente el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín. Durante el mes de julio el rey había despachado la cuestión con su padre y con Pedro Sánchez, mientras que Alfonsín lo hizo con la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, y el jefe de Gabinete del presidente, Iván Redondo.
El resto del Gobierno, incluidos los ministros de Unidas Podemos, no tuvo conocimiento ninguno de lo que se trataba en esas reuniones. Los de Iglesias —el ala más republicana del Ejecutivo— dijeron más tarde sentirse ninguneados.
No fueron las presiones del Gobierno las que propiciaron la marcha de Juan Carlos, fueron las encuestas que mostraban que el prestigio de la monarquía estaba cayendo en picado por las informaciones recientemente publicadas de la fortuna del emérito. Al final, la última palabra la tenía Felipe VI.
En las últimas semanas de julio se barajaron dos posibles opciones: una renuncia de Juan Carlos I a la inmunidad mientras fue jefe del Estado y una regularización fiscal. Pero ambas eran inviables. La primera, desde el punto de vista jurídico. La segunda, imposible al no poder el rey compensar todo lo que dejó de tributar a Hacienda durante su reinado.
Una tercera opción hubiera sido que Juan Carlos renunciara a su título vitalicio de rey, que le fue concedido en 2014 poco después de su abdicación. Hubiera sido la opción más sencilla, pues solo hubiera consistido en modificar un real decreto, pero Juan Carlos se negó y el rey Felipe no quiso hacerlo por las bravas. Por supuesto, en ningún momento se planteó la posibilidad de acabar con la inviolabilidad del rey. Había que pactar una solución.
Así fue como se llegó a la situación actual: poner tierra de por medio. El emérito debía abandonar España en pos de que la monarquía se recuperara del mayor mazazo recibido en su ya maltrecho prestigio. La medida funcionó, tal como muestra una encuesta publicada por este periódico tres días después de la marcha del emérito. La monarquía parlamentaria recibió el apoyo del 54,9% de los encuestados. Es misma pregunta realizada unas semanas antes arrojaba un resultado del 48,9%. Felipe VI respira tranquilo, de momento.
Donde sí estuvo
El único destino que se conoce con seguridad del rey emérito tras salir de Madrid es Sanxenxo (Pontevedra). En este turístico pueblo de las Rías Baixas gallegas, el rey está como en casa, como si por un momento volviera a reinar. Allí fue recibido por sus acólitos, por su séquito. Por sus más fieles escuderos. Marinos y navegantes que le recibían con toda clase de prebendas. Allí celebró el monarca su última cena antes de emprender su presunto último viaje.
Ahí vive su amigo Pedro Campos, presidente del Real Club Náutico, sobrino de Leopoldo Calvo-Sotelo y uno de los empresarios más populares de la zona. Juan Carlos ha navegado con él a bordo de los bribones, los yates de regata del Club Náutico por los que el rey siente auténtica devoción.
En casa de Campos es donde Juan Carlos tiene su campamento y hace vida normal cuando visita Sanxenxo. Desde ahí se ve la costa, tiene privacidad y se siente protegido. “Saluda a todo el mundo y se deja hacer fotos si se lo piden. Aquí no va en coche oficial. Cuando viene al pueblo siempre llega con Pedro Campos y su Volvo de color gris. En esta última visita también”, contaron a EL ESPAÑOL varios vecinos de la zona.
Allí fue, con toda probabilidad, la última cena de Juan Carlos antes de abandonar España hacia no se sabe dónde. República Dominicana, Portugal, Abu Dhabi… hasta Nueva Zelanda entra en las quinielas. Los posibles destinos del emérito solo abarcan cuatro continentes del planeta, nada más.
Pero poco debe importarle eso al emérito, porque, esté donde esté, no tiene pensado permanecer mucho tiempo. Así se lo expresó a sus amigos en la cena celebrada en Sanxenxo: “Volveré. Espero que en septiembre, porque quiero navegar aquí”. El rey quiere volver… y septiembre es dentro de 23 días.