¿Quién se lo iba a decir? Hubo un tiempo en el que Vox no era más que un pequeño sueño que no terminaba de despegar. A los mítines iban cuatro gatos y Santiago Abascal, que ya había fracasado en la empresa privada, se subía a los bancos de la calle, megáfono en mano, intentando que su mensaje calara. Pero no lo hacía y prácticamente nadie les votaba. No tenían dinero ni para pagar la cuenta a aquellos periodistas a los que invitaban a comer para ganar simpatía. Y, sin embargo, seis años después de su fundación, Vox es ahora el partido político que más dinero gana, el que recibe más donaciones privadas que todos los demás juntos y que mira de tú a tú a los que antaño le miraban por encima del hombro.
“Lo hicimos porque veíamos que la única posibilidad de lograr algo que hiciese al Partido Popular, y en especial a Mariano Rajoy, cambiar su orientación era metiéndole un gol en toda la escuadra creando un partido liberal y radical en algunas cosas”. La voz, telefónica y de alguien que pide permanecer en el anonimato, recuerda ese espíritu de los inicios, cuando los politólogos iluminaos decían que España no es como Europa, que aquí no tenía cabida la extrema derecha. La excepción española, lo llamaban. “Por eso fundamos Vox”, dice la voz.
El partido liderado por Santiago Abascal apuntala estos días una especie de edad dorada. En esta semana que muere han terminado de presentar el que será su think tank, Disenso, tras los anuncios previos de que habrá un sindicato heterodoxo, Solidaridad, y una especie de universidad alternativa, el Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas, que es una franquicia del legado de los Le Pen en Francia. Con todo ello la formación verde da un paso más, no ya buscando crecer, sino intentando permeabilizar sobre las múltiples capas de la sociedad española que aún se le escapan.
¿Y cómo lo hace? La respuesta ya la dibujó hace años James Carville, el Iván Redondo de Bill Clinton, cuando se le ocurrió aquello de “The economy, stupid”. La economía, estúpido. De todos, Vox es el partido que más beneficios económicos tiene. Es el Inditex de la política y Abascal su particular Amancio Ortega, salvando, por supuesto, unas diferencias abismales.
En su ejercicio de 2019 la formación obtuvo unos beneficios de nada menos que 5,3 millones de euros, quintuplicando los del año anterior. Mientras el PSOE de Pedro Sánchez, ese Justin Trudeau como de Estepona, le sigue de cerca con 4,9 millones, el resto de partidos se hunde en la lejanía: Podemos entró en números rojos por primera vez perdiendo 2,6 millones y el PP sufrió el estrepitoso batacazo de pasar de ganar 3,5 millones en 2018 a perder 5,7 millones de euros el año siguiente. Por su parte, Ciudadanos acabó el ejercicio con unos beneficios de 820.000 euros.
Además de a través de las subvenciones que critican pero que aceptan, dicen, para competir en igualdad de condiciones, Vox ganó tanto dinero en parte gracias a convencer a personas privadas. Recibieron el año pasado 1,5 millones de euros en donaciones de particulares anónimos -subrayando la cuenta pendiente que le queda la transparencia de los partidos-. Para entender la magnitud de lo recaudado, el PSOE y el PP recibieron poco más que 270.000 euros cada uno de donantes privados. Ni sumando las donaciones de Unidas Podemos y Ciudadanos logran juntos ingresar más que Vox.
Esto ahora le da a Vox un músculo suficiente para una ambición a largo plazo, intentando que su discurso cale ahí donde hasta ahora no ha calado: en la clase obrera y en la construcción ideológica. Lejos queda ya ese Santiago Abascal que, en 2007, empeñó su vida para crear un bar en Vitoria que acabó cerrando y por el que perdió su casa, según ya relató EL ESPAÑOL. Ahora la política, el sueldo oficial, ese chiringuito que tanto dice abominar y al que siempre vuelve, se le muestra como un negocio más rentable que cualquier otro. Eso, 5,3 millones de euros. Que dan para mucho.
Le costó arrancar
A muchos políticos, como a la portavoz del PSOE en el Congreso, Adriana Lastra, se les echa en cara el nunca haber caminado sobre la aventura de la empresa privada, algo que es cierto. El caso de Santiago Abascal, aunque no es tan así, se le parece. Lo suyo fue una incursión muy tímida y de la que salió escaldado para volver a lo de siempre, el cobrar del erario.
Mientras el hoy líder de Vox empalmaba un cargo político tras otro, él y su mujer de entonces, Ana Belén Sánchez Cenador, montaron en la ciudad vasca de Vitoria un Heineken Bar Concept, un bar moderno, de comida gourmet y con actuaciones en directo que tenía visos de convertirse en el bar de moda de la localidad. Fue en 2007.
La aventura, sin embargo, se estrelló al poco de alzar el vuelo; duró apenas tres años. En 2010, el bar se fue a pique en el contexto de la crisis económica y, para Abascal, acabó traspasando lo meramente profesional para pagar facturas personales. En esas fechas se divorció de su mujer y perdió un chalé de 200 metros cuadrados de planta que tenía en la localidad de Zuya y que había puesto como aval del negocio. Así, se fue a Madrid a seguir ocupando cargos para los que sólo hacía falta ser nombrado a dedo. Fue cuando aún estaba en el PP, en la estela de Esperanza Aguirre. A día de hoy el líder de Vox recuerda este episodio como uno de los más negros de su vida.
Pronto vio posibilidades en la política, que ahora se muestra como un negocio mucho más boyante que sus ejercicios anteriores. Pero no nació así.
En las primeras cuentas que el partido hizo públicas, las correspondientes al ejercicio de 2014, la formación arrojaba unas pérdidas de 68.277,15 euros. Fue una financiación que costó mucho sacar adelante. El dinero de aquel año dio para la campaña electoral de las europeas, con la candidatura de Alejo Vidal-Quadras, y poco más. Los afiliados pagaban cuotas minúsculas y, aunque sí había ingresos más grandes por parte de empresarios todavía desconocidos para el público general, los resultados fueron negativos.
Durante esos años, Vox mostró cierta habilidad, con más picaresca que ética, en las donaciones. En 2014, cuando aún no les conocía nadie, ingresaron cerca de un millón de euros -más de lo que ingresan ahora PP y PSOE juntos- de personas privadas. Esto fue gracias a la organización otrora terrorista Consejo Nacional de la Resistencia de Irán, formada por exiliados iraníes, que a través de distintas cuentas aportó a Vox cerca del 80% de ese dinero de origen privado. Si se hizo así es para que no saltara la alarma del máximo de 50.000 euros que se pueden donar por persona. Es una especie de trampa legal que, sin embargo, no les libró de los números rojos pero sí les ayudó a empezar a hacer ruido.
En el ‘Ibex-4’
Ese ruido inicial ha derivado ahora en una empresa que estos días lidera el Ibex-4 de los partidos políticos. Con sus 5,3 millones de euros en beneficios, se ha convertido en la formación política más rentable de todas. El año anterior, el de 2018, sólo había ganado algo más de un millón de euros. Ahora esa cifra se ha multiplicado por cinco. A pesar de la subida, de todas formas, algún diputado tan notable de la formación como lo es Javier Ortega Smith, declara prácticamente vivir en la ruina. Según ya remarcó este diario, Ortega Smith declaró haber recibido un sueldo de sólo 14.000 euros en 2019, mientras que su partido factura millones.
El boom increíble en las cuentas de Vox hay que explicarlo desde distintos frentes. Por un lado, Vox ha pasado de tener 4.792 afiliados en 2018 a 23.843 sólo un año después. Por otro, su asalto a las instituciones, ganando elecciones en Andalucía, consolidándose como tercera fuerza política del Parlamento, entrando en numerosos ayuntamiento, ha llevado a que el partido pasara de obtener 613.575 euros por subvenciones en 2018 a ingresar 9,9 millones en 2019.
Durante su primera rueda de prensa tras las elecciones generales del pasado mes de noviembre, Santiago Abascal mostró su afán de acabar con “la industria política” y los “chiringuitos” y aseguró que los partidos no deberían recibir ni un euro por los resultados electorales. De eso no se ha vuelto a saber y, mirando las cuentas, suena el Money de Pink Floyd de fondo.
En todo caso, si la formación algún día estuviera dispuesta a prescindir de las subvenciones, a Vox todavía le quedaría el dinero de sus amigos. La UCD, que también nació prácticamente de la nada, tenía entre sus filas el apoyo de personajes populares que ponían la cara, como Sancho Gracia o Bárbara Rey. Vox tiene ahora a sus donantes privados.
Por muy sorprendente que pueda resultar, la formación de Abascal ha recibido más dinero privado que el PSOE, Unidas Podemos y el Partido Popular juntos. Los morados recibieron 792.648 euros de donativos privados, los de Pedro Sánchez ingresaron 275.616 y los populares 276.446. Si se estira y se mete los 26.099 euros que recibió Ciudadanos, ni aún así se alcanzaría al partido verde. Entre todos juntaron algo más de 1,3 millones de euros. Vox, en cambio, ingresó 1,5 millones de euros en 2019 de inversores cuya identidad se desconoce. Además, 121 de esos inversores donaron una cifra superior a 1.000 euros. Eso dicen sus cuentas.
La misteriosa auditora
“De todas formas, las cuentas de Vox hay que cogerlas con pinzas”, explica a este diario una fuente que perteneció a la organización y que pide anonimato. “Nosotros estuvimos intentando en reiteradas ocasiones que compareciera frente al Comité del partido el responsable de auditarle las cuentas y nunca lo logramos. Los que les auditan las cuentas son extraños, una empresa pequeña que es de Toledo. No me parece una sorpresa que de ahí sea también Enrique Cabanas”, explica, en referencia a la mano derecha en la sombra de Abascal y que tiene mano sobre los asuntos económicos de la formación.
En efecto, a lo que se refiere la fuente, es a la empresa Ábaco Consultores que audita las cuentas de la formación. No se trata de una big four del sector ubicada en alguna de las mastodónticas Cuatro Torres de Madrid. Se trata, en cambio, de una empresa con seis empleados y ubicada en un apartamento de Toledo, una localidad con la que Vox guarda mucha cercanía.
De Toledo es Enrique Cabanas, en Toledo estuvo algún tiempo Santiago Abascal junto a él, y en Toledo tiene Ortega Smith un cigarral con vistas al Alcázar, que tanto rezuma en el imaginario colectivo de Vox. No olvidemos que esta misma semana Santiago Abascal ha estado cerca de reivindicar la figura de Francisco Franco cuando le dijo en el Congreso a Pedro Sánchez que presidía el peor Gobierno en 80 años. Mientras que Sánchez le respondía con que había sufrido un “lapsus”, Abascal incidió en ello soñando con los indicadores del PIB de Franco.
Al margen de aquello, este diario ha podido comprobar que de Toledo es también Inés María Cañizares Pacheco, una diputada de Vox que ejerce como auditora de cuentas. Casualmente, o no, Cañizares Pacheco ha ejercido como administradora concursal de al menos tres empresas en las que Ábaco ejercía la función de auditoría. Para algunos, como la fuente que mira con escepticismo esta relación, esto podría poner en duda la independencia de la auditoría de cuentas. Sin embargo, no es movimiento ilegal mientras que alguno de los miembros de Vox o algún familiar no trabaje a su vez en la empresa auditora.
Vienen para quedarse
Como, tal y como ya apuntó Mariano Rajoy, nadie se mete en política para ganar dinero, Vox está redirigiendo ese músculo económico en lograr una obra más grande. Justo en el momento en el que su adversario, el PP, está en horas bajas, esta semana por la Kitchen, la formación de Santiago Abascal está mostrando cómo lo suyo ya no es simplemente el ruido, el crecimiento exponencial a toda costa, sino que está creando bases sobre las que cimentar el futuro.
El primer signo de ello fue en febrero cuando anunció que iban a crear una filial del Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas, una especie de universidad alternativa creada en Lyon por Marion Maréchal-Le Pen, nieta y sobrina de los baluartes de la extrema derecha francesa. Y la llegada será de la mano de Kiko Méndez-Monasterio, mano derecha de Abascal en temas de comunicación y que agredió a Pablo Iglesias cuando el primero militaba en una banda neonazi, y Gabriel Ariza, hijo de Julio Ariza, dueño de Intereconomía.
El segundo signo llegó este mismo verano, con la creación aún inconclusa del Sindicato para la Defensa de la Solidaridad con los Trabajadores de España. De iniciales impronunciables, SDSTE, el lingüista Álex Grijelmo apuntaba que el hecho de que sea “solidaridad con los trabajadores”, no “de los trabajadores” o “entre los trabajadores”, el nombre viene a indicar que los que lo pensaron no se sienten trabajadores y los ven como algo ajeno. Quizás el hecho de que planteen, como sindicato, limitar el derecho de huelga avalado por la Constitución o permitir saltarse convenios colectivos para promover los individuales ahonde en la misma idea.
Independientemente de ello, el ejercicio es un intento de conectar con la clase obrera que aún le mira con cierto escepticismo. Aunque, cuidado, el programa de Vox sigue siendo absolutamente neoliberal. No hay que olvidar que los “olvidados” auparon a Donald Trump en Estados Unidos pero, por mucho que Vox emule las ideas del magnate, sería un error pensar que el electorado español se parece en algo al americano: los políticos que han copiado demasiado de cerca a los yankis -como Albert Rivera calcando algunos discursos de Barack Obama- no han salido muy bien parados. Mientras, en Vox, el último acercamiento a la clase obrera fue protagonizado por la diputada Rocío de Meer y le estalló en la cara al calificar sus barrios de “estercoleros multiculturales”.
El ‘intelectual’ Frías
El último signo de ese persistir a largo plazo para Vox ha venido con el anunciamiento de la creación de Disenso, un think tank, un laboratorio de ideas, al estilo Faes de José María Aznar, con el que la formación ultra busca explotar su lado intelectual para darle la batalla cultural a la izquierda. Esta semana se conoció que en el patronato figurará Carlos Bustelo, ex ministro del Gobierno de Adolfo Suárez y sorpresa para muchos por tener un pasado más socialdemócrata que conservador.
El dinero para Disenso -que aún no está registrado formalmente como fundación- saldrá, según han afirmado, de Vox, de esos 5,3 millones de beneficios, y de inversiones privadas. Viendo la cantidad de amigos desinteresados que tiene la formación, se puede prever que la financiación privada no dejará de ser jugosa. También recurrirán a subvenciones, de nuevo, en contra de la idea que defienden. Lo harán para competir en igualdad de condiciones, dicen, en un argumento que es como si Pablo Iglesias defendiera irse a Galapagar para conocer mejor el modo de vida de sus adversarios.
Y para Disenso, Vox ha rescatado la figura de Jorge Martín Frías, que ha crecido en Faes y en el club Floridablanca, vinculado en su momento a militantes del PP, en esos nichos que el partido califica de “chiringuitos”. “Es un chico que pertenece a esa cuadrilla que ahora manda en los partidos, gente como Pablo Casado o Isabel Díaz Ayuso. Aún así, me sorprende que se haya pasado a Vox”, explica una fuente que le ha conocido bien.
“Las Juventudes del PP de entonces tenían mucha relación con gente que se ha ido pasando a Vox. Y creo que, con movimientos como este y con perfiles como el de Frías, Vox sigue intentando conectar con esas juventudes que siguen en la estela del Partido Popular", añade, diciendo que va más allá de las ideas y que puede servir como puente para tránsfugas, para ganarle la batalla al PP desde las bases. “Si no, no se entendería, porque, en realidad, Frías no es un pensador con ideas políticas de intelectual”, añade.
Y sin embargo la vida da vueltas. Con este último movimiento se fija la tendencia: Vox ha venido para quedarse. Ya es una empresa demasiado rentable como para dejarlo, está en su época dorada.