Las dos horas de reproches entre Fernández Díaz y su ex número 2: “¿Me estás llamando estafador?”
El ministro y su ex número dos eran uña y carne, los más estrechos amigos y colaboradores, pero todo eso ha quedado atrás.
14 noviembre, 2020 02:58Noticias relacionadas
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-Hablabas con todo el mundo. Has hablado con media España y luego me has insultado. Me llamabas miserable, bobo, cabrón, idiota integral...
Los reproches volaban en la sala frente al juez. Sentados el uno al lado del otro, como una pareja en terapia, Jorge Fernández Díaz y Francisco Martínez Vázquez, ministro y subordinado, número 1 y número 2 en el Ministerio del Interior, exhibían sus diferencias y sus contradicciones.
Durante las dos horas de intercambio en el careo al que les sometió el juez, sobre ambos planeaba la sombra de la Operación Kitchen. Esa operación de presunto espionaje para robar a los Bárcenas que rompió la sólida relación que existía entre ambos para siempre.
"Yo era tu hombre de confianza, y estaba orgulloso de eso. Tú me lo consultabas todo", le dijo Paco Martínez, desolado, a su otrora superior directo. Sus más allegados saben que eran uña y carne, que iban juntos a todas partes, y que compartían muchas, muchas cosas. Por eso, pese a la correción entre ambos en el intercambio dialéctico, el dolor y la traición quedaron patentes en algunas de las frases que allí se deslizaron. Por lo menos, por parte de el entonces número dos del ministerio.
Ninguno de ellos pudo evitar enzarzarse en el punto caliente de la comparecencia conjunta ante el juez Manuel García Castellón, el instructor de la causa en la Audiencia Nacional: los SMS enviados por el entonces ministro en los que demostraba conocer las operaciones para arrebatarles a los Bárcenas información que pudieran tener oculta en determinados dispositivos.
"La operación ha sido realizada con éxito", llegaba a decir Díaz en uno de esos mensajes. Ahora niega haberlos escrito. Ese punto resultó ser el de mayor fricción entre ambos a lo largo de la mañana. Aseguró que eran una cosa "surrealista", que estaban "manipulados". Su ex número dos, en ese momento alzó la voz para responderle.
-¿Me estás llamando estafador? ¿Me acusas de cometer un delito? ¿Por qué me iba a inventar yo todo esto?
- Eso me pregunto yo, terció el exministro.
"Me echas a las fauces de la prensa"
Fue, explican fuentes que presenciaron la comparecencia a EL ESPAÑOL, como ver en directo la ruptura de una pareja. La confirmación de un divorcio ante notario. La constatación de ello fue el detalle al que se bajó en alguno de los intercambios, exhibiendo ese nivel de conocimiento al que solo se accede tras larguísimos e intensos años de noviazgo. Por ejemplo, la manera de escribir un mensaje de whatsapp. O la forma de guardar los contactos de teléfono en su agenda telefónica. "¿Me vas a decir que tú no utilizas las 'k'?", le dijo Martínez a su ministro.
El juez pudo comprobar in situ hasta qué punto sabían el uno al otro. Como si llevasen décadas casados. "He estado cinco años contigo. Te conozco muy bien". Hasta que punto habían sido los más estrechos colaboradores, compañeros de trabajo, de creencias y de vida.
El exsecretario de estado incluso le retó a abrir su agenda de teléfono. Quería que se viera allí mismo que tenía razón. Que su superior estaba mintiendo, que siempre había escrito de esa manera, con la 'k', de forma "moderna", "como Cañizares", "como Casals".
Ninguno de los dos varió ni un ápice su declaración. El tono y la rensión aumentaron cuando Martínez sostuvo que fue Fernández Díaz fue quien le preguntó por el chófer de Bárcenas, Sergio Ríos, como confidente en la trama. El ministro insistió una vez más, negando la mayor, rechazando todos los hechos que su subordinado le imputaba.
Más adelante, Martínez reconoció haberse sentido solo, haber estado resentido con todo el mundo a su alrededor. Molesto con Díaz por sus negativas en los medios, por sus entrevistas ante la prensa arrojándole a los leones. "Ministro, me has echado a las fauces de la prensa".
Hubo tensión, ironía, desacuerdo, cordialidad, eso sí, en un diálogo de contradicciones distendido, entre dos hombres que tiempo atrás trabajaron mano a mano en los recovecos más delicados del Estado.
Críticas a Pablo casado
También abandonado por sus compañeros de partido, por los líderes de un refundado PP. Vio cómo todos se alejaban de su lado. El año pasado, tras conocer que ha sido excluido de las listas para las elecciones generales del 28 de abril de 2019, perdiendo así su aforamiento, le escribió a Mariano Rajoy. Le pidió que no le dejasen "tirado". No obtuvo respuesta. Luego hizo lo propio con el nuevo secretario general del PP, Teodoro García Egea:
Como te dije, puedo entenderlo, pero quedarme tirado y marcado como un corrupto por los míos me hace un daño irreparable. Hay opciones de las que podíamos haber hablado. Yo soy comprensivo, leal y comprometido. Precisamente por eso me he metido en este lío. Por eso y por nada más. Por lealtad al partido, a Jorge Fernández y a Rajoy. La misma que os tendría al Presidente y a ti".
El hombre fuerte del nuevo líder popular no llegó a responderle. Un año y medio después, el que fuera secretario de Estado se lamentaba ante el magistrado y ante su antiguo superior, ambos en el banquillo por la operación Kitchen. "Si Casado no cuida a los que han trabajado para el PP va a ser incapaz de proteger a los españoles".
Fue la escenificación verbal y visible de la ruptura, del desacuerdo absoluto, la constatación de dos posturas antagónicas e irreconciliables sobre la operación Kitchen, el plan urdido presuntamente desde la cúpula de Interior para espiar y sustraer documentos comprometedores para el PP a la familia Bárcenas.
Tras el previsible desencuentro, del que apenas se sacó algo en claro -aparte de corroborar la irreconciliable relación entre el mentor y su hombre de máxima confianza-, el titular el titular del Juzgado Central de Instrucción número 6 de la Audiencia Nacional, Manuel García Castellón, ha dictado ya un auto con la orden de que Fernández Díaz entregue el teléfono que utilizaba en el año 2013, cuando arrancó Kitchen.
Ambos se marcharon como llegaron. Cada uno por su lado, sin cruzarse en la calle, sin volver a dirigirse la palabra. Todo lo que tenían que decirse, tras mucho tiempo guardándoselo, se lo habían dicho allí dentro.